lunes, 15 de febrero de 2010

Epílogo

Llegados a este punto no resta más que concluir esta parte de mis andanzas haciendo una breve recapitulación no tanto de los hechos, que han sido meras anécdotas para amenizar el relato, como de los pensamientos vertidos en sus páginas. Tampoco quiero extenderme en el epílogo más de lo que mi razón me aconseja. Y, por ello, he de procurar abreviar en lo posible las últimas consideraciones que aún me cumpla hacer aquí.
En todo tiempo y lugar, sin distinción de razas o sexos, si bien el amor consiste en un sentimiento, y por ello algo etéreo, la pasión de la carne no lo es tanto, y su fuerza es tan grande o más que la de éste. Y aunque ambos puedan andar a su aire de forma independiente, lo cierto es que nunca podrán acercarse a la perfección si los dos no se emparejan.
El discernimiento es cegado por el amor y la pasión lo obnubila. Y las dos cosas juntas, si además les añadimos los celos, pueden ser mortales. No olvidemos el triste caso de Otelo. ¿Pero qué sería del mundo sin esas cosas?. Una mierda. Creo que hasta se pararía la máquina de la historia. Porque también está en el amor y el sexo el fundamento de la misma vida, y no es un secreto que grandes batallas tuvieron su inicio en el reducido campo de una perfumada cama o en un vulgar catre. Que al fin y a la postre se utilizan para lo mismo e incluso el segundo puede dar más aliciente al asunto, pues no olvidemos que para ciertas lides el morbo es esencial.
Si algo tuvo claro el hombre desde la noche de los tiempos, es que con el poder y la fortuna se su lado le era más fácil follar aunque no fuese demasiado guapo. Y, desde luego, que tales atractivos podían suavizarle el paso de los años mientras le siguiesen adornando.
Y sin duda unos de los que mejor lo entendieron fueron los vikingos. Salían de razia para fardar delante se sus mujeres volviendo con los tesoros fruto de su rapiña para regalarles la vista y el deseo. Y una vez contentas a causa de tanta generosidad de sus hombres, las follaban a pierna suelta hasta desmayarse sobre ellas. Y también, aprovechando sus correrías, se follaban a las ajenas para humillar al prójimo y de paso mostrar a las suyas lo machos que eran. Y por encima, en vez de atizarles con los cuernos en sus testuces por cabrones, ellas se ponían orgullosísimas con las hazañas de sus sementales. Bien es verdad que si no lo estaban les daba igual, ya que por aquel entonces parece ser que la opinión de las mujeres, tanto en ese país como en cualquier otro, pintaba menos que la Tomasa de los títeres. Es decir, más bien poco. Desde luego, algo menos que ahora. De todas formas, entre ellos también debía haber mucho cachondeo con tanto viaje y tantos tíos fuertes y jóvenes con trenzas apretujados durante largo tiempo en un cascarón con una sola vela. Estoy por asegurar que más de un chavalito salía marcha atrás por la pasarela del barco, dado que en todas partes han cocido y se cuecen habas. Y si no corrían , maricón el último.
Los griegos, y luego los romanos, fueron más sinceros y se lo montaban a las claras, sin tapujos ni leches. Se sodomizaban a discreción y rendían culto al cuerpo masculino en el gimnasio. Como ahora, pero sin clembuterol. Es decir, todo más sano. Con baños, pero sin cuartos oscuros ni asfixiantes cabinas en las saunas, que allí se denominaban termas.
Lo de los baños lo calcaron estupendamente los turcos y les sigue yendo de miedo con ese asunto. Son cruce de culturas, y tanto en oriente como en occidente los varones practicaron el sexo y se amaron entre sí. 
A veces la modernidad no nos enseña nada. O al menos nada nuevo. Y creo que lo de tomar por el culo es tan antiguo como el mundo y si hubo y hay civilizaciones o grupos sociales que se rasgaron y se rasgan las vestiduras escandalizados por algo tan usual en todas las épocas y latitudes, es porque quizás son los que más tienen que ocultar y más les valdría relajarse y soltarse el pelo, que para cuando quieran darse cuenta ya será tarde para disfrutar.
El peor enemigo para una convivencia pacífica en el ámbito de las diferentes sexualidades es la hipocresía de una sociedad con moralidad trasnochada, en cuyas altas esferas todo se permite mientras no trascienda a las capas inferiores o el tema adquiera tintes de normalidad.
Lo más simpático es que, teniendo en cuenta la afición de los homosexuales por el consumo así como su nivel de vida bastante aceptable en general, la burguesa sociedad occidental consumista y fundamentalmente mercantilista, en la que nos movemos, ve en la comunidad gay un apreciado mercado para sus productos superfluos (sobre todo inútiles pero divinos) por lo que compensa ser tolerada mientras no resulte demasiado evidente o molesta. Precisamente la pega está en cuanto empiezan a hacer ruido y se empeñas en celebrar el día del orgullo gay y otras zarandajas por el estilo. Y no digamos si se empecinan en reclamar los mismos derechos que las parejas heterosexuales (ya sean de hecho o de derecho), por que entonces la cosa se pone muy peliaguda. Hombre, no es que haya que perseguirlos o matarlos como en otros tiempos, dicen los intachables y probos ciudadanos defensores de la moralidad  y las buenas costumbres, pero que tengamos que considerarlos iguales a nosotros es demasiado. ¡Eso sería un escándalo para todos!. ¡Y más para los niños!. No cesan de repetir las fuerzas vivas de la sociedad tradicional y conservadora.
Y, sin embargo, hay que reconocer que donde los gay asientan sus reales consiguen adecentar y humanizar el barrio embelleciendo sus casas, abriendo bonitas tiendas y restaurantes que no cierran por falta de clientela y cafés llenos de encanto, coquetería, música y jolgorio diurno y nocturno. Y algún que otro tugurio nada edificante ni bucólico, todo hay que decirlo. ¿Pero qué sería la vida para un homosexual sin la sal y la pimienta propias del gueto?. Sea como sea da gusto ver la alegría se esos balcones floridos y de los personajes multicolores que pululan por los lugares de ambiente, perfumando el aire con sus etéreos vapores y sus gracias de tarlatana y muselina. Es verdad que hoy se lleva menos la languidez (menos en los gay que salen en las televisiones chismorreando de otras gentes cuanto se les antoja), y lo normal son los tíos tanto o más varoniles que los que van por la calle enganchados a una mujer. Pero en el ambiente, por mucho músculo y bigotes que veamos, sobrevuela un algo que marca la diferencia con los individuos de diferente tendencia genital. Es decir, aquellos a los que le sale de los huevos no joder con los de su mismo sexo.
Ahora, si hay algo característico en un homosexual es lo que le gusta poner flores por toda la casa. Cualquier tarrito le sirve para arreglar un precioso florero. Y eso indica una sensibilidad especial para rodearse de belleza por insignificante y perecedera que sea. Algunos tienen una exagerada tendencia a vivir en mundos de fantasía, pero generalmente no hacen mal a nadie con sus sueños de grandeza. ¡Qué más da que hayas muchas reinas y alguna que otra princesa!. ¡Qué importancia tiene que se crean más o menos divinísimas!. Y en el fondo lo son. Vamos a ver. ¿Por qué no vamos a ser todos maravillosos?. ¡Acaso no se creen eso todos los personajes que salen en los medios de comunicación echándose flores unos a otros continuamente!. ¿Ya está bien de novelas y películas sobre la homosexualidad en las que se masca la tragedia desde el principio y todo se desenvuelve en un mundo cutre, sórdido y marginal. E impepinablemente al final uno o varios mueren como escarmiento para los mariquitas depravados. ¡Tampoco es eso!. Hoy día a la mayoría de los homosexuales no les pasa nada anormal en sus vidas y les encanta el lujo, la sofisticación y los finales felices. Hombre, pueden romper con uno o más novios, pero tampoco es para darse golpes contra la pared .A no ser que se trate de una histérica, claro. En los tiempos que vivimos, un gay es una persona con una existencia de lo más corriente y normalísima, y suele tener una casa y unos ingresos por encima de la media. Puede que sea por no tener hijos (que además no le dejan adoptar), pero la tiene. También viaja más que los heteros con idéntico poder económico, y suele gastar más en cosas consideradas de primera necesidad para un gay, tales como publicaciones de prensa, música, libros, colonias, trapos, potingues, copas, cine, teatros, etc. Todo cuanto pueda alimentar su cultura y distraer su ocio. Y, sobre todo, tira la casa por la ventana cuando se trata de objetos meramente decorativos e incluso a veces algo molestos, pero, eso sí, que son una innecesaria monería. ¡Una absurda divinidad!. Luego, como todo mortal, se enamora. Puede que algunos lo hagan con demasiada facilidad y frecuencia, pero quizás se deba a su gran corazón desbordante de capacidad amatoria. ¿Y acaso hay algo más normal que follar?. ¿No es una función fisiológica sanísima?. ¿Entonces dónde está el problema?. Que lo hacen con más regularidad que los no gay, pues lo siento por los machitos, pero si no pueden follar como los no tan machos que se jodan o le den a pluma y a pelo y así tendrán más campo donde elegir. Y más de uno lo hace, desde luego. En cuanto deja a la novia en casa o pierde de vista a los amiguetes se va en busca de un buen rabo que le refresque la calentura. Y lo que suele pasar en estos casos es que les va la pluma, y por eso se acuestan con cuanto tío se les pone a tiro, y el pelo lo siguen practicando para disimular y convencerse de su propia hombría, aunque sólo sea de cuando en cuando y con su mujer nada más, que también es frecuente el caso.
Volviendo al hilo de la cuestión, no podemos consentir que gentes bien intencionadas pretendan hacernos creer que ser homosexual es algo trágico y de horribles consecuencias. Ser gay es lo más corriente que puede suceder y de suyo en la mayoría de las familias se da el "fenómeno" con abrumadora frecuencia. Y por eso la sociedad debe llegar a aceptarlo con toda normalidad, sin estridencias ni esas salidas de tono que ya no se justifican en estos tiempos.
El vínculo amoroso entre dos mujeres o dos hombres es tan natural como la vida misma y todo intento por desnaturalizar cualquier variedad del amor es un pecado contra la propia naturaleza de la humanidad.
El amor es bello en su esencia y por definición y la maldad sólo vive en la mente de quien la concibe. Y, por tanto, el amante no puede ser víctima de la desviación, porque el amor es fruto del espíritu y éste no tiene sexo. Y por lo que a la atracción física se refiere, nos la impone la naturaleza de cada cual y en ella no cabe aberración. De donde se deduce, que lo único aberrante es intentar corregir al falso aberrado.
Y como no quiero dar más el coñazo, voy a poner fin a tanta parida terminando este epílogo aquí y ahora.
Es posible, yo diría que casi seguro, que tendré más vicisitudes amatorias y otros mundanos avatares que contar, y por eso prefiero no agotar tan pronto a mis lectores y darles un respiro dosificando cuidadosamente las sucesivas entregas de mis memorias. Porque, de lo contrario, se me acabaría enseguida el cuento y a ver que me invento después para continuar estirando el rollo.

Por lo dicho y sin otro particular que no sea recordar que cualquier parecido de esta historia con la realidad es pura coincidencia, atentamente y hasta la próxima,




             El barón de Idem 




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