domingo, 31 de enero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo VII

Madrid me recibía con un precioso día de primavera, y, por medio de Manolo, avise a mi madre que me esperase a cenar. De camino hacia mi casa miraba las calles como si quisiese asegurarme que nada había cambiado en tan pocos días de ausencia. Pero en mi interior seguía congelada la imagen de Paco después de estrecharlo por última vez en el aeropuerto. Llevaba gravada en mis pupilas su brillante mirada avellana, adorable e irresistible, y cuanto más cerca estaba de mi apartamento más nítidamente escuchaba a mi deseado Gonzalo reclamando también su presencia en mi vida. Deseaba absolutamente volver a verlo. Y era preciso saber si mis ensoñaciones eran realidad o sólo fantasía. Necesitaba urgentemente resolver el dilema que en menos de un mes había puesto patas arriba mi existencia. 

La vuelta a mis cosas me devolvió ese aire familiar que nos hace sentir a gusto en la cotidianidad de nuestra vida. Dejé los bultos en cualquier parte y salí a la terraza para respirar nuevamente la normalidad del día a día. Pero mis fantasmas, nublándome la luz, me impedían alcanzar el horizonte. Me senté frente al teléfono dudando que hacer, y, por fin, marqué el número que sin apenas usarlo ya me sabía de memoria.

"¿Diga?"
"¿Gonzalo, por favor?"
"Sí.. Un momento"
"Gracias"

Puede que parezca estúpido, pero estaba totalmente nervioso. Y los segundos que pudo durar la espera me llenaron de inusual ansiedad.

"¿Sí?"
"¿Gonzalo?... Soy Adrián... ¿Cómo estás?"
"¡Hola!. Ya era hora de que te dejases oír"
"Acabo de llegar de Ibiza"
"¿Y que tal?"
"Bien.... Ya te contaré... ¿Y tú?"
"Estupendo... Ya te lo puedes imaginar... Mamá, papá, hermanitos, libros y sierra... ¿Genial!..... Supongo que lo tuyo debió ser más divertido"
"Hubo de todo, como siempre.... Me apetece verte"
"¿Cuándo?"
"Ahora"
"Ahora no puedo"
"¿Cuando puedes?"
"¿Mañana?"
"¿A que hora?"
"Tú dirás"
"¿Tengo que seguir llevando la voz cantante?"
"Claro..... Eres el mayor"
"¡Qué simpático!"
"Venga, di"
"¿A las ocho?... De la tarde naturalmente"
"Vale"
"Hasta mañana pequeño"
"Sí papá...... Un beso"
"Un besazo para ti..... Muac"

Mi siguiente llamada fue a Enrique. Tenía que contarle mis penas. Y aunque sabía que de entrada me llamaría puta, era posible que también me alumbrase las ideas respecto a mis enredos amorosos. El continuaba cada día más enamorado de Raúl, y nunca imaginé que me diese tanta envidia la normalidad y sencillez de una relación de pareja como la suya. Puse a mi amigo al corriente de la situación, contándole todo lujo de detalles, y, después de recriminarme cuanto quiso y más, me aconsejó que me lo tomase con mucha calma y sopesase bien los pros y los contras de ambas relaciones. Después ya me decidiría por uno de los dos. ¡Sencillísimo!. Para ese viaje no necesitaba tantas alforjas. Precisamente el problema estaba en decidirme por uno de los dos cuando deseaba a ambos al mismo tiempo. Y, por otra parte, qué me importaban a mí las circunstancias de cada uno de ellos. Para mí solamente tenían virtudes y ningún defecto que colocase a uno en un plano inferior al otro. Si uno es guapo, el otro también lo es, tanto o más, me decía yo. y si Gonzalo es agradable, tierno y alegre, Paco también, añadía. Y si este último es apasionado y cariñoso, Gonzalo tiene el mismo fuego y dulzura, remachaba para mí mismo. Los dos miran de frente. Y ambos conservan todavía la franqueza de la inocencia. Y, sin embargo, son dos personas completamente distintas. Sería imposible decidirme por uno sin sentir la irremediable mutilación que me causaría la pérdida del otro. Mi corazón se había partido y no encontraba un remedio fácil para unirlo otra vez. 

Seguramente Cris habría vuelto ya a Madrid. ¿Pero qué solución iba a darme semejante pendón?. No hacía falta ser muy listo para adivinar su consejo: "No les digas nada y fóllate a los dos por tiempos". Pero de todas forma lo llamé, y, aparte de pedirme que se los echase, como es su costumbre, me dijo lo que ya me suponía y añadió: "Hombre, lo ideal sería que hicieseis trío. Pero quizás no traguen". Y continuó: "Por eso lo mejor es que me dejes a uno. A Gonzalito, por ejemplo. Y te lo voy pervirtiendo a ver que pasa".

¡Qué cachonda la criatura!. El lector puede imaginarse sin mucho esfuerzo el cariz de mi contestación. Sin embargo, lo de hacer un trío no me repugnó demasiado. Después de todo solamente sería la realización material de mis vivencias oníricas en aquellos días. Naturalmente, además de lo dicho, pormenorizó la serie de polvos con los que se había despachado durante su viaje, sin regatear lo más mínimo la descripción minuciosa de las mortales folladas que había propinado tanto al chulo que le acompañó como a los búlgaros y no búlgaros (todos marcaditos) que fueron cayendo en sus redes. Y que no fueron pocos según contó. Porque otra de las habilidades de Cris es lo bien que se apaña para hacer lo que le sale del culo sin cabrear nunca a sus ligues. Al final siempre consigue lo que quiere. Si estuviese en mi situación, seguro que les propone lo del trío y los dos se prestan a ello tan contentos. Se la metería alternativamente a uno y a otro y tan felices los tres. ¡Será jodido el muy cabrón!. ¡Y todo le sale bien!. Es bien cierto que quien tiene buen culo tienen suerte. Y el suyo es de antología. Lástima que no le dé todo el uso que semejante ejemplar merece. De cualquier forma quedamos en vernos y saborear mejor sus eróticas aventuras.

Mi último recurso era Pedro. Tenía mucha más experiencia que todos nosotros, y, como ya dije en su momento, su ponderación y buen criterio tendrían que servirme de alguna ayuda. Marqué su número, pero no estaba, y le dejé un mensaje en el contestador urgiéndole que me llamase cuanto antes.

Permanecí un buen rato sentado en el sofá del salón sin hacer nada (ni siquiera pensar) y el sonido del teléfono me devolvió a la realidad. 

"¿Adrián?"
"Hola.... Qué tal?"
"¿Tu que crees?"
"Lo sé"
"No quiero oírte solamente. Quiero verte y tocarte"
"Yo también, pero dame un poco de tiempo"
"Me acostumbré muy rápido a lo bueno"
" Y yo me acostumbré a ti demasiado rápido también"
"Creo que te quiero un poco, Adrián"
"¿Sólo un poco?.... Yo creo que te quiero algo más que eso"
"Ya te echo de menos". Dijo el chaval con la voz un tanto quebrada.
"Por favor Paco..... No me lo hagas más difícil"
"¡Quien lo tiene difícil soy yo!"
"Paco, te prometo que todo se arreglará. No sé como pero voy a solucionar esto de alguna manera. Me resulta imposible aguantar mucho tiempo sin verte"
"¿Y sin el resto?"
"Para el resto me basta con cerrar los ojos. Afortunadamente tengo mucha memoria e imaginación"
"Precisamente es la imaginación que le echas lo que más me gusta... ¿Con qué me vas a sorprender la próxima vez?"
"Todavía no estoy seguro, pero puede que se me ocurra algo especial"
"¡Tío me la estás poniendo tiesa!"
"Paco, no me tientes que aún no se inventó lo de viajar por el cable del teléfono"
"Pensaré en ti esta noche. Y cuando te coja que voy a exprimir hasta la última gota de leche"
"Vas a conseguir que me la casque, pero cuando te coja te destrozo el culo. No vas a poder sentarte en un mes. ¡Ya lo verás!"
"¡Ojalá!... No sabes como necesito algo así de fuerte. Ya te lo recordaré entonces por si acaso"
"Bromas a parte, haré lo imposible para vernos pronto"
"¡Eso espero!... Tengo que dejarte porque se me acaban las monedas... Besos"
"Cuídate.... Y si tienes algún problema o necesitas algo llámame. Un beso muy fuerte"

Quedé un tanto desfondado, pero empecé a moverme y deshice el equipaje. Coloqué alguna cosa en su sitio y me consolé sabiendo que al menos podía ordenar el entorno ya que no era tan simple hacer lo mismo en mi interior. Cuando sonó de nuevo el teléfono ya había terminado mi tarea, y esta vez era Pedro que respondía a mi mensaje. Prefería plantearle el asunto en vivo y en directo, y quedé con él después de cenar en uno de esos cafés de ambiente que hay por Chueca, que talmente parece que estás sentado en un escaparate. Y también llamé a mi hermano. Y ni ahora que escribo sobre lo sucedido me explico por qué se me ocurrió tal idea después de hablar con Pedro. Pero el hecho es que así fue y le pedí que comiésemos juntos al día siguiente. No es que fuese algo raro que llamase a mi hermano, puesto que solemos vernos a menudo, pero mi voz debió traicionarme ya que Humberto me notó raro e inmediatamente me preguntó si tenía algún problema. Como no iba a anticiparle nada acerca de mis quimeras de amor, lo tranquilicé y añadí que solamente quería conocer su opinión respecto a unos temas de poca importancia. Bueno. Y también sobre el amor. Esto último debió parecerle extraño y seguro que fue todo un poema la cara que debió poner al oírlo. Pero, tras un breve silencio, dijo:

"Bueno. Vale.... A las dos en el restaurante de costumbre. El que está cerca de tu banco. ¿De acuerdo?"
"Sí". Le respondí.

Y nos despedimos hasta la hora fijada.

Con tanta historia se me había pasado la tarde y todavía tenía que adecentarme para ir a cenar con mi madre. A toda leche me duché, me acicalé, y aún me sobró tiempo para no tener que salir a toda pastilla. Puesto que no hay nada que peor le siente a ella que la impuntualidad a la hora de comer o cenar. 

Aquellas horas junto a mi madre fueron un bálsamo para mi desazón, porque, además de ser una mujer de carácter firme, rezuma serenidad y bajo su techo cualquier rompecabezas se queda al otro lado de la puerta. Germana, exagerada como nadie en sus afectos, me recibió como a un emigrante que volviese de las Américas, como ella dice, sacando de su corazón la mejor cena que hubiese deseado un marajá. Evidentemente a mi madre sólo le conté del viaje lo que el buen gusto permite y el sentido común aconseja. Sin embargo, no le pasó desapercibida la preocupación que me aquejaba, e indirectamente intentó sonsacarme. Hubo momentos en los que a punto estuve de soltarlo a ver que solución me daba, pero preferí esperar mejor ocasión. De todas formas parecía que todo se confabulaba para complicarme la existencia, porque mi abuelo había tenido uno de sus arrechuchos y mi madre quería que la acompañase a Galicia el próximo fin de semana. Lo que sin lugar a dudas me restaría tiempo para enderezar mis entuertos sentimentales. Pero también era cierto que eso me daba un respiro y algo más de tiempo para no precipitarme y tomar un camino del que pudiera arrepentirme más tarde.

Cuando llegué al café Pedro ya esperaba sentado en una mesa pegada al ventanal, y parecía estar a la venta como las putas en Amsterdam. Cerca de él, sentado con otros dos, estaba un ligue mío (no demasiado antiguo) del que tengo un particular recuerdo porque echamos un polvazo bestial en una sauna. En un principio los dos solos, y luego con otra preciosa criatura que por allí andaba buscando guerra. El chico está muy bien, aunque en este momento no recuerdo su nombre. Pero si me acuerdo con todo detalle de los numeritos que nos montamos tanto por nuestra cuenta como posteriormente con la colaboración de un tercero. Era un domingo por la tarde y la casa se me caía encima, porque ni sabía que hacer ni tenía ganas de hacer otra cosa que no fuese una buena follada. Y, con la misma, me levanté del sillón como un rayo y en un periquete ya estaba en la calle rumbo a la sauna más socorrida a la sazón. 

El movimiento en los vestuarios indicaba que aquello estaba muy concurrido. No sé por que, pero los domingos por la tarde durante el invierno a casi todos nos sienta cojonudamente un buen polvito. Si lo tienes en casa mejor que mejor, pero si no, hay que salir a buscarlo. No queda más remedio. La vida del mariquita es terriblemente dura, como afirma categóricamente el bueno de Alberto. Me di una vuelta de reconocimiento por toda la sauna y tomé nota de posibles proyectos, aunque ninguno de ellos era como para perder el sentido. Los primeros que intentaron ligarme no me gustaron nada, y pasé de ellos cual diva en noche de estreno, insensible a los abrumadores halagos de los tediosos admiradores que se arrastran por una de sus sonrisas a la puerta del camerino (frase muy al estilo de Carlos cuando le falla su natural simpatía a la hora de conseguir el ligue apetecido). Con mi toalla a la cintura, dejando la abertura al lado izquierdo (que es por donde se suele salir el manubrio), me paseaba tan campante luciendo el palmito, cuando, en uno de los pasillos con cabinas a uno y otro lado, apareció el susodicho ligue. Me miró, y le miré. Nos cruzamos, y tres pasos después giramos la cabeza, yo con la intención de verle el culo y él con la misma o simplemente para comprobar si le miraba. Me detuve ante una cabina y él hizo lo propio tres puertas más lejos. Lo miré de arriba a abajo, colocándome el nabo en su sitio, y entré en un cubículo recostándome seguidamente en el catre. No tuvo que pasar mucho tiempo para que mi ligue se colocase frente a la puerta. En su toalla no se le marcaba el pene en posición distinta a la flácida, pero por la abertura de la mía ya salía erguido el mío, que, contagiándole al suyo, provocó que entrase rápidamente cerrando tras sí la puerta. 

Se sentó a la altura de mis piernas, y como un ternero hambriento se lanzó a mamármela con tal fruición que casi me la come. No contento con chuparme el miembro, dedicó el mismo empeño en los alrededores y especialmente en los testículos, produciéndome un formidable cosquilleo. Trabajados los bajos, fue subiendo por mi pecho, poniendo el culo al alcance de mis manos que lo magrearon a fondo profundizando en sus más recónditos misterios. El fornicio subió de tono, y nuestras lenguas exploraban todos los huecos entrando en cada uno de ellos lo más posible. Y, una vez complacido, salían de ese agujero para buscar otro nuevo. Ciego de lascivia lo puse a cuatro patas y colocándome de rodillas detrás del chaval le di por el culo sin miramiento alguno, resoplando como un toro de lidia. Entre quejido y suspiro el muchacho seguía pidiéndome que lo follara. Y yo, complaciente donde los haya, le atizaba verga que era un gusto. Me lo trajiné de todas las formas imaginables, y, cumplidos y sin resuello, quedamos tendidos en la asfixiante camareta haciendo acopio de nuevas fuerzas. Por simple necesidad de respirar tuvimos que entreabrir la puerta y, cuando casi habíamos recuperado nuestras energías, se nos plantó delante un potente rubiales jovencito, al que le alegraron el pizarrín nuestras gracias, y sin que fuese necesario mucho más para que entrase y empezásemos la sinfonía a tres voces. Los tres nos prodigamos en habilidades sexuales. Y el más antiguo de mis dos ocasionales amantes repitió conmigo y probó también el hierro del otro al tiempo que yo se lo hacía sentir a éste imitando los tres la formación de un tren. Aunque una vez suelto el rubiales de la máquina, continué dándole sin que abandonase yo el vagón de cola. ¡Menos mal que íbamos provistos de suficientes condones!. Y salí de allí totalmente seco a pesar de la humedad del vapor y una larga ducha.
Pero volvamos al café con Pedro.

No deseaba andar con demasiados preámbulos, pero consideré obligado interesarme por el personal y preguntarle como había pasado aquellos días de semana santa. Pedro, conciso como siempre, en breves trazos me puso al corriente de la situación en general reseñando escasa novedades, tales como el noviazgo de Juan con Alfredo (un compañero de curso y amigo de Pedro que por fin se decidió a ligarse en serio con Juanito), el intenso idilio de Enrique (del que ya estaba al corriente) y poco más. Realmente no habían ocurrido tantas cosas en esos días y me dio la impresión que lo mío pudiera ser lo más trascendente.

Abordé el asunto directamente y le expuse los antecedentes a fin de que tuviese una visión preliminar, acometiendo de seguido los hechos concretos que me habían llevado a tal desconcierto.

Pedro escuchó sin interrumpirme. Y al preguntarle:

"¿Tú qué crees?". Respondió: "Es difícil saber cual será la mejor solución, pero primeramente debes cerciorarte de cuales son tus verdaderos sentimientos respecto a cada uno de ellos. Pueda que tengas alguna duda, pero siempre hay ciertos elementos de juicio que nos permiten discernir mejor el problema, separando en cada caso la realidad concreta de la idealización creada por nuestros propios deseos". Y continuó diciendo: "Adrián, consúltale a tu corazón y te dirá a quién de los dos ama verdaderamente.... Y si no sabe decirlo es que amas mucho a los dos o a ninguno suficientemente... Si has de elegir, preocúpate de que sea conforme a tus sentimientos y no a lo que creas que siente el otro. Porque si te confundes con su apariencia habrás perdido a los dos por no haber obrado honestamente con ninguno. Pero si te decides por el que más amas y te defrauda, quiere decir que éste no merecía la pena y tú, por el contrario, ni le fallaste a él ni al otro, ya que te comportaste decentemente con los dos al abrirles tu corazón sinceramente. Y así, si el segundo te ama realmente, sabrá comprender y se ganará tu amor enamorándose de ti todavía más".

Sonaba precioso. Pero este Pedro con sus teorías me parecía un poco Quijote. Y a mi modo de ver la cruda realidad seguramente sería mucho más drástica. Si elegía a uno, el otro me mandaría a tomar por el culo por la vía rápida y sin mayores contemplaciones. Y lo demás son cuentos malayos, que todavía son más fantásticos que los chinos según me dijo un ligue que tuve hace tiempo. En resumen, tras escuchar su disertación le pregunté nuevamente:

"En conclusión. ¿Me callo y sigo con los dos, o se lo digo y me arriesgo a perderlos a ambos?.... ¿Tú qué dices?".
"Repito. Es una decisión difícil". Volvió a decir.
"¡Joder!... ¡Ya lo sé!... Si no lo fuese no estaría aquí oyendo tu lección magistral... ¡No te jode!"
"¿Y yo qué quieres que haga?... Si no fueses tan pendoncete no te pasarían cosas así. Mira, en el fondo como lección no está mal. Tanto quisiste cazar que al final te han cazado.... Y a todo...."
"¡Alto ahí!... Ni se te ocurra decir lo del cerdo y su San Martín, porque la liamos"
"No lo digo pero lo pienso... No puedo evitarlo". Dijo Pedro quedándose tan pancho.
"¿Tú qué harías?... Dime". Le imploré desmoralizado.
"Está bien. Te diré lo que yo haría...... Primero iría a ver a uno y se lo diría frente a frente. Y después haría lo mismo con el otro"
"Pero está en Ibiza". Apunté.
"Pues iría a Ibiza a decírselo". Remató con contundencia.
"¡Joder tío!... Creo que esa solución no me mola nada, que quieres"
"Me preguntaste que haría. Pues ahí lo tienes. Primero díselo a los dos cara a cara, y luego, según se tercie, decide"
"¡Sí!.. ¡Cómo si eso fuese lo más simple!..... ¡Cómo voy a decidirme si por más vueltas que le doy más me convenzo que los quiero a los dos!.... Sencillamente no quiero renunciar a ninguno. Así soy yo. Antes ninguno y ahora dos juntos. ¡Y lo curiosos es que no se parecen en nada!"
"Es posible que precisamente por ser distintos te gusten los dos. Quizás se complementen el uno al otro y juntos formen tu ser ideal. ¿Quién sabe?... Hasta puede ser que os necesitéis los tres y seáis un todo perfecto. Si crees que puede ser así, inténtalo"

¿Pensaba eso Pedro o me decía lo que yo quería oír?. ¿Sería posible un conjunto a tres bandas absolutamente perfecto?. ¿Hay algo realmente perfecto, o la perfección sólo es la coordinación de imperfecciones que se complementan?. Estas elucubraciones siempre terminan por hacerme doler la cabeza irremediablemente.

Lo último que había dicho Pedro giraba sin cesar en mi cabeza, y al llegar a casa me di cuenta que necesitaba dormir. Dormir o soñar. No lo sé. Probablemente huir del mundo real y disfrutar de un idilio esotérico en el que siempre jugábamos los tres con las mismas cartas.

Había pasado una noche fatal y por la mañana estuve medio zombi en el despacho. A la hora del almuerzo me dirigí con calma al restaurante donde había quedado con Humberto, recreándome en el paseo y rumiando por dentro mis pesares.

Llegué antes que mi hermano y pedí al camarero un martini seco. Necesitaba algo fuerte que me espolease, porque con tanto cismar estaba como un auténtico muermo.

Humberto tampoco se hizo esperar demasiado y cada uno ordenó el menú que más le plugo dadas sus apetencias gastronómicas. Como se acostumbra en similares ocasiones, en la primera parte de la comida se habló de todo y de nada en concreto. Y ante el plato fuerte abordé lo fundamental, dejando a mi hermano menos sorprendido de lo que esperaba.

¿Acaso mi hermano tenía noticias de lo picha inquieta que era yo?. No lo creo. Una cosa era que supiese mis debilidades y otra que las conociese a tales extremos. De cualquier forma su reacción inicial me dio confianza y le plasmé el asunto con toda crudeza. Incluso profundizando en detalles de cama. Mis preguntas concretas fueron: si él se había visto alguna vez en situación parecida, siendo negativa su respuesta, y, si llegase el caso, cual sería su solución al problema. Humberto (pragmático donde los haya) se formó su composición de lugar, trasladando el tema a los parámetros de su circunstancia personal, y lo enfocó desde el punto de vista de una relación heterosexual, partiendo del indiscutible amor por su mujer. Con lo cual daba la impresión que el sentimiento hacia una tercera persona estaría más relacionado con una pasión meramente sexual que con el amor en toda la extensión de la palabra.

Afirmaba que podría mantener habitualmente relaciones con otra, pero nunca podría prescindir de su mujer, ni en la cama ni mucho menos en la vida cotidiana. El problema estaba en que conociendo a mi queridísima cuñada sería raro que consintiese en compartir el marido. ¡Pues no es celosa que digamos!. Y me parece muy bien que lo sea. Los celos son tan respetables como cualquier otra cosa. Y además creo que contra ellos no se puede luchar. O al menos resulta muy difícil. El que es celoso sufre y hace sufrir a los demás (casi siempre inútilmente), pero no puede evitarlo por mucho que lo desee o quiera convencerse de su irracionalidad. Aunque suene a tópico, son realmente una enfermedad. Y en muchos casos terrible.

Mi hermano no imaginaba desear a dos mujeres juntas, sino por separado y manteniéndolas en planos distintos. Su relación seguiría siendo de pareja pero con mujeres diferentes. Se basaba en un concepto distinto en ambos casos y nunca en igual situación, sino entendiendo a la segunda como suplementaria y subordinada a la primera y sin que jamás tales sentimientos pudiesen llegar a complementarse. Total un galimatías.

Y eso no era ni lo que yo sentía ni lo que quería. Yo no pretendía una poligamia con dos o más esposas alternativas. Nada más lejos de mi pensamiento que montar un harén o el típico serrallo donde cometer desórdenes obscenos. Yo quería compartir mi vida con los dos, pero disfrutando los tres juntos del mismo amor. Aspiraba a que apreciasen lo que yo aprecio y necesitaba desear lo que ellos desean. En suma, quería que constituyésemos tres facetas de un único amor. Y quizás fuera imposible, pero eso era lo que yo ambicionaba para los tres.

Mi hermano lo entendió, pero lo creyó descabellado. En su opinión no se puede amar a dos personas en igual medida. Y, por tanto, siempre se querrá a una más que a otra, surgiendo las lógicas diferencias aunque sea inconscientemente. Pero al final concluyó al igual que Pedro diciéndome que lo intente y así saldría de dudas, resolviendo también el problema en un sentido u otro.

La rueda volvía al inicio de una vuelta sin fin. Ya que la decisión era mía, la solución tenía que serlo también. Y mi decisión fue firme, y me animaba diciéndome: "o tengo a los dos, o no quiero a ninguno". Y esa misma tarde tenía que planteárselo a Gonzalo antes de nada. Sin rozarle ni un solo pelo o ya no sería capaz de hacerlo. Y si lo perdía mala suerte. En cierto modo habría perdido a los dos, puesto que no podría olvidarlo; y mi amor con el otro sería incompleto. ¡Menudo lío!. Si conseguía salirme con la mía sería todo un alarde digno de figurar en un tratado sobre ciencia y teoría del arte de amar. No tenía otra cosa en la sesera y nada sobre la tierra hubiera logrado distraer mi atención del morrocotudo problema que debía solventar sin demora. 

¿Qué si tenía miedo?. Preguntará alguno. ¡Cagao!. Estaba completamente cagao. Eso era pánico y lo demás son cuentos. Hay que echarle mucho valor para plantearle a un amante, todavía en el primer celo, que te gusta otro, aunque se lo suavices diciéndole que a él también lo quieres y lo deseas con toda tu alma. Lo más probable es que te castre allí mismo, si tiene medios y le das la oportunidad de hacerlo. Es decir, si no escapas poniendo tierra por medio cuanto antes. Al menos mientras no se recupere del batacazo inicial.

Y herido por la duda pasé el resto de la tarde hasta que llegó la hora del ansiado y temido encuentro.

"Mejor con dos" Capítulo VI

En la isla hacía buen tiempo, y allí estaba yo provisto de poco equipaje y unas sanas intenciones de descansar, tomar el sol y meditar acerca de los aspectos más inconsecuentes de mi agitada vida. Pero, como de costumbre, las intenciones son unas y los hechos son otros. 

Ibiza estaba tranquila y no se veía aglomeración de gente por ninguna parte. El calor también era moderado y el cielo lucía despejado y limpio. La primera noche cenamos en uno de los restaurantes preferidos de Oscar, bastante bueno y caro, y tras coquetear con un mulatito que cenaba con otro tío en la mesa de al lado y que Oscar se metiese con el camarero, salimos del local con el cuerpo pidiéndonos marcha, y se la dimos. ¡Vaya si se la dimos!. A locales de ambiente no fuimos, ya que la mayoría aun estaban cerrados. Y además porque en Ibiza eso no es del todo necesario puesto que hay mariquitas en casi todas partes. 

La noche fue tan fuerte como infructuosa, y aunque tuve a mas de uno a punto, al final no concreté nada. Y la mañana siguiente la pasé en estado catatónico, metido en la cama sin enterarme de que había un mundo a mi alrededor. Y por la tarde disfruté de un tremendo atontamiento generalizado que me paralizaba las meninges y tenía la boca como si hubiese comido engrudo. 

Cuando salí a la piscina Oscar ya estaba despatarrado al sol y adormilado como un lagarto.

"Buenas tardes". Le dije.
"Hola". Contestó volviendo en sí de aquella manera. "Creí que eras el chulo". Añadió.
"Para chulos estoy yo". Balbuceé.
"Pues he llamado a dos". Dijo sin inmutarse.
"A dos qué"
"A dos chulos... Y ya deben estar a punto de llegar"
"Estás como una cabra"
"Yo diría como una zorra en celo"
"Perra más bien"
"Da igual el término"
En estos momentos no estoy para cachondeos"
"No es cuestión de cachondeo sino de estar cachondo, que no es lo mismo"
"O te dio un aire o el sol te está reblandeciendo el cerebro"
"Ya me lo dirás cuando vengan"
"Para ti los dos.... Yo paso"
"Nunca digas o prometas algo que no puedas cumplir... Es un refrán chino"
"Vale..... Pero ahora déjame en paz y no me toques los cojones"
"¡Yo no pienso!. Pero seguro que te los tocará el chulo"
"Flipo contigo.... Anda, ven al agua a ver si te despejas"
"¡Vaya si vas a flipar cuando veas el material!"
"¿Ah si?"
"Dos venteañeros con denominación de origen y certificado de sanidad y garantía"
"Como los jamones". Dije.
"¡Y menudos jamones!... Totalmente de confianza para todo uso"
"Pues uno de ellos va a hacer el viaje en balde"
"¡Ja!. Que lo vas a dejar escapar sin catarlo y someterlo a toda clase de abusos y vejaciones sexuales"
"Eso es lo que te gusta a ti y no a mí. Y además por el momento aun no pago por tales servicios"
"Pues yo sí". Afirmó Oscar. Y continuó diciendo: "Y ten por seguro que al fin y a la postre me salen más baratos. Te lo aseguro"
"Es posible, pero una cosa no tiene que ver con la otra"
"Desde luego. Los otros son más caros y encima se ponen tontos y exigen"
"Por ahora me quedo con los otros. Todavía no me va el amor mercenario"
"Me parece que ya están aquí". Interrumpió Oscar.
"¡Serás mamonazo!.... ¡Osea que iba en serio!"
"Venga Adrián...... Acéptamelo como un obsequio de bienvenida a esta isla paradisíaca". Me decía al tiempo que se alejaba para recibirlos.

Me zambullí en el agua y me quedé en remojo esperando acontecimientos. Por fin Oscar apareció con los dos chulazos en tanga. Y realmente estaban como un queso cada uno de ellos. Javi (que así se llamaba uno) como de bola holandés, tirando a rubio. Y Rafa (que era el nombre del otro) más al estilo del país, tirando a manchego bastante tierno. Oscar se inclinó por el de bola, y el del país se sentó en el borde de la piscina. 
Sin ningún tipo de preámbulos, Oscar le metía mano a Javi, echado sobre la tumbona, y a mí me pareció oportuno distender la situación proponiéndole a Rafa que se bañase conmigo. El chico obedeció al instante y se lanzó de cabeza intentando un salto de carpa. Rafa vino nadando hacia mí como un niño queriendo jugar en el agua y me presté a mil tonterías salpicándonos y dándonos mutuas caladas. A Javi se le veía loco por unirse a nosotros, e intentando rescatarlo del acoso de Oscar les lanzamos agua a manotazos incitándoles a venir y disfrutar con nosotros. Javi no lo pensó dos veces y nos lo pasamos como críos. Y hasta competí en velocidad con los dos chavales mientras Oscar hacía de árbitro.

Después del ejercicio, Oscar invitó a su quesito de bola a dormir la siesta, y Rafa y yo quedamos callados sobre nuestras tumbonas, hasta que el muchacho rompió el hielo diciendo que tenía sueño. A tal insinuación no cabía más que una respuesta y subimos a mi dormitorio. Como Dios me trajo al mundo me acosté en la cama, mirando al techo, y Rafa lo hizo a mi lado, boca abajo, mirando hacia mí. Lo miré también y me incorporé de costado apoyándome sobre un brazo. Le eché una ojeada y me paré en el badén que forma la espalda al unirse con el culo antes de llegar al hueso palomo. En su cuerpo no quedaba ni un solo rincón que el sol no hubiese tocado, y parecía tan suave que me sedujo enormemente. Olvidando el motivo crematístico de su compañía, tenía que reconocer que con aquella cara fina y ligeramente afilada, de nariz recta y perfectamente esculpida entre un conjunto de rasgos plenamente armónicos, hubiera podido servir de modelo a cualquier escultor de la Grecia clásica que pretendiese representar la belleza de la juventud del hombre. 

"¿Aprobado?". Preguntó Rafa.
"¡Sobresaliente!". Contesté yo.
"¿Y entonces cuál es el problema?". Siguió preguntando Rafa.
"Me gusta que me deseen y no que lo hagan por dinero... Siento mucho más placer cuando también disfruta mi pareja"
El chaval giró sobre su costado y me contestó: "Rafa lo hace por pelas, pero Paco no"
"¿Y quien es Paco?". Le pregunté como asombrado.
"El que está dentro de Rafa". Se explicó él.
"¿Y con cuál de los dos estoy?". Insistí.
"Con Paco". Afirmó.
"¿Y eso por qué?"
"No sé tío..... Eres diferente.... Y además me gustas. Lo que no suele ser normal en este oficio"
"Te advierto que aunque no hagamos nada Rafa va a cobrar igual". Dije.
"Tío... Olvídate de Rafa.... Me llamo Paco, soy marica y cuando encuentro un tío como tú me mola mogollón que me follé.... ¿Te hace?"
"¡Joder!... ¡Qué fuerte tío"
"¡Esto es lo que tiene que ponerse fuerte, cabrón!".

Dijo, cogiéndomela con una de sus manos de dedos largos y nudosos. Y al paso que se me endurecía, me recreé en sus pezones redondos, colocados en el punto exacto de un pecho plano y preciosamente modelado sobre un abdomen, tenso y esbelto, que procura reducirse en la cintura para alargarse luego hasta el sexo, flanqueado ya por estrechas caderas de las que parten sus piernas, minuciosamente torneadas desde el muslo hasta el tobillo, resultando todo el conjunto de una elegancia propia de Adonis. Su estatura, perfecta y de armoniosas proporciones, está ligeramente por encima del metro ochenta. Sin duda sería el canon ideal para esculpir a un chico de nuestro tiempo.

Rápidamente nos entregamos al placer y reproduje con manos y boca toda la envoltura de sus formas. Y colocados uno sobre otro, pero a la inversa, nos chupamos la polla y los huevos. Y quise conocer sus resortes eróticos y exploré también los alrededores del ano, averiguando su acusada sensibilidad en ese punto, Y, humedeciéndolo convenientemente, le profundicé con delicadeza en el agujero del culo, preparándolo así para los mayores deleites que vinieron después. 

Pasamos la siesta jodiendo hasta no poder más. Y en la penumbra vi la cara de Gonzalo sobre el rostro de Paco, despojado ya de la máscara de Rafa.
Los dos chulitos contratados por Oscar sabían comportarse en la cama y fuera de ella, sobre todo Paco, que me resultó especialmente encantador. Y por la noche quise invitarles a cenar. Fuimos a otro establecimiento, ya clásico en la isla, y a Paco se le veía feliz y no dejaba de mirarme. 

Mentiría si dijese que no me halagaba su devoción y respondí a ella con algún que otro mimo acogido con entrañable ternura por él. Pero lo que me causó mayor sorpresa respecto a Paco fue su enorme facilidad de adaptación al medio. y, principalmente, el hecho de que interviniese en la conversación sobre cualquier tema haciendo gala de una información y sensatez de opiniones poco habituales en un chaval de veinte años, casi sin estudios, cuya suerte en la vida no le había facilitado las cosas hasta la fecha. Quedé convencido de que podría participar en cualquier reunión, por sofisticada que fuera, sin desentonar lo más mínimo. Se adivinaba en él una magnífica materia prima para hacer realidad la historia de Pigmalión. En sus comentarios dejaba traslucir una particular concepción de la belleza (en absoluto desacertada según mi criterio) que compaginaba con un innato buen gusto, incluso en los detalles más insignificantes. Me parecía imposible que aquel niño se vendiese y al mismo tiempo guardase en su interior semejante sensibilidad y ternura. Lo cierto es que, según me contó después del polvo, la fatalidad no le había dejado demasiadas alternativas para sobrevivir totalmente solo desde que cumplió los quince años. Siendo su madre muy joven la dejó preñada un tipo, tan apuesto como sinvergüenza, que la abandonó en cuanto conoció la noticia sin que jamás hubiese vuelto a tener conocimiento alguno de aquel individuo. La chica, que trabajaba en una perfumería de Badajoz, las pasó putas para criar a su hijo sin ayuda de nadie, puesto que su familia vivía en un pueblo de la misma provincia y no era cuestión de aparecerle a su madre (que se mantenía con una exigua pensión de viudedad) con el pastel de tener que alimentar dos bocas más. Equivocada o no prefirió arreglárselas por su cuenta sin decirle nada a la abuela del niño, hasta que una enfermedad mal curada le proporcionó el descanso eterno cuando Paco tenía once añitos. Su única herencia fue una carta para su abuela, y se trasladó al pueblo con ella. Allí pudo continuar comiendo y estudiando mientras a la buena mujer no se le ocurrió la genial idea de reunirse en el cielo con sus seres queridos cuatro años más tarde.

Curiosamente, casi a la misma edad en que yo heredaba títulos y fortuna, Paco quedaba con una mano delante y otra atrás entre el cielo y la tierra, teniendo por todo capital el valor y la decisión de su madre y un espléndido físico (seguramente heredado de un hijo de puta al que nunca conoció ni falta que le hace). El chaval volvió a Badajoz y encontró trabajo de camarero en un bar de tres al cuarto, a cuyo propietario le faltó tiempo para llevárselo al catre a pesar de su tierna edad. La primera vez prácticamente lo violó y el pobre muchacho sacó una impresión nefasta de aquella experiencia. El jodido fulano sólo le hizo sentir asco y dolor, e incluso lamentarse diariamente que su belleza le causase tales desgracias. Un día no pudo resistir más y se largó por la puerta, sin reclamar siquiera el sueldo, y decidió irse a dedo hasta Sevilla. 

En la carretera lo recogió un tío joven y de aspecto agradable que lo trató con toda cortesía y amabilidad hasta que Paco rechazó que le pusiese la mano sobre el muslo. De nuevo se encontró tirado en la carretera bajo un sol de justicia y sin un puñetero árbol que le proporcionase un poco de sombra. Me confesaba que en ese momento solamente pensaba en terminar de una vez con su asquerosa existencia. Pero providencialmente divisó en el horizonte otro automóvil, que se detuvo sin que le hiciese la menor señal, y su conductora, una mujer de mediana edad muy agradable y simpática, lo invitó a subir llevándolo hasta el mismo centro de la hermosísima ciudad de Sevilla. Muy posiblemente una de mis predilectas en este país, en donde, bajo el influjo de su mágica luz, viví miles de anécdotas que ya contaré a su debido tiempo. 

A partir de entonces Paco vivió como pudo. Unas veces de camarero, otras de dependiente, y terminó de chulo sacándole partido al cuerpo que Dios y sus padres le dieron con tal generosidad que en un principio le acarreó hasta desgracias. Pero lo que sí hay que decir es que jamás perdió la ilusión por conseguir una vida mejor, y eso le ayudó a mantener la dignidad. Lo que no tiene nada que ver con ser puta. ¡Ya quisieran muchas señoronas y señorones tener la clase y la decencia de algunas furcias y putos!.

La mirada de Paco lograba conmoverme y no tenía que esforzarme nada para ser amable con él, que reaccionaba a la menor demostración de cariño devolviéndomela con creces. Y la calidez de su contacto hacía fácil acostumbrarse a tenerlo a tu lado.

La velada fue fantástica y le pregunté a Paco si quería volver a pasar la noche conmigo. Lo que aceptó de buen grado, y Oscar también invitó a Javi. Y, con la misma, nos fuimos los cuatro a casa para joder otra vez.

No sé como se lo pasarían Oscar y su queso rubiales, pero yo me encontraba muy tranquilo y a gusto con Paco. Nos acostamos muy juntos. Yo abrazándole muy fuerte y él, acurrucado entre mis brazos, respiraba sosegadamente como un chiquillo que se siente seguro. Apoyé la mejilla sobre su pelo liso y oscuro, y sin caer en la cuenta nos quedamos dormidos.

Un hilillo de luz me hirió en los ojos despertándome, pero permanecí quieto para no molestarle interrumpiendo su plácido sueño. Mi sexo me exigía amarlo físicamente y a duras penas me contuve para no hacerlo. Debió ser tanta mi ansiedad que, aunque él dormía profundamente, su miembro se despertó y excitó con ello aún más al mío. A punto estuve de descargar cuando un suspiro acompañó a su mano que se aferraba dulcemente a mi picha.
Abrí sus párpados a besos y bajé por la nariz para continuar en su boca introduciendo mi lengua. El también quiso hacer algo y no le dejé. Seguí mimando su cuerpo con toda la habilidad de mi boca; y con ella acaricié de arriba a abajo sus morenas nalgas y su espalda. ¡Preciosa redondez la de este culo!. Podía notar perfectamente como vibraba Paco gratificándose con aquello e intensifiqué el ritmo llegando a enloquecerlo. Intentó volverse y se lo impedí sujetándole los brazos y dejándolo a mi merced bajo mi cuerpo. Con la práctica que uno va acumulando con el tiempo y el oficio, la enfundé en la goma y abriéndole bien las piernas se la hinqué entera. Su reacción fue de dolor pero la pasión nos hizo rugir como bestias en celo. Y cabalgué sobre él hasta alcanzar los dos el mismo vértigo y sin dejar de sujetarlo con todas mis fuerzas. Los brazos le quedaron marcados por mis manos y su cuerpo por el mío; mas en nuestros rostros solamente quedaba la satisfacción de un buen polvo maravillosamente compartido. 

Tranquilizado el cuerpo y el espíritu, debíamos atender a otras necesidades y bajamos a satisfacer el estómago, que se había ganado un buen desayuno. Y a ello ya estaban dispuestos Oscar y Javi. Intercambiando las típicas bromas tras una noche de folleteo, comimos como leones y Javi nos dejó por otras ocupaciones, pero yo no dejé irse a Paco con él y le pedí que viniese conmigo a pasear por la isla. Cuando Oscar salió acompañando a Javi, Paco me dio un besazo estrujándome con su abrazo y volví a tener en mi cabeza a Gonzalo. ¿Qué diablos me había dado ese muchacho?. Paco, además de guapo (incluso más que él), era la dulzura en carne y hueso y muy simpático. Y entonces por qué no me dejaba en paz el dichoso Gonzalo. ¿Por qué olía su carne sin tenerlo cerca?. ¿Cómo es que oía su risa y escuchaba su voz a tanta distancia?. ¿A cuento de qué soñaba con poseerlo otra vez? 

Había ido a Ibiza a descansar y no me daba la gana de romperme la cabeza. Le metí prisa a Paco para que se vistiese y salimos los dos solos en uno de los coches de Oscar a disfrutar de nuestra mutua compañía sin ganas de aguantar ningún otro elemento extraño a ella.

La jornada no tuvo desperdicio. Estuvimos en mil sitios y en todos nos divertimos a tope. Si me hubiesen preguntado si aquel alegre muchacho era el Rafa del primer momento habría jurado que al tal jamás lo había visto. Aquel Paco nunca hubiera podido ser un chulo. Valía demasiado para que alguien pudiese comprarlo. Con él no tenía ningún tipo de complejos y en todas partes nos cogíamos las manos y nos dimos sin miramiento alguno más de un beso en la boca. En una pequeña tienda de ropa vimos unos pantalones cortos y, juntos en el probador, nos pusimos varios. Y atraídos por lo mucho que acentuaban nuestros encantos tales prendas, nos metimos mano todo lo que quisimos importándonos un pito lo que pensasen de nosotros. 

También estuvimos en la playa nudista, cerca de las salinas, y sobre la arena nos hicimos carantoñas como los novios, besándonos en todas partes y acariciándonos el sexo. Al final de la tarde estaba cansado y feliz, y sentía algo distinto por mi agradable acompañante. Incluso consiguió que no me acordase de Gonzalo ni echase de menos la ingenuidad de aquella mirada que me había entusiasmado desde el primer momento.

Como no nos apetecía salir para nada, cenamos en casa, y al terminar, mientras Paco estaba en el baño, Oscar me preguntó que pasaba con el chico. Yo no sabía muy bien que decirle y me limité a contestar que no era nada en especial. Inconscientemente mentía y me sentó mal que me recordase que sólo era un chulo.

"Conmigo no". Dije. "Y si lo fue con otros ya se acabó... Dudo que vuelva a serlo".

Añadí tajantemente como si yo tuviese alguna autoridad sobre la vida del chico. Cuando Paco volvió al salón nos animamos nuevamente y permanecimos allí un buen rato los tres tomando unas copas, comentando sobre lo divino y lo humano, y riéndonos de casi otro tanto.

Al irnos a la cama la noche se presentó intensa, tranquilizándose de madrugada y recrudeciéndose nuevamente después del amanecer. Ya no me atraía sólo su cuerpo sino todo él. Mejor dicho, la excitación sexual me la producía él con independencia de su indudable belleza física. Por eso en las noches que pasamos juntos nos amamos a oscuras con todos los sentidos de la imaginación relegando el de la vista. El olfato, el oído y el tacto fueron fundamentales en esta etapa de nuestra relación. Y la suma de nuestras energías culminaba en una auténtica explosión erótica. Su presencia en la negrura de la noche me daba una cálida tranquilidad y mi libido se electrizaba con sólo rozar su piel. 

Mi estancia en la isla, si bien no me dejaba tiempo para la programada meditación, transcurría con la calma y tranquilidad pretendida en inicio, y Paco era el artífice del bienestar que disfrutaba. Si salíamos de copas lo hacíamos serenamente, siendo simples espectadores de aquella fauna que pululaba a nuestro alrededor. Contemplábamos divertidos las pintorescas escenas de la noche ibicenca (aún a pesar de no estar todavía en temporada), y Paco me ponía al tanto de lo que ocurría en realidad bajo la apariencia de aquellos sofisticados seres, víctimas de su propia pretensión. Todo ocurría en nuestro entorno sin alcanzarnos, como si nos moviésemos ante un fondo azul sobre el que los otros ven la invención de una realidad sólo imaginada.

Alguna vez coincidimos con Javi, pero Oscar no volvió a requerir sus servicios, sino los de otros jovencísimos muchachos (muy guapos todos y en su mayoría desconocidos para Paco en su papel de Rafa) entre los que había un amplio surtido como en una botica. Uno de ellos llegó a pretender montarse un número gratis con nosotros dos después de habérselo hecho con Oscar por los cuartos.

La semana iba pasando apenas sin advertirlo y empecé a inquietarme por Paco. No podía permitir que volviese a lo anterior. y no por el hecho de que se acostase con otros, sino porque, de hacerlo, follase con quien le apeteciese a él, fuese por deseo o por amor. Llevármelo a Madrid hubiese sido precipitado y dejarlo sin más no me lo hubiera perdonado nunca a mí mismo. Así que tenía que decidirme por alguna solución que, además de viable, pudiese ofrecerle a Paco sin herir su dignidad, ni mucho menos sus sentimientos. Y, por otro lado, en mis sueños ya no sólo estaba Gonzalo sino también él, confundiendo o no uno y otro, o los dos fundidos en un solo cuerpo conmigo. Lo más curioso es que en todos esos días nunca deseé estar con otro ni me aburrió el sexo con Paco. Había sido monógamo durante toda una semana y la experiencia no me había desagradado en absoluto. 

Paco no parecía nada tonto y, según me había contado, no fue mal estudiante. Pero, por la razones ya dichas, no había podido seguir más allá de la Educación General Básica. Sin embargo, casi sin aprendizaje, habla inglés lo suficiente como para que le entiendan sin esfuerzos. Lo cual me facilitaba colocarlo como dependiente en una tienda de ropa que tiene en la isla unos buenos amigos míos y de Oscar. Al chico le pareció bien y Oscar también estaba dispuesto a secundar mi idea. Por lo que, sin perder más tiempo, me fui a la tienda de estos amigos para hablarles del asunto, acordando con ellos que tendrían a prueba al muchacho, y, según se le diese la cosa, lo contratarían hasta el final de la temporada; o por más tiempo incluso a la vista de juego que diese. Mucho más difícil me resultó convencer al chaval para que me aceptase un préstamo a cuenta con el fin de instalarse más cómodamente hasta que empezase a cobrar el sueldo.

Algunos le darían la razón a Oscar cuando dice que los que no cobran al final salen más caros. Pero no tiene que ver nada una cosa con la otra. Vender tu cuerpo o aceptar la ayuda económica de un amigo (sea o haya sido tu amante por más o menos tiempo) son temas totalmente distintos. Lo primero es un acto de puro comercio en el que se intercambia dinero por servicios. Lo segundo son actos de liberalidad por los que compartimos nuestros bienes con quien, independientemente del sexo, nos unen estrechos lazos de afecto y amistad. La riqueza sólo tiene valor si se disfruta haciendo partícipes de ella a los que te rodean y comparten de una forma u otra tu vida. Ni el avaro ni el miserable son ricos. Solamente atesoran dinero que no sirve para nada, puesto que nadie se beneficia de su riqueza. Ni tan siquiera ellos mismos.
Por eso el que ayudase a Paco, no sólo no podía entenderse como el pago por aquellos días inolvidables, lo que significaría pisotear su ternura, sino que era una ínfima redención por los privilegios que sin mayor merecimiento yo había heredado, mientras que él, como tantos otros, se veía abocado a buscarse la vida de cualquier forma, fuese o no correcta para quienes jamás se vieron en tal situación. El me dio una semana de amor sin pedir anda a cambio y yo le correspondí sin exigirle nada tampoco. Y, al margen de eso y sin que tenga ninguna importancia, quise compartir una pizca de lo mucho que me sobra y que a él le podía servir de alguna manera. 

Nuestra pasión fue intensa hasta el último minuto que pasamos juntos. Y la víspera de mi marcha, a mitad de la noche, me desperté con la impresión de que Paco lloraba o había llorado. Me incliné sobre él y parecía dormido. Rocé ligeramente su frente con mis labios y recosté mi cabeza, pegada a la suya, intentando vigilar el sueño de mi cariñoso amante.

No sé cuando me dormí. Y, entrada la mañana, fue la caricia de su boca la que me despertó. Parecía haber madurado a lo largo de la noche. Y, sin embargo, su cara traslucía más que nunca al niño que llevaba dentro su cuerpo de hombre. El hombre que inmediatamente me comí a besos y le hice el amor con frenesí.

Paco quiso acompañarme al aeropuerto y ninguno de los dos ocultábamos una cierta tristeza. Se nos humedecieron los ojos con el último abrazo y al verlo alejarse se me hizo trizas el alma.