lunes, 15 de febrero de 2010

Epílogo

Llegados a este punto no resta más que concluir esta parte de mis andanzas haciendo una breve recapitulación no tanto de los hechos, que han sido meras anécdotas para amenizar el relato, como de los pensamientos vertidos en sus páginas. Tampoco quiero extenderme en el epílogo más de lo que mi razón me aconseja. Y, por ello, he de procurar abreviar en lo posible las últimas consideraciones que aún me cumpla hacer aquí.
En todo tiempo y lugar, sin distinción de razas o sexos, si bien el amor consiste en un sentimiento, y por ello algo etéreo, la pasión de la carne no lo es tanto, y su fuerza es tan grande o más que la de éste. Y aunque ambos puedan andar a su aire de forma independiente, lo cierto es que nunca podrán acercarse a la perfección si los dos no se emparejan.
El discernimiento es cegado por el amor y la pasión lo obnubila. Y las dos cosas juntas, si además les añadimos los celos, pueden ser mortales. No olvidemos el triste caso de Otelo. ¿Pero qué sería del mundo sin esas cosas?. Una mierda. Creo que hasta se pararía la máquina de la historia. Porque también está en el amor y el sexo el fundamento de la misma vida, y no es un secreto que grandes batallas tuvieron su inicio en el reducido campo de una perfumada cama o en un vulgar catre. Que al fin y a la postre se utilizan para lo mismo e incluso el segundo puede dar más aliciente al asunto, pues no olvidemos que para ciertas lides el morbo es esencial.
Si algo tuvo claro el hombre desde la noche de los tiempos, es que con el poder y la fortuna se su lado le era más fácil follar aunque no fuese demasiado guapo. Y, desde luego, que tales atractivos podían suavizarle el paso de los años mientras le siguiesen adornando.
Y sin duda unos de los que mejor lo entendieron fueron los vikingos. Salían de razia para fardar delante se sus mujeres volviendo con los tesoros fruto de su rapiña para regalarles la vista y el deseo. Y una vez contentas a causa de tanta generosidad de sus hombres, las follaban a pierna suelta hasta desmayarse sobre ellas. Y también, aprovechando sus correrías, se follaban a las ajenas para humillar al prójimo y de paso mostrar a las suyas lo machos que eran. Y por encima, en vez de atizarles con los cuernos en sus testuces por cabrones, ellas se ponían orgullosísimas con las hazañas de sus sementales. Bien es verdad que si no lo estaban les daba igual, ya que por aquel entonces parece ser que la opinión de las mujeres, tanto en ese país como en cualquier otro, pintaba menos que la Tomasa de los títeres. Es decir, más bien poco. Desde luego, algo menos que ahora. De todas formas, entre ellos también debía haber mucho cachondeo con tanto viaje y tantos tíos fuertes y jóvenes con trenzas apretujados durante largo tiempo en un cascarón con una sola vela. Estoy por asegurar que más de un chavalito salía marcha atrás por la pasarela del barco, dado que en todas partes han cocido y se cuecen habas. Y si no corrían , maricón el último.
Los griegos, y luego los romanos, fueron más sinceros y se lo montaban a las claras, sin tapujos ni leches. Se sodomizaban a discreción y rendían culto al cuerpo masculino en el gimnasio. Como ahora, pero sin clembuterol. Es decir, todo más sano. Con baños, pero sin cuartos oscuros ni asfixiantes cabinas en las saunas, que allí se denominaban termas.
Lo de los baños lo calcaron estupendamente los turcos y les sigue yendo de miedo con ese asunto. Son cruce de culturas, y tanto en oriente como en occidente los varones practicaron el sexo y se amaron entre sí. 
A veces la modernidad no nos enseña nada. O al menos nada nuevo. Y creo que lo de tomar por el culo es tan antiguo como el mundo y si hubo y hay civilizaciones o grupos sociales que se rasgaron y se rasgan las vestiduras escandalizados por algo tan usual en todas las épocas y latitudes, es porque quizás son los que más tienen que ocultar y más les valdría relajarse y soltarse el pelo, que para cuando quieran darse cuenta ya será tarde para disfrutar.
El peor enemigo para una convivencia pacífica en el ámbito de las diferentes sexualidades es la hipocresía de una sociedad con moralidad trasnochada, en cuyas altas esferas todo se permite mientras no trascienda a las capas inferiores o el tema adquiera tintes de normalidad.
Lo más simpático es que, teniendo en cuenta la afición de los homosexuales por el consumo así como su nivel de vida bastante aceptable en general, la burguesa sociedad occidental consumista y fundamentalmente mercantilista, en la que nos movemos, ve en la comunidad gay un apreciado mercado para sus productos superfluos (sobre todo inútiles pero divinos) por lo que compensa ser tolerada mientras no resulte demasiado evidente o molesta. Precisamente la pega está en cuanto empiezan a hacer ruido y se empeñas en celebrar el día del orgullo gay y otras zarandajas por el estilo. Y no digamos si se empecinan en reclamar los mismos derechos que las parejas heterosexuales (ya sean de hecho o de derecho), por que entonces la cosa se pone muy peliaguda. Hombre, no es que haya que perseguirlos o matarlos como en otros tiempos, dicen los intachables y probos ciudadanos defensores de la moralidad  y las buenas costumbres, pero que tengamos que considerarlos iguales a nosotros es demasiado. ¡Eso sería un escándalo para todos!. ¡Y más para los niños!. No cesan de repetir las fuerzas vivas de la sociedad tradicional y conservadora.
Y, sin embargo, hay que reconocer que donde los gay asientan sus reales consiguen adecentar y humanizar el barrio embelleciendo sus casas, abriendo bonitas tiendas y restaurantes que no cierran por falta de clientela y cafés llenos de encanto, coquetería, música y jolgorio diurno y nocturno. Y algún que otro tugurio nada edificante ni bucólico, todo hay que decirlo. ¿Pero qué sería la vida para un homosexual sin la sal y la pimienta propias del gueto?. Sea como sea da gusto ver la alegría se esos balcones floridos y de los personajes multicolores que pululan por los lugares de ambiente, perfumando el aire con sus etéreos vapores y sus gracias de tarlatana y muselina. Es verdad que hoy se lleva menos la languidez (menos en los gay que salen en las televisiones chismorreando de otras gentes cuanto se les antoja), y lo normal son los tíos tanto o más varoniles que los que van por la calle enganchados a una mujer. Pero en el ambiente, por mucho músculo y bigotes que veamos, sobrevuela un algo que marca la diferencia con los individuos de diferente tendencia genital. Es decir, aquellos a los que le sale de los huevos no joder con los de su mismo sexo.
Ahora, si hay algo característico en un homosexual es lo que le gusta poner flores por toda la casa. Cualquier tarrito le sirve para arreglar un precioso florero. Y eso indica una sensibilidad especial para rodearse de belleza por insignificante y perecedera que sea. Algunos tienen una exagerada tendencia a vivir en mundos de fantasía, pero generalmente no hacen mal a nadie con sus sueños de grandeza. ¡Qué más da que hayas muchas reinas y alguna que otra princesa!. ¡Qué importancia tiene que se crean más o menos divinísimas!. Y en el fondo lo son. Vamos a ver. ¿Por qué no vamos a ser todos maravillosos?. ¡Acaso no se creen eso todos los personajes que salen en los medios de comunicación echándose flores unos a otros continuamente!. ¿Ya está bien de novelas y películas sobre la homosexualidad en las que se masca la tragedia desde el principio y todo se desenvuelve en un mundo cutre, sórdido y marginal. E impepinablemente al final uno o varios mueren como escarmiento para los mariquitas depravados. ¡Tampoco es eso!. Hoy día a la mayoría de los homosexuales no les pasa nada anormal en sus vidas y les encanta el lujo, la sofisticación y los finales felices. Hombre, pueden romper con uno o más novios, pero tampoco es para darse golpes contra la pared .A no ser que se trate de una histérica, claro. En los tiempos que vivimos, un gay es una persona con una existencia de lo más corriente y normalísima, y suele tener una casa y unos ingresos por encima de la media. Puede que sea por no tener hijos (que además no le dejan adoptar), pero la tiene. También viaja más que los heteros con idéntico poder económico, y suele gastar más en cosas consideradas de primera necesidad para un gay, tales como publicaciones de prensa, música, libros, colonias, trapos, potingues, copas, cine, teatros, etc. Todo cuanto pueda alimentar su cultura y distraer su ocio. Y, sobre todo, tira la casa por la ventana cuando se trata de objetos meramente decorativos e incluso a veces algo molestos, pero, eso sí, que son una innecesaria monería. ¡Una absurda divinidad!. Luego, como todo mortal, se enamora. Puede que algunos lo hagan con demasiada facilidad y frecuencia, pero quizás se deba a su gran corazón desbordante de capacidad amatoria. ¿Y acaso hay algo más normal que follar?. ¿No es una función fisiológica sanísima?. ¿Entonces dónde está el problema?. Que lo hacen con más regularidad que los no gay, pues lo siento por los machitos, pero si no pueden follar como los no tan machos que se jodan o le den a pluma y a pelo y así tendrán más campo donde elegir. Y más de uno lo hace, desde luego. En cuanto deja a la novia en casa o pierde de vista a los amiguetes se va en busca de un buen rabo que le refresque la calentura. Y lo que suele pasar en estos casos es que les va la pluma, y por eso se acuestan con cuanto tío se les pone a tiro, y el pelo lo siguen practicando para disimular y convencerse de su propia hombría, aunque sólo sea de cuando en cuando y con su mujer nada más, que también es frecuente el caso.
Volviendo al hilo de la cuestión, no podemos consentir que gentes bien intencionadas pretendan hacernos creer que ser homosexual es algo trágico y de horribles consecuencias. Ser gay es lo más corriente que puede suceder y de suyo en la mayoría de las familias se da el "fenómeno" con abrumadora frecuencia. Y por eso la sociedad debe llegar a aceptarlo con toda normalidad, sin estridencias ni esas salidas de tono que ya no se justifican en estos tiempos.
El vínculo amoroso entre dos mujeres o dos hombres es tan natural como la vida misma y todo intento por desnaturalizar cualquier variedad del amor es un pecado contra la propia naturaleza de la humanidad.
El amor es bello en su esencia y por definición y la maldad sólo vive en la mente de quien la concibe. Y, por tanto, el amante no puede ser víctima de la desviación, porque el amor es fruto del espíritu y éste no tiene sexo. Y por lo que a la atracción física se refiere, nos la impone la naturaleza de cada cual y en ella no cabe aberración. De donde se deduce, que lo único aberrante es intentar corregir al falso aberrado.
Y como no quiero dar más el coñazo, voy a poner fin a tanta parida terminando este epílogo aquí y ahora.
Es posible, yo diría que casi seguro, que tendré más vicisitudes amatorias y otros mundanos avatares que contar, y por eso prefiero no agotar tan pronto a mis lectores y darles un respiro dosificando cuidadosamente las sucesivas entregas de mis memorias. Porque, de lo contrario, se me acabaría enseguida el cuento y a ver que me invento después para continuar estirando el rollo.

Por lo dicho y sin otro particular que no sea recordar que cualquier parecido de esta historia con la realidad es pura coincidencia, atentamente y hasta la próxima,




             El barón de Idem 




domingo, 14 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XV

Llegamos en avión a Roma y recorrimos en coche gran parte de la península siguiendo la huella del renacimiento. No nos quedó por visitar ni una sola de las ciudades estado de la Italia medieval, llegando hacia el norte hasta la imperial Trieste. Y, por supuesto, también estuvimos en el antiguo reino de Nápoles, donde alguno de mis antepasados hizo más de una hazaña tanto de cama como de espada, según cuentas las crónicas familiares. Como decía Gonzalo cuando a la vuelta se lo contaba a sus amigos, fue de mil pares de cojones, aunque quedamos un poquito hartos de tanta pasta.

Pero lo más significativo fue que, estando en la Venecia ducal y bizantina, celebramos el cumpleaños de Paco con una particular fiesta en la que los tres (en la más absoluta intimidad y al compás del "Carmina Burana" según Carl Orff) nos unimos en matrimonio.

En un apretado y triple abrazo, nos prometimos amor y sexo, y, sobre todo, mantener entre nosotros una leal amistad para toda la vida. Y los tres, cara a cara, pusimos claras las bases de nuestra relación, sin derechos ni obligaciones que nos atasen, basándola fundamentalmente en la pervivencia e intensidad de la atracción existente entre nosotros. Y ese pacto lo sellamos con los mejores deseos de que el rescoldo de esa pasión tuviese la fuerza suficiente para calentarnos el resto de nuestras vidas. Después, transportados por las notas del "Amor brujo" de Falla, follamos hasta que vimos amanecer sobre el Gran Canal.

Pero la verdadera celebración del casorio no podía tener otro escenario que Fontboi. Mi casa, y ya la de mis dos amantes por el derecho más firme y mejor adquirido del mundo, tenía que ser testigo de esta unión y volver a celebrar en sus salones las bodas de su barón. Y por eso pasamos una semana allí al regresar de Italia.

Con la excusa de celebrar nuestra estancia en el pazo, ordené que nos preparasen una cena sólo con mariscos de mi tierra y vinos blancos de las rías bajas. Pedí a Clara que cubriese la mesa con manteles blancos de hilo de Holanda y pusiese la vajilla francesa con copas de Bohemia y los cubiertos de plata blasonados con mis armas.

Cuando estuvo todo listo, hice que dejasen las viandas sobre el aparador y la mesa, cubriendo debidamente los platos que debíamos comer calientes, y, una vez solos en la casa, comenzamos con los percebes, gordos como pulgares, ingiriendo pausadamente su carne caliente mientras nos deseábamos con los ojos. Seguimos con los camarones de la ría de Vigo, rojos y largos como dedos, y después dimos cuenta de las centollas de la zona del Morrazo, pesados y carnosos, aún con algas pegadas a los pelos de sus patas. Y también de las cigalas traídas desde Marín, gordas y sonrosadas y con las cabezas llenas de huevas rojas como el coral. También había nécoras, fundamentalmente hembras. y, desde luego, no podían faltar las grisáceas ostras de Arcade, todavía vivas, colocadas sobre piedras de hielo. Las langostas de la guardia, de un tamaño terciado, las comimos con dos salsas, y terminamos con almejas de Arosa a la marinera y vieiras de Bueu al horno. De postre tan sólo tomamos fruta del tiempo.

Terminada la cena, Gonzalo y yo retiramos todo lo que había sobre el mantel y, desnudándonos previamente, fuimos quitando pieza a pieza cada una de las prendas que vestía Paco esa noche. Despojado de todo, lo colocamos panza arriba sobre la mesa, y entre los dos, armados de espuma y maquinilla, le afeitamos el pubis completamente. Limpiamos bien los restos de jabón y ambos lamimos la parte rasurada, sensibilizada por la falta de vello, causándole un insoportable placer que le obligaba a moverse como una lagartija. Decidimos atarlo para evitar que se moviese, y, luego, cada uno eligió la parcela de Paco que prefería saborear, sin salir todavía de la parte delantera Y, al poco tiempo, coincidimos otra vez recorriendo con los labios el perfil de su cara.

Sin decirnos palabra, Gonzalo y yo coincidimos en darle la vuelta y continuamos nuestra labor como dos fieras que jugasen con la carne de su pieza antes de devorarla. Acariciamos todo su cuerpo admirándonos aún más de su belleza, y Gonzalo se colocó delante de él haciendo que se la mamara. Paco, sin resistirse, abrió la boca y dejó que el otro muchacho le introdujera en ella la verga, tiesa y altiva como un estandarte antes de entrar en batalla. Si algo hace bien Paco es chuparla, y pronto consiguió que Gonzalo levitase un palmo del suelo. Yo, con mi polla brillante de deseo, preferí hacerle gozar a él y me apliqué en su espalda como si fuera una gata limpiando el lomo de su cachorro. Cuanto más cachondo se ponía, más extendía yo mi campo de acción, llegando hasta las plantas de los pies, cosa que de sobra sabía que lo desarmaba sin remedio. Teníamos los testículos a reventar y, librándolo a medias de sus ligaduras, le dijimos a Paco que se pusiese a cuatro patas. Y fue Gonzalo el primero en calzarlo colocándose de rodillas sobre la mesa. Vi como aquel brutal instrumento de lujuria iba entrando en el recto de Paco, y le rogué a Gonzalo que se lo hiciese dulcemente y sin prisas, casi como si se tratase de la ceremonia de iniciación homosexual de un adolescente. Mientras Gonzalo lo fallaba, me recreé viendo el placer reflejado en el rostro del enculado, que a intervalos abría los ojos pidiendo con ansia mis besos, aumentando aún más mi locura. Me dio la impresión que Gonzalo ya no podía contenerse y arranqué su verga del cuerpo de Paco, apretándole los cojones para que no terminase antes que nosotros, para tomar de inmediato el relevo llenando el agujero violentamente desalojado.

No pasó mucho tiempo sin que cambiásemos de postura y lo hicimos de frente con las piernas del chico levantadas hacia el techo, que es como mejor suele entrar, indudablemente. Volví a dejarle el turno a Gonzalo, que se lo hizo también en la misma postura, y terminamos los tres de rodillas encima de la mesa masturbándonos mutuamente y pringando todo el mantel con nuestra sabia, que de puro espesa parecía nata.

Toda la atención la recibió Paco en homenaje a su amor sin reservas y sin condiciones. Y más que dominadores, quisimos ser esclavos de su fantasía y su deseo. Deseábamos ante todo su placer, pero él lo vivía transformado en el nuestro. Con Paco era prácticamente imposible no recibir más satisfacción de la que le pudieses dar. Y por eso era lógico adorarlo desde el primer momento. Siendo bellísimo por fuera, su alma era aún mucho más hermosa.

Quien vino a vernos, en cuanto se enteró que estábamos en el pazo, fue Germán, y comió con nosotros un par de veces. El chico cada día estaba más majo y estoy seguro que pronto encontrará a uno que lo despabile y se lo como crudo con patatas. Es un adolescente la mar de rico, y me gustaría que encontrase a alguien como él y que sepan ser felices como es debido.

Desde entonces hemos vuelto a Fontboi con frecuencia, porque a mis dos amores les agrada el lugar (sobre todo a Paco que es el mejor consorte que un barón de Idem haya podido encontrar a la hora de asumir tal papel en la casa) y sienten como yo que por algún motivo ancestral es nuestro verdadero hogar. Paco se mueve y actúa en el pazo con la soltura de quien nació para vivir en un palacio. Es el auténtico señor de la casa y todo el mundo obedece sus órdenes sin cuestionar su autoridad lo más mínimo. Y sus dotes de organizador quedaron patentes cuando en el verano siguiente invitamos a nuestros amigos más íntimos a pasar un largo fin de semana en el solar de la baronía. El lo organizó todo y Gonzalo y yo nos limitamos a seguir sus instrucciones, al igual que las personas encargadas del servicio de la finca. A todos nos encomendó una misión, e hizo que todo fuese encajando en el sitio exacto como en un rompecabezas. Mi abuela paterna diría que así debe ser una perfecta baronesa de Idem. Lo malo es que para eso le sobra la pilila. Al menos mientras en este país el matrimonio legal no sea una realidad para las parejas del mismo sexo. Y es de esperar que tal discriminación se corrija cuanto antes.

Durante esos días, vinieron como invitados a Fontboi: Pedro, que se trajo a un amigo (Ramiro), pero nada serio según él. Enrique y Raúl. Alberto con Miguel, que la cosa parece que va funcionando bien. Armando y Vicente, cada vez más cachas y con las camisetitas más ajustadas, pero tan majos como siempre. Cris con Juan José, su marcadito perfumado por el que cada día está más colado, aunque siga con algún devaneo de los suyos y afirme que su relación es diferente de lo habitual. Juan y Alfredo, que van muy en serio desde la fiesta en casa de Pedro. Carlos vino solo, porque le falló un ligue en el último momento. Y Ricardo se trajo a un jovencito monín, que casi no abrió la boca y ni recuerdo su voz, llamado Castor.

A quien también invitamos fue a Germán (que siempre está con nosotros en cuanto llegamos a Fontboi), que, además, ayudó a Paco en todo lo necesario para disponer la fiesta.

La verdad es que resultó divertido y todos quedamos satisfechos en el más amplio sentido de la palabra.

No hubo bacanal multitudinaria como en la fiesta que organizamos Cris y yo, pero por las noches todos nos lo montamos estupendamente con nuestros acompañantes respectivos, oyéndose más de un gemido subido de tono e incluso gritos orgiásticos. Hasta Carlos amanecía con cara de gozo, ya que se lo montó con uno de Orense (Martín) que se ligó la primera noche en un bar de ambiente polivalente de esos donde la mayoría entiende, por supuesto. Porque en Orense también se liga. ¡Puedo asegurarlo!. Pero ahora no viene al caso contar más historias de sexo.

El único que dormía solito, y supongo que matándose a pajas, era Germán, que aún le queda tiempo para complicarse con las cosas del amor. En cuanto cumpla los dieciocho años lo llevaremos una temporada a Madrid y ya tendrá oportunidades para perder su inocencia como mejor le convenga.

Y también en Fontboi, sentado ante mi mesa de trabajo y a punto de rematar la primera parte de este cuento, he de añadir que, contra todo pronóstico inicial, el lío a tres va durando, sin grandes conflictos que no puedan tener solución, y estamos logrando que la convivencia diaria no anule nuestra capacidad para transigir y sorprendernos mutuamente con esas pequeñas amabilidades que nos hacen la vida mucho más agradable.

Las vivencias compartidas han enriquecido nuestra personalidad y vamos atesorando nuevas experiencias surgidas de nuestra imaginación calenturienta.

El final de aquel primer verano, en que iniciamos nuestra aventura amorosa, cambió la relación de Gonzalo con su familia, ya que efectivamente le planteó a su madre la situación, sin darle opción a ninguna otra componenda que no fuese venirse a vivir con nosotros a todos los efectos y consecuencias. La mujer le montó el número en plan tragedia, pero, ante lo irremediable, le rogó que no le dijese nada al padre, porque era preferible que fuese ella quien se o explicase con más tiempo para que lo pudiese entender. Estoy convencido que el padre lo hubiese comprendido desde el principio, pero Gonzalo accedió a que se encargase su madre de cumplir tan delicada misión. Y que no sabemos como lo hizo exactamente, dado que, aunque el chico ya no convive habitualmente con ellos desde entonces, en la primavera siguiente el buen señor parecía no haber caído del guindo todavía, o lo disimulaba muy bien. Con sus hermanos fue mucho más simple desde el principio dado que nunca les ocultó sus tendencias. Pero ya se acabaron los tiempos en que Gonzalo no podía quedarse todas las noches con nosotros y ahora, lo extraordinario, es que duerma en casa de sus padres. Poco a poco la situación se ha ido normalizando, incluso desde el punto de vista económico, puesto que tanto Paco como yo preferimos que, mientras siga estudiando, dependa principalmente de nosotros y no de su familia, aunque él también se busca la vida dando alguna clase particular. Si nuestra relación es auténtica, ha de serlo en toda su extensión y no a medias.

Ahora, una vez que su familia tiene claro de que va el rollo, todo es mucho más sencillo y hasta les resultó menos duro que siendo el hijo mariquita, sea un barón con pelas quien le dé por el culo. Y, mira, si eso ha servido para suavizar el conflicto al muchacho, desde luego no iba a ser yo quien albergase el menor reparo en presumir de ello. Me refiero a lo de ser barón y tener pelas, no a lo arreglarle el culo al niño. Y mi suegra por esa banda (y única, ya que Paco es huérfano) está encantada de poder contarle a sus amigas que Gonzalito es muy amigo de un barón muy rico. Lo que ya no me creo es que les diga que clase de amistad tiene con el acaudalado aristócrata, que también es varón. Pero eso a nosotros nos trae al fresco. ¡Lo que daría la buena señora porque yo o su hijo fuésemos hembras y pudiese celebrar una boda en toda regla. Quien de los dos fuese barón o baronesa ya tendría menos importancia. Que diga lo que quiera y que nos dejen vivir a nuestro aire sin interferencias de ninguna clase.

Pero si algo no esperaba, es que tácitamente fuésemos cada uno adoptando determinados roles. Por ejemplo, Paco cada vez asume más su papel de cónyuge y a Gonzalo le queda mejor eso de ser amante. Con lo cual a mi no me queda más remedio que ser al mismo tiempo marido y amante. En lo que si coinciden los dos es en lo bien que se llevan con la suegra que les toca por mi lado. Mi madre lo pasa divinamente cuando está con ellos y sobre todo yendo de compras con Paco, que cada día tiene un gusto más refinado. Y como ahora sólo trabaja por las mañanas, lo llama para que vaya con ella cuando le apetece tarde de tiendas. Imagino que alguna mala pécora pensará que la señora se ha largado un chulazo de libro, pero tampoco es cuestión de que mi madre tenga que ir acallando lenguas diciendo por ahí que el chulo es de su hijo. Una de las mayores debilidades de mi madre es rodearse de gente guapa y cualquiera de mis dos machacantes dan la talla suficientemente. Por eso le gusta invitarnos a su casa y le ilusiona que la saquemos de paseo por los bellos alrededores que tiene Madrid.

Y no quiero ni contar lo que disfrutó cuando se apuntó a ver un partido de balonmano en que jugaba Gonzalo. Todos le parecían que estaban para mojar pan, pero el que más Gonzalito. Pocas veces lo había visto en todo su esplendor físico, y menos con tan poca ropa. Y lanzándome una miradita de complicidad, me dijo:

"Hijo mío. ¡Ese niño está como un cañón!"
"Lo está , mamá. Lo está". Contesté. "Y éste también". Añadí señalando a Paquito.
"¡Este es guapísimo!".

Dijo mi madre, besando en la mejilla al chico que no podía ocultar su emoción ante los cariños de ella.

Mi madre es muy señora, pero no es tonta en absoluto y sabe apreciar la belleza del hombre en lo que vale. Jamás entendí por qué no se volvió a casar, y espero que algún día me lo explique. Sospecho que la pérdida de su último hijo antes de alumbrarlo, seguida de la repentina y mortal enfermedad de mi padre, impidieron cualquier posibilidad de sentimiento amoroso que no fuese el materno, centrando desde entonces toda se atención dentro de su entorno familiar. Por otra parte, mi abuelo siempre reclamó de su hija una dedicación un tanto desmedida, intentando absorber en exclusiva sus cuidados. Sobre todo desde que quedó viudo. Pretendiendo de la hija más devoción de la que nunca le había deparado su mujer. ¡Pues buena era la catalana para esas cosas!. ¡Y a buenas horas iba a soportar ella los innumerables caprichos del marqués!. A la primera de cambio se largaba con viento fresco a darle un repaso a sus posesiones en Madrid y Cataluña. Y si al otro le parecía bien, mejor. Y si no, que le diesen morcilla, porque a mi abuela le importaba un pito lo que pensase su marido. Aunque ella no desatendía sus negocios, lo más importante del mundo era su hija. Y en contra de la opinión tan extendida de que para un catalán la pela es la pela, no era interesada en absoluto, ni mucho menos agarrada. Sabía como sacar rentabilidad al dinero, pero también conocía mil maneras de gastárselo admirablemente, y siempre fue generosa con todos. Naturalmente que quería a su marido y estaba pendiente de él, pero también lo conocía bien y sabía colocarlo en su sitio para que no se desmadrase demasiado. Al marqués siempre tuvo que atarle muy corto, ya que el lema de mi abuelo es: primero yo, después yo, y detrás el resto. Incluso con su propia hija, aunque ella no quiera reconocerlo.

Y volviendo a mis amores, sólo puedo afirmar que soy enteramente feliz en mi doble matrimonio, y no cambiaría mi situación por nada ni por nadie en este mundo. Que de momento es el único que conozco.

Ciertamente mi vida ha cambiado, como también la de Gonzalo y la de Paco. Pero al menos por lo que a mí respecta, el cambio ha sido para bien, y creo que para ellos también. Y no me refiero al aspecto crematístico.

Quizás lo único que echo de menos es vivir en el piso de Rosales, ya que, al ser tres, para mayor comodidad tuvimos que cambiarnos a una casa más espaciosa. No me deshice del otro, pero ahora vivimos en un ático mucho más grande, también con una espléndida terraza (como sueña todo gay que se precie), situado detrás de la Academia y frente al Retiro. La zona tampoco está mal, y sobre todo fue el que más le gustó a Paco, que en esas cosas es quien manda. y él y mi madre fueron los principales artífices de su arreglo y decoración. ¡De cine, pero carísima!. Y sin rechistar, porque a la mínima me tildaban de tacaño. Gonzalo y yo también metimos baza, pero nos costó trabajo hacerlo y mucho más salirnos con la nuestra en algunas cosillas. ¡No muchas, la verdad!. Porque con Paco y mamá juntos no hay quien pueda. ¿No saben freír un huevo, pero son divinas las dos!. Y como el único que cocina algo es Gonzalo, se hizo necesario tener servicio permanente, incluido un simulacro de mayordomo. ¡Tenemos a la peña alucinada con lo finos que nos hemos vuelto!. Sólo falta que cuando llamen por teléfono les digan: "Residencia de los Idem. ¿Dígame?". ¡Sería lo máximo!. Habría quien se lo tomase a pitorreo, pero sería mucho peor si les dijesen: "Residencia de los del Trullo. ¿Dígame?". Bien mirado eso del Trullo es una pasada. Lo ideal sería convencer a mi abuelo para que le transfiriese el título a mi hermano. ¡Qué putada!. Y seguro que a mi cuñada Merce se le haría el culo gaseosa siendo la condesa del Trullo. La pobre es así y se pirra por las grandezas familiares aunque realmente todo eso sea una patochada. Como no heredes también cuartos para sacar brillo a los blasones, estás apañado. Ya puedes hacer astillas con el escudo y calentarte con sus restos en invierno a falta de leña para la vieja chimenea sobre cuya campana luce el pendón.

Pero es preferible dejar nuestra nueva casa para mejor ocasión y por tanto pasaré del tema en esta parte de mi historia.

Naturalmente no puedo pronosticar que podrá suceder de aquí en adelante. ¿Pero para qué amargarme la ilusión de verme amado?. ¿No podría disiparse el espejismo si nos acercamos demasiado a ver si existe?. Mientras lo que creemos amor nos satisfaga, por qué vamos a cuestionar su intención. ¿Acaso el amor surge, o se va configurando en nosotros a medida que intimamos en una relación?. ¿O por el contrario, es la atracción por el otro la que se consolida con el tiempo en vez de surgir al primer golpe de vista?. Pero lo más importante es entender que el amor no puede estar regido ni por una exclusividad impuesta, ni mucho menos por la idea de posesión y dominio sobre alguien como si se tratase de una propiedad inmobiliaria. El amor es un sentimiento que sólo perdura en régimen de libertad absoluta. Solamente es amante quien voluntariamente quiere serlo por amor a otro ser y desea serlo mientras dure ese amor. Y la infidelidad no consiste en follar fuera de la pareja, sino en traicionar la confianza en que se sustenta el amor. Acostarse con otro no importa si ello no supone engañar a tu amor violando el pacto previo de debe existir entre los amantes. Amor, pasión, o también el morbo del vicio, todo influye y debe haber un poco de todo eso para que el gusto por el sexo dentro de la pareja continúe.

Y eso es lo que yo espero que ocurra. Que, parafraseando un galimatías, mientras dure dura, que dure. Y luego ya vendrán tiempos mejores, porque jamás ha llovido sin que escampe luego, dejando un aire limpio con ese olor a tierra mojada que nos refresca y perfuma el alma.

viernes, 12 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XIV

Gonzalo solamente podía quedarse en Madrid un par de días, porque no tenía más remedio que ir a la sierra y dedicarle al menos dos semanas a su familia. No le hacía ninguna gracia, pero la obligación es antes que la devoción, como dice Germana, y, para que le resultase menos dura la separación, prometimos llevarlo hasta allí y quedarnos con él el resto de la jornada, además de ir a verlo con frecuencia. Por otro lado, Paco y yo teníamos que empezar a trabajar y no podíamos estar bailándole el agua al chiquillo todo el día. Al fin de cuentas no era cosa del otro jueves que estuviese unos días con sus padres, ya que pronto estaría de nuevo con nosotros, y al final del verano les había invitado a los dos a ir de viaje por el extranjero, donde le diese la gana a ellos
.
Yo quería que nuestra convivencia se afianzase lo antes posible y por eso me pareció conveniente hacer otro viaje juntos, puesto que los tres solos, fuera de nuestro ambiente habitual, pondría a prueba nuestra capacidad de entendimiento y comprensión.

La última noche que Gonzalo pasó con nosotros fue intensa y me di cuenta que hacía lo imposible por mostrarme su amor más que nunca. Estaba especialmente sensible a mis besos y caricias y quiso tenerme dentro el mayor tiempo posible. Paco, siempre generoso, ni le escamoteó atenciones ni mucho menos intentó privarle de las mías, pero yo me las arreglé para que ninguno de los tres quedase desplazado.

El polvo fue la leche, y Gonzalo quedó dormido abrazado a mí como para no perderme. Y por la mañana, antes de salir de casa, cuando ya nos íbamos a la sierra, me abrazó, con unos morros terribles, protestando por su marcha y diciéndome que iba a dejar las cosas muy claras con sus padres, ya que él también tenía derecho a elegir con quien deseaba vivir. Y, desde luego, no eran ellos sino nosotros. E inmediatamente besó a Paco con fuerza, apretándolo contra su pecho como si quisiese llevárselo dentro, y le preguntó:

"¿Te acordarás de mí?"
"¡Claro!". Contestó Paco con cierta tristeza.
"No olvides que te quiero mucho"
"Ni tú tampoco". Dijo Paco en tono exigente.
"Eso nunca mi amor"
Se besaron otra vez, y refiriéndose a mí con un gesto de cabeza, Gonzalo volvió a decirle a Paco: "Cuida de ese cacho golfo"
"No te preocupes por él". Contestó Paco.
"¡Y no abuses del chaval en mi ausencia!". Añadió Gonzalo mirándome.
"No sufras que le daré lo justo". Le dije. Pero Paco saltó como movido por un resorte: "¡Y una mierda!. Tú me darás lo que a mí se me antoje". Y añadió dirigiéndose a Gonzalo: "Descuida que quien va a abusar de él soy yo. Y tú ya tendrás lo tuyo cuando vuelvas"
"Anda, cabronazo, que pensaremos todos los días en ti. Venga. Dame un beso". Y le apreté el culo a Gonzalo besándole la boca.

Cumplimos lo prometido y pasamos casi todo el día en la sierra. Y al regresar a Madrid quise que Paco conociese la buena vida, que sólo pueden costearse los ricos, y nos fuimos a cenar a un elegante y precioso restaurante al aire libre. Procuramos divertirnos y pasarlo en grande pero a la mínima salía a relucir Gonzalo y la melancolía se nos asomaba a los ojos.

Antes de volver a casa nos tomamos unas copas, y en uno de los bares dimos con Cris que andaba muy solo.

Al vernos se le animó la cara, aunque se le veía apagado y, cosa rara en él, no intentó meterle mano a Paco ni le hizo proposición alguna. Me extrañó su soledad y me preocupó mucho su actitud; y tuve que interrogarle para que soltase a que se debía aquello. Y la cosa no dejaba de tener su gracia. Resultaba que uno de sus últimos ligues le estaba dando caña y se moría de celos pensando en que podía estar follando con otro. Yo no daba crédito a lo que oía y quise saber más.

"¿Y quién es?". Pregunté.
"Una pequeña que conocí hace unas semanas y me la follo a lo bestia"
"¿Y ya no quiere?"
"Sí. Pero viene a casa a que la folle solamente dos días a la semana y el resto vete tú a saber lo que hace"
"¿Y desde cuando te preocupa lo que hagan luego?"
"Con este sí, porque a pesar de que le puse las cosas claras diciéndole que no estaba dispuesto a dejar de ligar con otros, y que él hiciese lo mismo, ahora me recomen los celos tan sólo con verlo hablar con otro. y el muy cabrón me llama para quedar conmigo y luego no aparece. Como ya te dije, creo que me está puteando a propósito y me tiene hecho polvo"
"Osea que has caído como un pimpín. ¡Si no lo veo no lo creo!. ¡Tú encelado como un colegial!. ¡Qué hábil tiene que ser el muchacho!"
"Es una preciosidad, todo marc...."
"Ya. Lo de marcadito se da por supuesto. ¿Y cómo se llama?"
"Juan José... Y va muy a la moda y siempre huele muy bien"
"¡Osea, que le gusta todo lo que a ti te repatea!"
"Más o menos. Pero me encanta y echamos unos polvos de muerte. Lo malo es que me descompone cuando lo veo de copas con los amigos. Y ya le he dicho que si follo con otros es por su culpa. Porque prefiero hacerlo con él. Y si lo tuviese a mano pasaría del resto de mis ligues"
"¡Me dejas desolado, porque veo que eres una auténtica víctima!... ¿pero cómo se te puede hacer eso a ti?"
"Ya ves. Que me tiene encoñao la puta pequeña"
"¡Lo tienes claro, majo!"

Daba pena verlo en aquel trance. Pero menos mal que apareció otra pequeña que le sonrió al pasar y no lo dudó tres veces para ligársela y llevársela al catre. Por si acaso la otra lo engañaba, dijo.

Al quedarnos solos, y aún a pesar de vernos rodeados de gente, pensamos que los más prudente sería retirarnos a dormir para estar frescos y relajados por la mañana. Se entiende que previamente tendríamos que coger el sueño jugando en la cama un ratito más bien largo, y así lo hicimos. Jugamos un juego eterno e inmutable practicado desde el principio de la vida y que seguirá en boga hasta el fin de los tiempos.

A mediodía fui a buscar a Paco a la tienda. Y, mientras almorzábamos, me contó todas las peripecias ocurridas en el trabajo como el niño que cuenta con pelos y señales lo sucedido en su primer día de colegio. Lo principal era que estaba contento, ya que eso de los trapos siempre le moló cantidad. Y le escuchaba bebiéndome su cara sin perderme ni uno solo de sus gestos. Cada día que pasaba me encandilaba más el chico y notaba que cuanto más conocía su alma mi amor por él iba en aumento. Cuesta trabajo hacerse a la idea de que alguien así vaya perdiendo su generosa hermosura con los años. Puesto que todos con el tiempo dejamos de ser tan bellos y espléndidos como lo fuimos en nuestra juventud. Y no es que quisiese a Paco más que a Gonzalo. No. No era eso exactamente. Pero mientras que a Gonzalo podía imaginarlo sin tenerlo cerca, a Paco lo quería conmigo en todo momento. Necesitaba su aire para respirar y para estar tranquilo, ya que era mi paz y mi sosiego. Con Gonzalo era diferente y suponía ese deseo desesperado que es fundamental para nuestra propia existencia. El dolor de su ausencia podría ser imaginable, pero mi dependencia psíquica hacia Paco había llegado hasta tal punto que sin él difícilmente podría sobrevivir.

Y el problema que desde entonces torturó mi cabeza, hasta volverme loco, era que la situación se me podía ir de la manos sin que ya no dependiese de mí el evitarlo. Fuese consciente de ello o no, el dueño de la situación era Paco y tenía en su mano mis propias riendas y las de Gonzalo, ya que los dos sabíamos que necesitábamos su presencia y dependíamos del universo envuelto en su preciosa y dorada piel de color canela. Y eso no mermaba lo que pudiera existir entre Gonzalo y yo, dado que, además, nos teníamos pillados el uno al otro por el morbo y la fuerza de la atracción sexual. Pero cada vez estaba más claro que ninguno de los dos podríamos prescindir de la apacible ternura de Paco. Y yo mucho menos que Gonzalo. Paco volvió a su trabajo y yo me fui a casa a esperar su regreso. La verdad es que estaba cansado y no tenía puñeteras ganas de hacer nada. Solamente de tumbarme en la terraza con el único propósito de que transcurriese el tiempo hasta la vuelta de Paco. Y a pesar que me había reiterado que llamase a Gonzalo, me convencí que era mejor hacerlo cuando él llegase, y, así, el otro podría hablar con los dos. Y ni siquiera oí la puerta cuando entró Paco, que me encontró inmóvil y desnudo sobre una tumbona acompañado por la música de Albinoni.

"¿Llamaste a Gonzalo?". Preguntó.
"No. Estaba esperando que llegases para hablar los dos con él"
"¿Y qué tal?"
"Aburrido sin ti"
"¡Pobrecito mi niño!.... Anda, llama a Gonzalo"
"¡Qué pasa!. ¿Ya no puedes vivir sin él?". Le dije fingiendo cabreo.
"¡Naturalmente que no!..... Y tú tienes la culpa de eso"
"Al final tendré que dejaros solos y buscarme la vida por otro lado"
"Tu vida está aquí con los dos. ¿O crees que vamos a dejar que te escaquees ahora?"
"¿Con qué piensas atarme?"
"Con esto". Y me dio un besazo en los morros y después preguntó: "Acaso tú puedes estar sin Gonzalo?"
"No.... Pero sin ti tampoco.... Ven que te voy a comer esa boca que tienes"
"Primero llama a Gonzalo, que te conozco"
"¡Qué pesado estás!... Dame el teléfono. ¡Coñazo, más que coñazo!"
"Venga. Que luego me comes lo que quieras"
"El culo"
"Pero bien comido.... Metiéndome bien la lengua... ¡Hasta el fondo!. Como si me follases con eso que tienes ahí"
"¡Ahora sí que me has puesto bueno para hablar con este otro!"
"¡Llama!"
Y llamé: "¿Está Gonzalo, por favor?"
"Soy yo, Adrián. ¿Ya no me conoces?"
"Si. Pero a veces las voces de la familia se parecen mucho"
"Pues soy yo te lo aseguro"
"Dime alguna cochinada para confirmarlo"
"¡Cuando os pesque os voy a follar hasta por la orejas!"
"Vale. Eres tú"
"Estaba esperando vuestra llamada"
"¿Te aburres mucho?"
"¡Tengo ganas de polla y de culo!"
"Dice que está deseando que lo folle vivo". Dije mirando a Paco.
"Eso desde luego, cabronazo". Oí por el teléfono.
"Bueno... ¿Cómo estás?"
"¡Hasta lo cojones!.... ¿Me echáis de menos?"
"¿Qué crees, nene?. ¡Pues claro!.... Sobre todo esta puta que tengo a mi lado que hasta sueña contigo por la noche"
"Y yo con él"
"¡Ah sí!. Y a mí que me den por el culo. ¿No?"
"De momento por ahí sólo te doy yo..... Venga. Déjame hablar con Paco y después ponte otra vez"
"¡No te digo!.... Anda. Ponte que está muerto por ronronear contigo. ... ¡A ver como os ponéis en plan tortolitos!"
"Dime". Inquirió Paco. Y continuó su conversación con Gonzalo, devolviéndome el teléfono para que me despidiera de él y concretásemos la hora a que nos veríamos el próximo domingo en la sierra.
"¿Puedo darte un beso ahora, o corro el riesgo de quedar pegado con tanta dulzura como os dijisteis por teléfono?". Le dije a Paco cogiéndolo por las muñecas.
"¿A qué vienen ahora esos celos?". Me preguntó poniéndose muy serio.
"¿Es que no te das cuenta de lo que está pasando?". Contesté también muy serio.
"Sí. Claro que me doy cuenta.... Sin embargo, no estoy tan seguro de que tú sepas exactamente lo que sucede"
"¿Crees que no, Paco?"
"Creo que a veces eres el más niño de los tres"
"¡Habló la voz de la experiencia!... ¡Esto es cojonudo!. Ahora resulta que el más pequeño pretende darme lecciones!"
"Aunque sea el más pequeño me parece que en esto soy el más sensato de los tres. Y no pretendo dar lecciones a nadie.... Gonzalo es tan joven como yo, pero un poco más niño. Y tú, que eres el mayor con diferencia, deberías saber mejor que nadie lo que pasa entre los tres"
"¿Y crees que no lo sé?"
"¡No!..... Para nada. No sabes de la misa la media. Lo siento, pero es así.... Es cierto que Gonzalo cree estar enamorado de mí como un burro. Pero solamente lo cree. Me quiere. Eso es innegable. Pero no más que a ti. Y además, tanto a él como a mí nos tienes emputecidos sexualmente. No tienes nada que temer en ese sentido ni por mi parte ni por la suya. Se que no debiera decirte esto, pero te bastaría con hacer sonar los dedos y me arrastraría hasta ti, teniéndome otra vez rendido a esa mezcla de suavidad y dureza y ese punto de crueldad que tan sutilmente me administras en la cama. Si hay algo casi invencible es el vicio, y tú nos dominas tanto por el amor que sentimos por ti como por el deseo morboso que nos inspiras. Más de una vez has podido comprobar que por mucho que me desee Gonzalo, en cuanto le pones tus manos encima pierde el sentido y es incapaz de imponer su voluntad en contra del lascivo atractivo que le provocas con tus palabras y tus gestos. Y eso es lo mismo que me sucede a mí. Yo tampoco puedo resistirme cuando me miras o me tocas y menos cuando me tomas aunque lo hicieses por la fuerza. Puede que los dos seamos unos viciosos. Pero si lo somos tú tienes la culpa. Y, por tanto, no pienses que vas a poder privarnos de satisfacer nuestros vicios. Y me refiero sólo a los sexuales. Tu dinero no cuenta en esto y tampoco nos importa como para desearte por eso. Quisiste esta situación, y ahora no te quedan más cojones que procurar mantenerla en paz y felicidad para los tres. ¿Qué importa que quisiese a Gonzalo si no puedo librarme de la adicción que tengo por tu polla?. Ni tampoco él es capaz por mucho que me quisiese en exclusiva. Ten por seguro que también él volvería como un perro en celo a satisfacer tus caprichos sexuales. A ti en la cama te gustan putas, y eso es lo que tienes. Dos putones desorejados, que en cuanto les hablas del catre se les pone la picha tiesa, se le caen las bragas, y ya sólo piensan con el culo..... ¡Y además te diré que estás ciego. Porque si por alguien bebe los vientos Gonzalo es por ti, so mamón!. Sí. Por ti. ¡Y yo también, cabrón de mierda!. Lo único que hacemos es consolarnos mutuamente por los celos que de vez en cuando sentimos al tener que compartirte entre los dos"

Escuché su perorata sin rechistar, y antes que continuase bombardeándome me lancé sobre él, que estaba en la otra tumbona, y puse a prueba lo que me había dicho respecto a su propensión al vicio. Y verdaderamente era cierto. En cuanto le metí mano se vino abajo su seriedad, entregándose de plano, abierto en cuerpo y alma, y lo follé hasta que gritó rogándome que parara y le dejase correrse a borbotones.

Quedamos rotos tendidos en la terraza, y Paco entornó la mirada y sonrieron sus ojos de avellana al decirme:

"Ni tus títulos ni tu dinero valen una mierda comparado con eso que tienes entre las piernas, cabrón"
"¿Lo dices en serio?". Insistí buscando el halago.
"De verdad..... ¡Y no digamos con que habilidad lo manejas cuando está dentro de un culo!. Eres un condenado maestro de la jodienda, so maricón"
"¡Calla que me excito otra vez!. Y luego ya sabes las consecuencias"
"Me tiene sin cuidado que me dejes el culo como un colador, o me lo rompas de un pollazo. ¡Antes muerto que no volver a tener eso dentro!.... ¡Pero eres un bestia y me dejas el agujero para los restos!...... ¡Me encanta que me la metas, animal!.... Y ahora estoy para el arrastre cual despojo humano refollado"
"¡Te callas, o te doy la vuelta otra vez!. Tu eliges".

Lo amenacé no muy convencido de que en ese momento pudiese cumplir si elegía lo segundo. Pero afortunadamente se calló y quedó relajadamente dichoso en su tumbona.

Yo sería un poco cabrón, pero él sabía jugar conmigo como le daba la gana. Me tenía cogida la aguja de marear y me hacía bailar como una peonza cuando le salía de su maravilloso culito. ¿Cómo algo aparentemente tan secundario puede resultar tan preciado?. Podría asegurar que por un buen culo media humanidad perdería la cabeza. Quizás sea un instinto heredado desde los tiempos de la evolución, pero un buen culo es un buen culo, y ante tal panorama la vista se nos nubla y la mente se enajena entrando en estado de catarsis. No somos completamente dueños de nuestros actos cuando se trata de un magnífico y respetable trasero. Y en esta cuestión incluso el género del sexo importa menos, dado que tanto para la mayoría de los heterosexuales como de los homosexuales, hombres o mujeres, el culo importa un huevo. ¡O dos, si son pequeños!. Y quien nace con un buen culo, tendrá buena suerte en este jodido mundo. Porque se diga o no, la suerte es lo que vale en definitiva. Ya que de nada sirve ser un genio si no tienes potra, o un padrino que palie su defecto. La mayor parte de la gente triunfa no sólo por lo que vale sino por su buena chorra o los enchufes que sepa buscarse por cualquier medio. Y en este punto un buen culo también es fundamental. Atrae mucho y siempre gusta tener cerca la presencia de un soberbio ejemplar. A veces la inteligencia y los conocimientos cuentan menos que las virtudes físicas u otros merecimientos no tan visibles. Tampoco debemos olvidar la falta de escrúpulos, que también es un punto a tener en cuenta a la hora de ser alguien en la vida, o, cuando menos, de amasar dinero. Ya se sabe. Así es el mundo y sus humanos moradores. ¡Y qué le vamos a hacer!.

El domingo nos fuimos temprano a la sierra para recoger a Gonzalo e ir de excursión a La Granja. Estaba tan ansioso por vernos como el crío que añora a su madre después de pasar un mes en un campamento de verano. Sin previo acuerdo, Paco y yo decidimos mimarlo un poco y nos deshicimos en contemplaciones con él, dejando que planease donde, como y de que manera deseaba que pasásemos el día. Al chaval le daba igual una cosa que otra y lo único que exigía era un buen folleteo porque tenía los huevos que le reventaban. Y no debía ser una mera exageración, a la vista del bulto que le hacían los pantalones en la entrepierna. ¡Mentiría si digo que no estaba guapo, el hijo de su madre!. En pantalón corto, aquellas piernas rotundas y morenas, cubiertas por una fina capa de vello, eran irresistibles para cualquiera. ¡Y no digamos la curva de sus nalgas!. Paco lo miraba embobado y a mí se me caía la baba viendo su boca entreabierta, como esperando el mejor de los besos, y unos ojazos verdes, presumiendo de pestañas, que parece que te desnudan sólo con rozarte su mirada. También se había cortado mucho el pelo y la nuca se veía preciosa. Hay gente que tienen días en los que están de un guapo subido, y Gonzalo sin duda estaba entre ellos esa mañana. Bueno. Gonzalo no necesita días especiales para estar guapo, como tampoco le hacen falta a Paco, pero ese domingo su atractivo era sencillamente arrollador y no pude reprimir mis deseos de meterle mano por la pernera y agarrarle el pollón. El cabrón se puso como un toro y notaba en mi mano el manubrio a punto de estallar. Lo que puso el mío también a tono con las circunstancias.

"¡Estás bueno, chaval!". Dije sopesando la calentura del muchacho.
"Y como no desahogue pronto exploto... Osea que vete pensando rápido donde podemos ir a follar"
"¿No hay por aquí ningún pantano?". Preguntó Paco igualmente empalmado.

Lo del pantano podía ser una posibilidad, ya que tampoco está mal echar un polvete naturalista. Pero, eso sí, cuidando en todo caso la higiene exterior e interior, no vaya a suceder que algún infortunado accidente te pringue tus preciosos calzoncillos de marca y vuelvas a casa con un olor que no te aguantas ni tú mismo, como ya le pasó a más de uno. De todas formas, en nuestro caso era preferible una cómoda intimidad y busqué mejor solución al problema.

"Sé donde podemos ir.... Alcánzame el teléfono". Dije.

Por suerte mi tía Rita (una hermana de mi padre), que es mi madrina, tiene una casa en La Granja, donde casi nunca va, y me había dejado las llaves precisamente para echar un vistazo a la finca. Pero lo más prudente era cerciorarse primero de que no había nadie en ella, para pasar allí parte del día los tres solitos aprovechando la intimidad de la casa y desfogar nuestros ardores eróticos. Y en especial los de Gonzalo.

Lógicamente mis muchachos se pusieron como locos y lucían sonrisas de oreja a oreja pensando en el polvazo que pronto tendría lugar en un ignorado predio de La Granja. ¡Pobre el culo que cogiese por banda el inflamado nabo de Gonzalito!. ¿Quién de nosotros dos iba a ser el afortunado?. No es por nada, pero ya me encargaría yo de que fuese Paquito. Y después del primer envite ya me tocaría a mí. Porque, aunque aquella cosa me encantase, todavía me costaba pasar de ciertos límites. Y en esa ocasión el cipote del niño no era para tomarlo a broma de tan caliente y saturado de leche que estaba.

Como diría Cris, la follada fue de muerte, y pude comprobar que Paco también tenía razón respecto a Gonzalo, ya que no sólo reclamaba mi atención mirándome hasta abrasarme con los ojos, sino que le faltó tiempo para ponerse a cuatro patas pidiéndome que le partiese el culo follándolo. Por supuesto los dos se la clavamos a tope a Paco, y todavía nos quedaron fuerzas para que Gonzalo también me diese lo mío. Fue lo que se dice una tarde muy completa para los tres.

Y lo que también comprobé una vez más, es que yo precisaba de aquel fornido jugador de balonmano para estar completo, tanto como el pato necesita del agua para desenvolverse. E irremediablemente volvía a la invariable conclusión de que sin mis dos amantes estaba perdido en un mundo aterrador y vacío. Y fuese cual fuese el precio, tendría que estar dispuesto a pagarlo con tal de mantener indisoluble aquel trío, alimentando día a día la ilusión para seguir viviendo en nuestro particular universo de fantasías.

Con el regreso de Gonzalo a Madrid intensificamos nuestra vida social, un poco dejada de lado hasta entonces, frecuentando más asiduamente nuestras amistades y asistiendo a varias fiestas.

De todas formas con quien más salíamos de cena era con Enrique y Raúl, dado que la velada con ellos era siempre más tranquila y les caían muy bien tanto a Gonzalo como a Paco.

Y así fueron pasando los días y también el verano. Y como mis dos amantes quisieron ir a Italia en septiembre, allá nos fuimos los tres en amor y compañía. Y nunca mejor dicha tal cosa.



miércoles, 10 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XIII

Los chicos iban medio dormidos y entré en un área de servicio para despejarlos un poco desayunando por segunda vez. A Gonzalo, más comedor que Paco, la idea le pareció de puta madre y sus verdes ojitos se animaron como farolillos en cuanto vio ante sí el refrigerio. El otro mostraba menos apetito y se puso mimoso diciendo que necesitaba recuperarse del palizón de la noche anterior, recriminándome también por el chupetón que le había hecho con los dientes. Por lo que, palpándole una pierna por debajo de la mesa y acercándome a su oído, le dije:

"Te advierto que como no te calles, esta noche te lo hago en el cuello y vas a parecer la novia de Drácula"
"Ya sabes que mientras me folles bien follado puedes morderme hasta en la punta del pito". Contestó él acaramelando la voz.
"Me parece que la punta del capullo te la voy a comer aquí mismo como sigas tirándome del temperamento. Te anuncio"
"El que os va a dar bien por el culo esta noche soy yo. ¡Ya lo veréis!". Apuntó Gonzalo dejando oír su voz.
"¡Mira el machito!". Exclamé echándole mano al paquete.
"¡Qué nos van a ver!". Me advirtió Gonzalo.
"¡Y qué!". Solté. "¿Acaso te da vergüenza que lo sepan, o es que no tienes cojones?
"No es eso. Pero tampoco es cosa de andar metiéndose mano delante de la gente. ¿Has visto alguna vez a un tío tocarle el chocho a la novia en público?"
"Si la novia estuviese tan cojonuda como tú y tuviese un paquete que oliese a sexo como ese que tienes tan bien puesto en medio de tus dos patazas, seguro que sí". Insistí para seguir la broma. Y como gonzalo me llamó misógino, le largué un beso en la cara, añadiendo que eso sí se lo hacían en público los novios a las novias, y ya no respondió, pero retiró la cara viendo a todos lados temiendo la reacción de la gente.
"No te preocupes que no nos vio nadie. y si nos vieron a mí me da igual. ¿Quieres que grite aquí mismo que somos maricas y que nos damos por  el culo los tres?. ¿Lo hacemos Paco?"
"Déjate de tonterías que ahora no estoy para ruidos". Dijo Paco.
"¿Te duele la cabeza?". Le pregunté.
"¡Me duele le culo!. Ya te lo dije antes"
"Esta noche te damos unas friegas y te queda nuevo". Añadí.
"¿Nuevo, para jodérmelo luego otra vez?"
"Naturalmente, pequeño. ¿Gonzalo, no crees que un culo como ese debe ser amorosamente follado por dos seres tan considerados como nosotros?"
"¡Mucho cachondeo tienes tú esta mañana, bonito!". Soltó Gonzalo.
"¡Y tú muy mala hostia!. ¿Qué pasa?. ¿No quedaste suficientemente relajado ayer?"
"¿Por qué no lo dejas ya?". Intervino Paco.
"¡Si estamos de broma tontín!. Le dije pellizcándole en la barbilla.
"Pues prefiero que sigamos la broma cuando estemos en ese sitio, donde quiera que sea". Contestó Paco. Y añadió dirigiéndose a Gonzalo: "¡Y tú deja los morros para mejor ocasión sino quieres que te los coma ahora mismo!. ¿Está claro?"

Y se acabó la historia. Pagamos y proseguimos el camino hacia Galicia.
Me sentía bien y seguro con mis dos novios, y en aquel viaje a Fontboi sólo pensaba que nuestra vida juntos podría ser fantástica.

Al reanudar el camino, Paco se sentó detrás para cabecear un rato y a Gonzalo le tocó hacer de pincha poniendo música. De cuando en cuando Gonzalo aprovechaba para insinuarme cuanto le gustaría conducir el coche (también alemán pero negro y algo más pequeño y modesto que el de mi madre) y yo le repetía que un poco más adelante si me prometía no hacer el loco. No es que el chico lo hiciese mal, puesto que ya me había demostrado sus habilidades al volante del utilitario que uso en la ciudad, pero no puede resistirse a la velocidad y nunca había tenido en sus manos una máquina tan potente. Y aunque hubiese preferido mantener un criterio más acorde con la prudencia y no consentirle el capricho yendo en carretera, no me hice de rogar en exceso y cedí por no aturarlo, ya que Gonzalo es lo suficientemente cabezón como para terminar saliéndose con la suya por aburrimiento del contrario. Y aprovechando una parada para repostar gasolina le dije: "Venga. Coge el volante. Pero procura poner los cinco sentidos. ¡Y sin prisas que no vamos en competición!. Y como te pases no lo hueles más en la vida. ¡Tú verás!"

Al chaval se le iluminó la cara y plantó las manos sobre el volante con la seguridad de todo un campeón. Antes de arrancar le repetí tres o cuatro veces:

"Despacio. Despacio".

Y él me contestaba:

"¡Joder!. No te preocupes que sé lo que hago"

Y lo sabía. Porque la verdad es que lo llevó muy bien. Y eso me encantó, puesto que me gusta conducir pero también me cansa. Sobre todo cuando se hace de noche y te enfrentas a los faros que viajan en tu contra. Esas luces me molestan un montón. A Paco, por el contrario, no le gustaba llevar el coche y prefería ir detrás o de copiloto haciéndonos oír sus canciones preferidas. Estaba claro que los tres nos compenetrábamos a las mil maravillas en todos los sentidos, y con poco esfuerzo llegaríamos a entendernos sin necesidad de hablar, ya que sólo con mirarnos adivinábamos lo que los otros dos deseaban en ese momento. El secreto de nuestra unión solamente radicaría en esforzarnos siempre al límite para mantener la novedad y la armonía entre nosotros.

Gonzalo ya había ido a Galicia una vez, pero a Paco, que no la conocía, el paisaje multiverde le fascinó. Le hacían gracia los campos, a veces casi diminutos, que remendaban los montículos y los valles. Y también la cantidad de casitas desperdigadas y colocadas en los lugares más insospechados. Y, como los críos, no paraba de preguntarme cuando llegamos. A pesar de los avances en cuestión de carreteras, se le hacia interminable el continuo ciszagueo de las curvas y, con más frecuencia de lo que yo acostumbro, nos parábamos a beber y evacuar tomándonos un respiro antes de continuar la sinuosa marcha. Cuando iba a mi lado, cogía su mano o le acariciaba un muslo, porque, aunque los quisiese por igual, fuera de la cama me inspiraba mucha más ternura Paco. Gonzalo siempre dio la impresión de ser más fuerte y su carácter nunca se prestó a blanduras. Me refiero también de puertas a fuera del dormitorio, porque dentro es otro cantar y Gonzalo necesitó a menudo más suavidad y Paco, por el contrario, recibió más caña.


Por ejemplo la irritación de ano o el mordisco de la noche anterior al viaje que ahora narro. No me tengo por lunático, pero sí es cierto que con la luna llena mi sexualidad es más agresiva, y la dorada piel de Paco me incitó a morderlo saliendo de mí un ancestral instinto atávico de depredador. Me di perfecta cuenta que involuntariamente apreté los dientes en su carne con la doble intención de dominarlo y sorber su vida poseyéndolo en cuerpo y alma. Y ciertamente no se quejaba en vano cuando decía que le había marcado la parte posterior del cuello, puesto que difícilmente lograba ocultar la señal del mordisco que se le ponía color malva por momentos.

Cuando por fin bordeamos las tapias del pazo, miré a Paco diciéndole:

"Venga, chaval, que ya estamos llegando"
"¡Joder!. ¡Esto es el culo del mundo!. ¿Pero dónde está ese dichoso pueblo?"
"Fontboi no es un pueblo. Fontboi es todo eso".

Les dije a ambos mostrando los viejos muros que cercan la finca, y ninguno de los dos abrió la boca. Pero al llegar ante el portalón de entrada se miraron con gesto interrogante como preguntándose: ¿tú sabías algo de esto?. Y continuaron silenciosos, mientras recorríamos el camino sombreado de álamos que conduce a la casa, hasta que la aparición del noble caserón hizo exclamar a Paco: 

"¡Hostias!. ¡Qué cacho mansión!"
"¿Esta casa es de tu madre?". Preguntó Gonzalo.
"No..... Esta casa es mía..... Este es el pazo de Fontboi, mi verdadera casa". Contesté.

Obsequiosos como de costumbre, delante de la escalinata nos esperaban los caseros y el resto de las personas que cuidan el pazo, recibiéndonos con todos los honores y sin olvidar tampoco el tratamiento, por lo que los dos chavales, todavía más sorprendidos, me miraban sin dar crédito a cuanto veían y oían. Una vez solos, el primero en hablar fue Gonzalo:

"¿Y eso de señor barón?"
"Porque lo soy"
"Ya. Y Paco y yo también somos varones. O al menos también tenemos pilila"
"Me refiero a barón con b, no con v..... Soy barón de Idem"
"¿De qué?. Preguntó Paco exclamando.
"De Idem". Repetí.
"¡Cojonudo, tío!. Resulta que nosotros ahora somos las baronesas consortes, por lo menos". Soltó Gonzalo cachondeándose abiertamente de tanto honor.
"Mejor baroncitos, diría yo".

Repliqué dándole una buena palmada en el culo que sonó como el mejor de los panderos.

Paco, que quería a toda costa recorrer el caserón, no hizo más comentarios al respecto, y nos acuciaba a comenzar el itinerario, pero le convencimos de que era mejor instalarnos y adecentarnos antes. Y, luego, ya tendríamos tiempo de ver la casa y también el jardín de la baronesa, situado en la parte posterior del edificio, que debe su nombre a una de mis antepasadas con fama de casquivana, pero que a mi siempre me pareció una señora estupenda que sabía montárselo divinamente. La buena señora, llamada Adelaida, vivió allá por el dieciocho y a la pobre la casaron, todavía muy joven, con un tío suyo muchísimo mayor que ella, aburrido, enfermo y coñazo. Y no le quedó más remedio que pasar del barón y alegrarse la pestaña (tanto en su jardín como en cualquier otro sitio) con algún que otro varón del pueblo, bien recio y saludable, y con toda seguridad descendiente de otro barón anterior, haciéndole al marido el favor de procurarle una descendencia bastante presentable de cara a la perpetuación del apellido, sin necesidad de salir de la propia familia. En fin. Se diga o no, esas cosas pasan en las mejores y encumbradas familias.

Mientras nos duchábamos y antes de volver a vestirnos, me percaté que Gonzalo, totalmente excitado, babeaba viendo a Paco desnudo, y podía apostar cualquier cosa a que en ese momento sólo pensaba en tirárselo. Ya no era la primera vez que le ocurría e incluso me dio la impresión que le molestaba que yo tocase al chaval. Aquel posible brote de celos me preocupó y quise castigar su avaricia metiéndole a Paco toda mi lengua en la boca, y entonces Gonzalo miró hacia otro sitio. Paco, ajeno al detalle y siempre dispuesto a demostrar su cariño, puso mayor efusión que yo al devolverme el beso, y el otro se acercó a una ventana asomándose al jardín. Me acerqué a él y le di otro buen azote, diciéndole con una sonrisa:

"No te celes que luego te arreglaré a ti"
"¡O yo a ti!".

Contestó él desahogando su rebeldía. Y volví a darle otro gran azote en su potente culazo. He de confesar que me encantaba darle palmadas en las posaderas a Gonzalo y escuchar el sonido del palmetazo al golpear su carne dura y compacta. Aunque lo malo sea que unas nalgazas tan macizas te dejan la mano dolorida un buen rato.

Los fui llevando por todas las habitaciones y salas, contándoles la pequeña historia de la familia a través de retratos y objetos, y finalizamos el recorrido en el gran comedor, al rededor de cuya mesa se reunía el pleno de la familia para celebrar las grandes solemnidades y demás eventos de los Fontboi. Iban atentos a mis explicaciones intentando hacer suya aquella parte de mi vida que quizás signifique para mí mucho más de lo que deseo admitir. En el jardín de la baronesa fuimos más informales y jugamos a ser doña Adelaida divirtiéndose con sus amantes. Y antes de ir a cenar, paseamos por el parque ya sombrío procurando no alejarnos dadas las protestas con que empezaban a urgirnos nuestras barrigas. Como es normal en mi tierra, cenamos demasiado y tuvimos que hacer tiempo en los salones para poder retirarnos a dormir. Lo de dormir vendría luego, puesto que me apetecía follar y deseaba doblegar las mañas del más díscolo de mis dos potrillos. Y, por supuesto, ellos también andaban nerviosos esperando su dosis de sexo.

Cuando lo estimé oportuno, propuse que subiésemos al dormitorio y ellos no perdieron tiempo en corroborar mi iniciativa. Nos abrazamos los tres en mitad del dormitorio e inmediatamente se nos erizó el vello en el cuerpo creando un campo magnético que impedía cualquier intento de separarnos. Mi mano se encontró con la de Gonzalo sobre la espalda de Paco. Y juntas se deslizaron hacia el sacro separándose en ese punto para adueñarse cada una del glúteo que le quedaba más cerca. Paco se colgó de nuestro cuello y, echando hacia atrás la cabeza, jadeaba impaciente por sentir la presión de nuestros dedos sobre su carne, abriéndose de piernas para facilitarnos el acceso al punto más erógeno de su organismo. Osea, el ojo del culo. Gonzalo puso la otra mano en mis genitales haciéndolos palpitar hinchados de sangre ardiente, y yo, que lo sujetaba por el cuello, baje la mano hasta su cintura y, después, le magreé el culo obligándole a aflojar los músculos para llenar mi sistema nervioso del calor que irradiaba por toda su raja. Ese olor a macho y esa tibieza que se concentra en los pliegues más profundos de la anatomía de un hombre me embriagan y me provocan una tremenda erección. Y sobre todo cuando se trata de alguien tan vital como Gonzalo. A Paco le hervía todo el cuerpo y sus gestos y gemidos pedían que lo jodiésemos. Pero cuando Gonzalo se disponía a hacerlo, le obligué a doblarse hacia delante. Y pidiéndole a Paco que le abriese bien las nalgas, le di por el culo sin piedad haciendo que se corriese aún resistiéndose a ello. Terminado el acto con él, le tocó el turno al otro y me lo follé delante se sus narices dándole sonoras palmadas en el culo hasta corrernos también. Saciada la bestia de mi genio, me acerqué a Gonzalo, clavándome en su mirada esmeralda, y rodeándolo con mis brazos susurré:

"Ponte en forma y follaremos los tres otra vez"

El chaval relajó su orgullo y se apretó contra mi pecho cobijándose en mí como una criatura desamparada. Y transcurrido un prudente lapsus de tiempo nos amamos los tres disfrutando plenamente nuestro amor.

El carácter de Gonzalo es demasiado impetuoso y a veces necesita que le acorten las riendas imponiéndole algo de autoridad. Era normal que quisiese mostrar su vitalidad y su fuerza de joven macho, dada su forma de ser. Pero si quería que nuestra relación prosperase, debía controlar sus impulsos, puesto que todavía no era el momento de que él tomase el control de nuestro incipiente trío. Y, por tanto, era imprescindible que esperase hasta alcanzar una mayor experiencia y seguridad en sí mismo. Paco es distinto y no intenta imponerse, sino que busca en el sexo la protección que no tuvo en su niñez y necesita a su lado alguien que le haga sentirse seguro tanto interiormente como ante el resto del mundo. Y hasta es posible que al destino le plugiese que algún día ese alguien fuese Gonzalo. Sin duda el tiempo será quien lo diga. A corto o a medio plazo, pero lo dirá. y mientras, sólo restará aguardar a que el paso de los días o de los años nos traiga la solución a ese problema (y también a otros, por supuesto). Llegado ese momento, ya no quedará otro remedio que afrontar los acontecimientos que inexorablemente vengan a cambiar nuestra existencia. Al fin y al cabo, en la continua mutación de nuestras circunstancias consiste precisamente la vida.

En Fontboi mantuvimos una actividad casi frenética y apenas teníamos un minuto al día que no dedicásemos a inventar alguna diversión. Las excursiones eran frecuentes y nos desplazábamos en todas direcciones pateando la zona al mejor estilo de los clásicos exploradores. Hubo veces de llegar tan cansados que ni fuerzas para fornicar nos quedaban. Aunque sí para comer; que nos poníamos como cerdos. El sol, el aire libre y sobre todo el ejercicio, calmaron nuestros temperamentos y reinaba la más completa armonía entre los tres. Desde luego, Gonzalo seguía debatiéndose entre su irreprimible pasión por poseer a Paco y el morbo irresistible de mis artes amatorias. Deseaba ser el centro de la atención del otro, pero no podía librarse de la atracción que le producía sentirse poseído por mí. 


No lograba librarse de esos instintos atávicos de posesión y dominio, ni podía entender que el amor no tiene dueños ni es cuestión de pertenecer o no a otro. El amor simplemente funde a los seres para compartir un alma única. Y lo curioso es que, aún siendo el más joven, Paco presentía ese sentimiento y nos amaba a los dos por igual. Su espíritu se complementaba con el nuestro, pero sabía trasmitir también la esencia de su identidad consiguiendo que vibrásemos con sus emociones. Templaba gaitas como un maestro, contemporizando con uno y otro, evitando que por cualquier circunstancia nos soliviantásemos nosotros dos. Siendo aparentemente el más dócil, pronto se convirtió en el verdadero nexo de unión entre nosotros, dotado con la fuerza necesaria para mantenernos casados los tres.

Gozamos tanto el amor como la diversión y recorrimos Galicia de norte a sur. Y también visitamos a mi abuelo y a mi madre en el pazo de Alero. Decidí ir allí después de hablar con ella por teléfono, dado que se empeñó en invitar a mis amigos a pasar dos o tres días en su pazo. A los chicos les daba un poco de apuro, pero los convencí de que no era para tanto, puesto que mi abuelo no se iba a enterar de la fiesta y mi madre estaba más o menos al corriente de todo. Gonzalo lo sabía y enseguida tranquilizó a Paco contándole la cena en casa de mi madre e insistiéndole en que era una señora muy amable.

El día que llegamos al Alero los dos eran la viva imagen de la formalidad y la compostura y hasta parecían algo intimidados por el entorno. A Paco le encantó mi madre. Pero quien de verdad le impresionó fue el marqués, que asumió plenamente su papel para la ocasión. Nos recibió en la sala sentado en su sillón de costumbre y flanqueado por los perros al mejor estilo de película con palacio y aristócrata dentro. Parecía la rememoración de un acto de pleitesía de los vasallos a su señor. Lo malo para el marqués era que tal señorío ya estaba desfasado y nosotros teníamos poco de fieles vasallos. De cualquier forma estuvimos tan comedidos que el hombre quedó satisfechísimo y hasta me dijo que por primera vez tenía unos amigos como Dios manda. ¡No lo sabía él bien hasta que punto eran como Dios manda!. Está claro que de viejos vamos perdiendo facultades pero aún sin pretenderlo vemos las cosas con más lucidez. A mi madre Gonzalo le seguía pareciendo un chico estupendo, pero con quien hizo mejores migas fue con Paco. Estaba entusiasmada con el carácter del muchacho. Y como además lo encontró tan guapo y elegante, si por ella fuese se lo quedaría para siempre. Lógicamente antes tendría que vérselas conmigo, puesto que no fue necesario muchas demostraciones para intuir que él era mi otro amor. Y si bien podía comprender que yo me encandilase por él, no le resultaba tan fácil llegar a entender que ello fuese en concordancia con mis sentimientos por Gonzalo. Cuando le pregunté cual de los dos le parecía mejor, ella me contestó que cualquiera de ellos podría hacerme feliz. Y no se equivocaba, ya que los dos me hacían inmensamente dichoso. Mi único problema era adivinar hasta cuando podría durar aquello como le ocurre a cualquier hijo de vecino. Y mientras dure hay que aprovecharlo. Y luego, si escuece, a rascar. Y si no, a la mierda con todo el equipo.

A la mañana siguiente de nuestra llegada fuimos a una playa nudista que está en la ría de Pontevedra, cerca de Portonovo, que (como ocurre en casi todas las playas donde se practica el despelote) estaba llena de gente del ambiente, preocupadísimos todos por lucir el bronceado más intenso e integral, tumbados o paseando de un lado a otro si dejar de ver al tendido. Algunos desaparecían escalando entre las rocas, porque otra de las manías congénitas del personal gay es cancanear por sitios de difícil acceso y mejor si se trata de piedras escarpadas o acantilados. Creo que vamos en camino de una mutación para adaptarnos al medio y las piernas se nos transformarán en patas de cabra. Elegimos el lugar que nos pareció más adecuado y extendimos las toallas, librándonos seguidamente de toda la ropa, y, a penas cinco minutos más tarde, nos vimos rodeados de lobas ansiosas por hincar el diente en nuestras salerosas carnes madrileñas ya convenientemente adobadas por el bronceador.

Tumbado boca abajo me dediqué a observar a nuestros vecinos y me llamó la atención una cara que nos miraba con insistencia. La luz salía del interior de sus ojos grises y azul espeso como un mar en invierno, colocados en una faz rubicunda flanqueada con largas patillas tupidas y pelirrojas. Cuando se puso en pie me fijé que tenía las piernas largas y el culo, muy pequeño, le salía justo debajo de la cintura. De perfil se le juntaban el pecho y la espalda a fuerza de ser plano. Y, sin embargo, el conjunto quedaba gracioso recordando una mistura entre grulla y gacela. En realidad su mayor virtud eran los pocos años, porque de cuerpo era un auténtico alfeñique. Pero no le faltó quien se apresurase a seguirle en su paseo hacia las rocas. Afortunadamente para gustos se pintan colores y todo el mundo puede estar contento.

Ese mismo día, al regresar al pazo por la tarde, tuvimos que soportar la visita de Bea (la sobrina del difunto marido de doña catalina que se llevó al huerto a mi hermano cuando solo tenía quince años, mientras yo me ventilaba a su hermano Cuco a la limón con un chavalote del pueblo), que se había casado con un rico imbécil y venía acompañada por sus hijos (dos monstruos con apariencia de angelicales criaturas gemelas, tan niño ella como niña él, capaces de tan perversas travesuras que más bien podría tratarse del diablo por duplicado ejemplar en función de ambos sexos), que no pararon ni un minuto quietos. Y al despedirles, mi mirada debió ser tan significativa que se acercaron cautelosos con cara de no haber roto jamás un plato, pero me habían crispado de tal forma los nervios que en lugar de besarlos les pellizqué un carrillo a modo de vil venganza. Desde luego conmigo lo iban a tener claro semejantes elementos. Cuando se marcharon mi abuelo también estaba de los nervios y a mi madre le dejaron un dolor de cabeza monumental. ¿Qué ricos son los niños cuando saben como comportarse delante de personas mayores que no tienen obligación ninguna de soportarlos!. ¡ Y sus progenitores cómo se molestan en llamarles la atención y decirles que vayan a joder a otra parte!.

Recuperada la paz en la casa, salimos a la terraza situada en el primer piso, desde donde se ve la ría, y quedamos silenciosos contemplando un camino de oro dibujado sobre el agua que nos conducía al sol en su caída. 

La visita al Alero resultó mejor de lo imaginable y mi madre, aburrida sin duda hasta el delirio con la compañía de mi abuelo, llegó a insimuarme que no volviésemos a Fontboi y nos quedásemos con ella. Incluso estoy seguro que le hubiese bastado con que le dejase a Paco unos días más, ya que ambos sintieron una mutua atracción materno filial nada más conocerse. Y de no ser por los particulares motivos del viaje hubiera accedido gustoso a quedarme en el Alero, pero debía poner los pies en el suelo y continuar consolidando el trío de ases en que estaba empeñado.

Regresamos pues a mis lares, y los tres percibíamos como día a día se cimentaba con firmeza una sincera amistad entre nosotros, brotando cada vez con más fuerza el amor. La atracción mutua era evidente y no podíamos negar que cada uno estaba totalmente colado por los otros dos.

Recuerdo una mañana que fuimos al río y el calor apretaba de un modo inhumano, aún a pesar de que todavía no eran las doce. Ya por el camino nos fuimos quedando medio desnudos y cuando llegamos a la orilla del agua estábamos casi derretidos y empapados de sudor. Buscamos un remanso apetecible y, quitándonos lo poco que nos quedaba encima, nos lanzamos al río en busca de alivio como si hubiésemos cruzado el desierto.


 La primera impresión nos cortó la respiración, encogiéndonos los testículos al tamaño de huevos de codorniz, pero enseguida el ejercicio aclimató nuestra sangre a la temperatura del agua, proporcionándonos una fresca sensación de felicidad. Dimos unas brazadas a lo ancho del cauce y salimos del agua para tirarnos desde una piedra situada el borde de una poza oscura y bastante profunda. Repetimos la hazaña una y otra vez, riéndonos como tontos, y Gonzalo hacía el bestia para exhibir su forma física y salpicarnos lo más posible con cada uno de sus saltos. Después, nadando rápidamente, procuraba alcanzar a Paco, que le soltaba un sin fin de improperios, y agarrándolo por la cintura lo alzaba sobre la superficie para dejarlo caer de golpe sumergiéndose completamente.

Gonzalo se lo pasaba en grande con sus chiquilladas y Paco se reía como un idiota en cuanto lograba recuperar la respiración. Yo los contemplaba desde la orilla y me recreaba viendo sus cuerpos, mojados y cuajados de luces, emergiendo entre multicolores abanicos de agua bordada de sol. ¡No podría haber una escena más hermosa!. Jamás entendí como alguna mente puede escandalizarse de la desnudez de un ser humano. ¿Cómo alguien puede ver maldad en una de las obras cumbres de la naturaleza?. La depravación sólo está en la mente de los hipócritas y nunca sobre la piel de los hombres limpios de espíritu.

Por fin salieron del agua y se tumbaron a mi lado cansados y sin aliento. Gonzalo se despanzurró mirando al cielo y Paco se acostó poniendo el pecho sobre la hierba, con la piel de gallina y perlado de gotas que escurrían a uno y otro lado de su cuerpo. Y me incliné sobre él para secarle un poco la espalda y besarle detrás de la orejas, que es uno de sus puntos más débiles. Gonzalo se giró hacia nosotros y gateó hasta colocarse al otro costado de Paco, reclamando mi atención para que viese el picotazo que un tábano le había metido en el costado derecho. La picadura se le estaba hinchando, pero no contábamos con nada apropiado para impedirlo ni aliviarle el picor, y solamente podíamos ponerle saliva sobre ella. Con lo cual, sólo podíamos esperar a que le aplicasen algún remedio casero al regresar a casa. Y que en estos casos suelen ser los más eficaces y de resultados más rápidos. 


Con tanto mimo, a consecuencia de la roncha, al chico se le puso la flauta como un ceporro, olvidándose del picor producido por el insecto, y no tuvimos otro remedio que chupársela juntos, pasándole también la lengua por debajo del escroto (que es algo que lo enloquece) y mordisqueándole alternativamente los pezones, que rápidamente se le pusieron duros y erizados como si fuesen dos remaches de bronce. Una vez llegado a ese punto, lo rematamos recorriéndole con los labios el cuello y los hombros. Luego, bajamos por los omoplatos y descendimos por la espina dorsal hasta llegar al coxis (punto crucial para hacerle separar las piernas) y dejó a nuestra merced el sonrosado ojete del culo que palpitaba con vida propia abriéndose y cerrándose para inducirnos a profundizar en sus secretos. Con dos lametadas más en el ano, ya estaba listo para darle por donde amargan los pepinos.


 Aunque si hemos de ser sinceros, a ninguno de nosotros nos amarga nada en ese lugar. Y mucho menos un hermoso y rotundo pepino. En aquella ocasión intenté que se lo hiciese Paco, pero no quiso. Su mayor placer consiste en ser poseído paladeando en su carne la penetración de la del ser que ama. Disfruta con eso. Y con Gonzalo y conmigo no imagina nada mejor que dejarse follar. Y monté a Gonzalo mientras Paco le follaba la boca, sincronizándonos de tal forma que nos corrimos los tres al tiempo alimentando por ambas vías al follado.

Después del orgasmo intuí que nos miraban desde unas matas, y vi a un muchacho, muy joven, que remataba una paja a nuestra costa. No dije nada, y cuando volví a mirar ya no estaba. Pero al día siguiente apareció otra vez en el río y se metió desnudo en el agua queriendo participar con nosotros en la diversión. El chico, llamado Germán, tenía la gracia de unos dieciséis años ampliamente cumplidos, el pelo ensortijado y medio pelirrojo y el cuerpo robusto y bien formado, sin ser muy alto. De entrada a Paco no le hizo demasiada gracia y estaba algo celoso.
Pero pronto comprendió que sólo se trataba de una relación absolutamente inocente y admitió también al chavalillo, que se hizo amigo nuestro y nos acompañó al río el resto de los días que permanecimos en Fontboi. Germán, que era un excelente muchacho, vivía en el pueblo y ayudaba a su padre a trabajar las fincas, y le cogimos cariño como si fuese nuestro hermano pequeño. 


Con frecuencia se le ponía tiesa, sobre todo cuando estábamos tirados en la hierba, pero él decía que se le empinaba por el calor del sol y, con los carrillos enrojecidos, corría a meterse en el agua para bajarla. Nos partíamos el culo de risa y le decíamos:

"Tranquilo, chaval, que a nosotros también se nos levanta con el sol. Seguramente se debe a que le llaman Lorenzo y suena a hombre. Pero no te preocupes que eso es lo más natural. ¡Sobre todo a tu edad!. Ya lo irás entendiendo"

Lo pasamos teta hasta el último instante que pasamos en el noble solar de mis antepasados. Y después, nos esperaba otra vez Madrid con su rutina de todos los días y el reto continuo de alimentar nuestro amor a tres bandas, defendiéndolo también de cualquier interferencia negativa proveniente del exterior.