domingo, 31 de enero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo VII

Madrid me recibía con un precioso día de primavera, y, por medio de Manolo, avise a mi madre que me esperase a cenar. De camino hacia mi casa miraba las calles como si quisiese asegurarme que nada había cambiado en tan pocos días de ausencia. Pero en mi interior seguía congelada la imagen de Paco después de estrecharlo por última vez en el aeropuerto. Llevaba gravada en mis pupilas su brillante mirada avellana, adorable e irresistible, y cuanto más cerca estaba de mi apartamento más nítidamente escuchaba a mi deseado Gonzalo reclamando también su presencia en mi vida. Deseaba absolutamente volver a verlo. Y era preciso saber si mis ensoñaciones eran realidad o sólo fantasía. Necesitaba urgentemente resolver el dilema que en menos de un mes había puesto patas arriba mi existencia. 

La vuelta a mis cosas me devolvió ese aire familiar que nos hace sentir a gusto en la cotidianidad de nuestra vida. Dejé los bultos en cualquier parte y salí a la terraza para respirar nuevamente la normalidad del día a día. Pero mis fantasmas, nublándome la luz, me impedían alcanzar el horizonte. Me senté frente al teléfono dudando que hacer, y, por fin, marqué el número que sin apenas usarlo ya me sabía de memoria.

"¿Diga?"
"¿Gonzalo, por favor?"
"Sí.. Un momento"
"Gracias"

Puede que parezca estúpido, pero estaba totalmente nervioso. Y los segundos que pudo durar la espera me llenaron de inusual ansiedad.

"¿Sí?"
"¿Gonzalo?... Soy Adrián... ¿Cómo estás?"
"¡Hola!. Ya era hora de que te dejases oír"
"Acabo de llegar de Ibiza"
"¿Y que tal?"
"Bien.... Ya te contaré... ¿Y tú?"
"Estupendo... Ya te lo puedes imaginar... Mamá, papá, hermanitos, libros y sierra... ¿Genial!..... Supongo que lo tuyo debió ser más divertido"
"Hubo de todo, como siempre.... Me apetece verte"
"¿Cuándo?"
"Ahora"
"Ahora no puedo"
"¿Cuando puedes?"
"¿Mañana?"
"¿A que hora?"
"Tú dirás"
"¿Tengo que seguir llevando la voz cantante?"
"Claro..... Eres el mayor"
"¡Qué simpático!"
"Venga, di"
"¿A las ocho?... De la tarde naturalmente"
"Vale"
"Hasta mañana pequeño"
"Sí papá...... Un beso"
"Un besazo para ti..... Muac"

Mi siguiente llamada fue a Enrique. Tenía que contarle mis penas. Y aunque sabía que de entrada me llamaría puta, era posible que también me alumbrase las ideas respecto a mis enredos amorosos. El continuaba cada día más enamorado de Raúl, y nunca imaginé que me diese tanta envidia la normalidad y sencillez de una relación de pareja como la suya. Puse a mi amigo al corriente de la situación, contándole todo lujo de detalles, y, después de recriminarme cuanto quiso y más, me aconsejó que me lo tomase con mucha calma y sopesase bien los pros y los contras de ambas relaciones. Después ya me decidiría por uno de los dos. ¡Sencillísimo!. Para ese viaje no necesitaba tantas alforjas. Precisamente el problema estaba en decidirme por uno de los dos cuando deseaba a ambos al mismo tiempo. Y, por otra parte, qué me importaban a mí las circunstancias de cada uno de ellos. Para mí solamente tenían virtudes y ningún defecto que colocase a uno en un plano inferior al otro. Si uno es guapo, el otro también lo es, tanto o más, me decía yo. y si Gonzalo es agradable, tierno y alegre, Paco también, añadía. Y si este último es apasionado y cariñoso, Gonzalo tiene el mismo fuego y dulzura, remachaba para mí mismo. Los dos miran de frente. Y ambos conservan todavía la franqueza de la inocencia. Y, sin embargo, son dos personas completamente distintas. Sería imposible decidirme por uno sin sentir la irremediable mutilación que me causaría la pérdida del otro. Mi corazón se había partido y no encontraba un remedio fácil para unirlo otra vez. 

Seguramente Cris habría vuelto ya a Madrid. ¿Pero qué solución iba a darme semejante pendón?. No hacía falta ser muy listo para adivinar su consejo: "No les digas nada y fóllate a los dos por tiempos". Pero de todas forma lo llamé, y, aparte de pedirme que se los echase, como es su costumbre, me dijo lo que ya me suponía y añadió: "Hombre, lo ideal sería que hicieseis trío. Pero quizás no traguen". Y continuó: "Por eso lo mejor es que me dejes a uno. A Gonzalito, por ejemplo. Y te lo voy pervirtiendo a ver que pasa".

¡Qué cachonda la criatura!. El lector puede imaginarse sin mucho esfuerzo el cariz de mi contestación. Sin embargo, lo de hacer un trío no me repugnó demasiado. Después de todo solamente sería la realización material de mis vivencias oníricas en aquellos días. Naturalmente, además de lo dicho, pormenorizó la serie de polvos con los que se había despachado durante su viaje, sin regatear lo más mínimo la descripción minuciosa de las mortales folladas que había propinado tanto al chulo que le acompañó como a los búlgaros y no búlgaros (todos marcaditos) que fueron cayendo en sus redes. Y que no fueron pocos según contó. Porque otra de las habilidades de Cris es lo bien que se apaña para hacer lo que le sale del culo sin cabrear nunca a sus ligues. Al final siempre consigue lo que quiere. Si estuviese en mi situación, seguro que les propone lo del trío y los dos se prestan a ello tan contentos. Se la metería alternativamente a uno y a otro y tan felices los tres. ¡Será jodido el muy cabrón!. ¡Y todo le sale bien!. Es bien cierto que quien tiene buen culo tienen suerte. Y el suyo es de antología. Lástima que no le dé todo el uso que semejante ejemplar merece. De cualquier forma quedamos en vernos y saborear mejor sus eróticas aventuras.

Mi último recurso era Pedro. Tenía mucha más experiencia que todos nosotros, y, como ya dije en su momento, su ponderación y buen criterio tendrían que servirme de alguna ayuda. Marqué su número, pero no estaba, y le dejé un mensaje en el contestador urgiéndole que me llamase cuanto antes.

Permanecí un buen rato sentado en el sofá del salón sin hacer nada (ni siquiera pensar) y el sonido del teléfono me devolvió a la realidad. 

"¿Adrián?"
"Hola.... Qué tal?"
"¿Tu que crees?"
"Lo sé"
"No quiero oírte solamente. Quiero verte y tocarte"
"Yo también, pero dame un poco de tiempo"
"Me acostumbré muy rápido a lo bueno"
" Y yo me acostumbré a ti demasiado rápido también"
"Creo que te quiero un poco, Adrián"
"¿Sólo un poco?.... Yo creo que te quiero algo más que eso"
"Ya te echo de menos". Dijo el chaval con la voz un tanto quebrada.
"Por favor Paco..... No me lo hagas más difícil"
"¡Quien lo tiene difícil soy yo!"
"Paco, te prometo que todo se arreglará. No sé como pero voy a solucionar esto de alguna manera. Me resulta imposible aguantar mucho tiempo sin verte"
"¿Y sin el resto?"
"Para el resto me basta con cerrar los ojos. Afortunadamente tengo mucha memoria e imaginación"
"Precisamente es la imaginación que le echas lo que más me gusta... ¿Con qué me vas a sorprender la próxima vez?"
"Todavía no estoy seguro, pero puede que se me ocurra algo especial"
"¡Tío me la estás poniendo tiesa!"
"Paco, no me tientes que aún no se inventó lo de viajar por el cable del teléfono"
"Pensaré en ti esta noche. Y cuando te coja que voy a exprimir hasta la última gota de leche"
"Vas a conseguir que me la casque, pero cuando te coja te destrozo el culo. No vas a poder sentarte en un mes. ¡Ya lo verás!"
"¡Ojalá!... No sabes como necesito algo así de fuerte. Ya te lo recordaré entonces por si acaso"
"Bromas a parte, haré lo imposible para vernos pronto"
"¡Eso espero!... Tengo que dejarte porque se me acaban las monedas... Besos"
"Cuídate.... Y si tienes algún problema o necesitas algo llámame. Un beso muy fuerte"

Quedé un tanto desfondado, pero empecé a moverme y deshice el equipaje. Coloqué alguna cosa en su sitio y me consolé sabiendo que al menos podía ordenar el entorno ya que no era tan simple hacer lo mismo en mi interior. Cuando sonó de nuevo el teléfono ya había terminado mi tarea, y esta vez era Pedro que respondía a mi mensaje. Prefería plantearle el asunto en vivo y en directo, y quedé con él después de cenar en uno de esos cafés de ambiente que hay por Chueca, que talmente parece que estás sentado en un escaparate. Y también llamé a mi hermano. Y ni ahora que escribo sobre lo sucedido me explico por qué se me ocurrió tal idea después de hablar con Pedro. Pero el hecho es que así fue y le pedí que comiésemos juntos al día siguiente. No es que fuese algo raro que llamase a mi hermano, puesto que solemos vernos a menudo, pero mi voz debió traicionarme ya que Humberto me notó raro e inmediatamente me preguntó si tenía algún problema. Como no iba a anticiparle nada acerca de mis quimeras de amor, lo tranquilicé y añadí que solamente quería conocer su opinión respecto a unos temas de poca importancia. Bueno. Y también sobre el amor. Esto último debió parecerle extraño y seguro que fue todo un poema la cara que debió poner al oírlo. Pero, tras un breve silencio, dijo:

"Bueno. Vale.... A las dos en el restaurante de costumbre. El que está cerca de tu banco. ¿De acuerdo?"
"Sí". Le respondí.

Y nos despedimos hasta la hora fijada.

Con tanta historia se me había pasado la tarde y todavía tenía que adecentarme para ir a cenar con mi madre. A toda leche me duché, me acicalé, y aún me sobró tiempo para no tener que salir a toda pastilla. Puesto que no hay nada que peor le siente a ella que la impuntualidad a la hora de comer o cenar. 

Aquellas horas junto a mi madre fueron un bálsamo para mi desazón, porque, además de ser una mujer de carácter firme, rezuma serenidad y bajo su techo cualquier rompecabezas se queda al otro lado de la puerta. Germana, exagerada como nadie en sus afectos, me recibió como a un emigrante que volviese de las Américas, como ella dice, sacando de su corazón la mejor cena que hubiese deseado un marajá. Evidentemente a mi madre sólo le conté del viaje lo que el buen gusto permite y el sentido común aconseja. Sin embargo, no le pasó desapercibida la preocupación que me aquejaba, e indirectamente intentó sonsacarme. Hubo momentos en los que a punto estuve de soltarlo a ver que solución me daba, pero preferí esperar mejor ocasión. De todas formas parecía que todo se confabulaba para complicarme la existencia, porque mi abuelo había tenido uno de sus arrechuchos y mi madre quería que la acompañase a Galicia el próximo fin de semana. Lo que sin lugar a dudas me restaría tiempo para enderezar mis entuertos sentimentales. Pero también era cierto que eso me daba un respiro y algo más de tiempo para no precipitarme y tomar un camino del que pudiera arrepentirme más tarde.

Cuando llegué al café Pedro ya esperaba sentado en una mesa pegada al ventanal, y parecía estar a la venta como las putas en Amsterdam. Cerca de él, sentado con otros dos, estaba un ligue mío (no demasiado antiguo) del que tengo un particular recuerdo porque echamos un polvazo bestial en una sauna. En un principio los dos solos, y luego con otra preciosa criatura que por allí andaba buscando guerra. El chico está muy bien, aunque en este momento no recuerdo su nombre. Pero si me acuerdo con todo detalle de los numeritos que nos montamos tanto por nuestra cuenta como posteriormente con la colaboración de un tercero. Era un domingo por la tarde y la casa se me caía encima, porque ni sabía que hacer ni tenía ganas de hacer otra cosa que no fuese una buena follada. Y, con la misma, me levanté del sillón como un rayo y en un periquete ya estaba en la calle rumbo a la sauna más socorrida a la sazón. 

El movimiento en los vestuarios indicaba que aquello estaba muy concurrido. No sé por que, pero los domingos por la tarde durante el invierno a casi todos nos sienta cojonudamente un buen polvito. Si lo tienes en casa mejor que mejor, pero si no, hay que salir a buscarlo. No queda más remedio. La vida del mariquita es terriblemente dura, como afirma categóricamente el bueno de Alberto. Me di una vuelta de reconocimiento por toda la sauna y tomé nota de posibles proyectos, aunque ninguno de ellos era como para perder el sentido. Los primeros que intentaron ligarme no me gustaron nada, y pasé de ellos cual diva en noche de estreno, insensible a los abrumadores halagos de los tediosos admiradores que se arrastran por una de sus sonrisas a la puerta del camerino (frase muy al estilo de Carlos cuando le falla su natural simpatía a la hora de conseguir el ligue apetecido). Con mi toalla a la cintura, dejando la abertura al lado izquierdo (que es por donde se suele salir el manubrio), me paseaba tan campante luciendo el palmito, cuando, en uno de los pasillos con cabinas a uno y otro lado, apareció el susodicho ligue. Me miró, y le miré. Nos cruzamos, y tres pasos después giramos la cabeza, yo con la intención de verle el culo y él con la misma o simplemente para comprobar si le miraba. Me detuve ante una cabina y él hizo lo propio tres puertas más lejos. Lo miré de arriba a abajo, colocándome el nabo en su sitio, y entré en un cubículo recostándome seguidamente en el catre. No tuvo que pasar mucho tiempo para que mi ligue se colocase frente a la puerta. En su toalla no se le marcaba el pene en posición distinta a la flácida, pero por la abertura de la mía ya salía erguido el mío, que, contagiándole al suyo, provocó que entrase rápidamente cerrando tras sí la puerta. 

Se sentó a la altura de mis piernas, y como un ternero hambriento se lanzó a mamármela con tal fruición que casi me la come. No contento con chuparme el miembro, dedicó el mismo empeño en los alrededores y especialmente en los testículos, produciéndome un formidable cosquilleo. Trabajados los bajos, fue subiendo por mi pecho, poniendo el culo al alcance de mis manos que lo magrearon a fondo profundizando en sus más recónditos misterios. El fornicio subió de tono, y nuestras lenguas exploraban todos los huecos entrando en cada uno de ellos lo más posible. Y, una vez complacido, salían de ese agujero para buscar otro nuevo. Ciego de lascivia lo puse a cuatro patas y colocándome de rodillas detrás del chaval le di por el culo sin miramiento alguno, resoplando como un toro de lidia. Entre quejido y suspiro el muchacho seguía pidiéndome que lo follara. Y yo, complaciente donde los haya, le atizaba verga que era un gusto. Me lo trajiné de todas las formas imaginables, y, cumplidos y sin resuello, quedamos tendidos en la asfixiante camareta haciendo acopio de nuevas fuerzas. Por simple necesidad de respirar tuvimos que entreabrir la puerta y, cuando casi habíamos recuperado nuestras energías, se nos plantó delante un potente rubiales jovencito, al que le alegraron el pizarrín nuestras gracias, y sin que fuese necesario mucho más para que entrase y empezásemos la sinfonía a tres voces. Los tres nos prodigamos en habilidades sexuales. Y el más antiguo de mis dos ocasionales amantes repitió conmigo y probó también el hierro del otro al tiempo que yo se lo hacía sentir a éste imitando los tres la formación de un tren. Aunque una vez suelto el rubiales de la máquina, continué dándole sin que abandonase yo el vagón de cola. ¡Menos mal que íbamos provistos de suficientes condones!. Y salí de allí totalmente seco a pesar de la humedad del vapor y una larga ducha.
Pero volvamos al café con Pedro.

No deseaba andar con demasiados preámbulos, pero consideré obligado interesarme por el personal y preguntarle como había pasado aquellos días de semana santa. Pedro, conciso como siempre, en breves trazos me puso al corriente de la situación en general reseñando escasa novedades, tales como el noviazgo de Juan con Alfredo (un compañero de curso y amigo de Pedro que por fin se decidió a ligarse en serio con Juanito), el intenso idilio de Enrique (del que ya estaba al corriente) y poco más. Realmente no habían ocurrido tantas cosas en esos días y me dio la impresión que lo mío pudiera ser lo más trascendente.

Abordé el asunto directamente y le expuse los antecedentes a fin de que tuviese una visión preliminar, acometiendo de seguido los hechos concretos que me habían llevado a tal desconcierto.

Pedro escuchó sin interrumpirme. Y al preguntarle:

"¿Tú qué crees?". Respondió: "Es difícil saber cual será la mejor solución, pero primeramente debes cerciorarte de cuales son tus verdaderos sentimientos respecto a cada uno de ellos. Pueda que tengas alguna duda, pero siempre hay ciertos elementos de juicio que nos permiten discernir mejor el problema, separando en cada caso la realidad concreta de la idealización creada por nuestros propios deseos". Y continuó diciendo: "Adrián, consúltale a tu corazón y te dirá a quién de los dos ama verdaderamente.... Y si no sabe decirlo es que amas mucho a los dos o a ninguno suficientemente... Si has de elegir, preocúpate de que sea conforme a tus sentimientos y no a lo que creas que siente el otro. Porque si te confundes con su apariencia habrás perdido a los dos por no haber obrado honestamente con ninguno. Pero si te decides por el que más amas y te defrauda, quiere decir que éste no merecía la pena y tú, por el contrario, ni le fallaste a él ni al otro, ya que te comportaste decentemente con los dos al abrirles tu corazón sinceramente. Y así, si el segundo te ama realmente, sabrá comprender y se ganará tu amor enamorándose de ti todavía más".

Sonaba precioso. Pero este Pedro con sus teorías me parecía un poco Quijote. Y a mi modo de ver la cruda realidad seguramente sería mucho más drástica. Si elegía a uno, el otro me mandaría a tomar por el culo por la vía rápida y sin mayores contemplaciones. Y lo demás son cuentos malayos, que todavía son más fantásticos que los chinos según me dijo un ligue que tuve hace tiempo. En resumen, tras escuchar su disertación le pregunté nuevamente:

"En conclusión. ¿Me callo y sigo con los dos, o se lo digo y me arriesgo a perderlos a ambos?.... ¿Tú qué dices?".
"Repito. Es una decisión difícil". Volvió a decir.
"¡Joder!... ¡Ya lo sé!... Si no lo fuese no estaría aquí oyendo tu lección magistral... ¡No te jode!"
"¿Y yo qué quieres que haga?... Si no fueses tan pendoncete no te pasarían cosas así. Mira, en el fondo como lección no está mal. Tanto quisiste cazar que al final te han cazado.... Y a todo...."
"¡Alto ahí!... Ni se te ocurra decir lo del cerdo y su San Martín, porque la liamos"
"No lo digo pero lo pienso... No puedo evitarlo". Dijo Pedro quedándose tan pancho.
"¿Tú qué harías?... Dime". Le imploré desmoralizado.
"Está bien. Te diré lo que yo haría...... Primero iría a ver a uno y se lo diría frente a frente. Y después haría lo mismo con el otro"
"Pero está en Ibiza". Apunté.
"Pues iría a Ibiza a decírselo". Remató con contundencia.
"¡Joder tío!... Creo que esa solución no me mola nada, que quieres"
"Me preguntaste que haría. Pues ahí lo tienes. Primero díselo a los dos cara a cara, y luego, según se tercie, decide"
"¡Sí!.. ¡Cómo si eso fuese lo más simple!..... ¡Cómo voy a decidirme si por más vueltas que le doy más me convenzo que los quiero a los dos!.... Sencillamente no quiero renunciar a ninguno. Así soy yo. Antes ninguno y ahora dos juntos. ¡Y lo curiosos es que no se parecen en nada!"
"Es posible que precisamente por ser distintos te gusten los dos. Quizás se complementen el uno al otro y juntos formen tu ser ideal. ¿Quién sabe?... Hasta puede ser que os necesitéis los tres y seáis un todo perfecto. Si crees que puede ser así, inténtalo"

¿Pensaba eso Pedro o me decía lo que yo quería oír?. ¿Sería posible un conjunto a tres bandas absolutamente perfecto?. ¿Hay algo realmente perfecto, o la perfección sólo es la coordinación de imperfecciones que se complementan?. Estas elucubraciones siempre terminan por hacerme doler la cabeza irremediablemente.

Lo último que había dicho Pedro giraba sin cesar en mi cabeza, y al llegar a casa me di cuenta que necesitaba dormir. Dormir o soñar. No lo sé. Probablemente huir del mundo real y disfrutar de un idilio esotérico en el que siempre jugábamos los tres con las mismas cartas.

Había pasado una noche fatal y por la mañana estuve medio zombi en el despacho. A la hora del almuerzo me dirigí con calma al restaurante donde había quedado con Humberto, recreándome en el paseo y rumiando por dentro mis pesares.

Llegué antes que mi hermano y pedí al camarero un martini seco. Necesitaba algo fuerte que me espolease, porque con tanto cismar estaba como un auténtico muermo.

Humberto tampoco se hizo esperar demasiado y cada uno ordenó el menú que más le plugo dadas sus apetencias gastronómicas. Como se acostumbra en similares ocasiones, en la primera parte de la comida se habló de todo y de nada en concreto. Y ante el plato fuerte abordé lo fundamental, dejando a mi hermano menos sorprendido de lo que esperaba.

¿Acaso mi hermano tenía noticias de lo picha inquieta que era yo?. No lo creo. Una cosa era que supiese mis debilidades y otra que las conociese a tales extremos. De cualquier forma su reacción inicial me dio confianza y le plasmé el asunto con toda crudeza. Incluso profundizando en detalles de cama. Mis preguntas concretas fueron: si él se había visto alguna vez en situación parecida, siendo negativa su respuesta, y, si llegase el caso, cual sería su solución al problema. Humberto (pragmático donde los haya) se formó su composición de lugar, trasladando el tema a los parámetros de su circunstancia personal, y lo enfocó desde el punto de vista de una relación heterosexual, partiendo del indiscutible amor por su mujer. Con lo cual daba la impresión que el sentimiento hacia una tercera persona estaría más relacionado con una pasión meramente sexual que con el amor en toda la extensión de la palabra.

Afirmaba que podría mantener habitualmente relaciones con otra, pero nunca podría prescindir de su mujer, ni en la cama ni mucho menos en la vida cotidiana. El problema estaba en que conociendo a mi queridísima cuñada sería raro que consintiese en compartir el marido. ¡Pues no es celosa que digamos!. Y me parece muy bien que lo sea. Los celos son tan respetables como cualquier otra cosa. Y además creo que contra ellos no se puede luchar. O al menos resulta muy difícil. El que es celoso sufre y hace sufrir a los demás (casi siempre inútilmente), pero no puede evitarlo por mucho que lo desee o quiera convencerse de su irracionalidad. Aunque suene a tópico, son realmente una enfermedad. Y en muchos casos terrible.

Mi hermano no imaginaba desear a dos mujeres juntas, sino por separado y manteniéndolas en planos distintos. Su relación seguiría siendo de pareja pero con mujeres diferentes. Se basaba en un concepto distinto en ambos casos y nunca en igual situación, sino entendiendo a la segunda como suplementaria y subordinada a la primera y sin que jamás tales sentimientos pudiesen llegar a complementarse. Total un galimatías.

Y eso no era ni lo que yo sentía ni lo que quería. Yo no pretendía una poligamia con dos o más esposas alternativas. Nada más lejos de mi pensamiento que montar un harén o el típico serrallo donde cometer desórdenes obscenos. Yo quería compartir mi vida con los dos, pero disfrutando los tres juntos del mismo amor. Aspiraba a que apreciasen lo que yo aprecio y necesitaba desear lo que ellos desean. En suma, quería que constituyésemos tres facetas de un único amor. Y quizás fuera imposible, pero eso era lo que yo ambicionaba para los tres.

Mi hermano lo entendió, pero lo creyó descabellado. En su opinión no se puede amar a dos personas en igual medida. Y, por tanto, siempre se querrá a una más que a otra, surgiendo las lógicas diferencias aunque sea inconscientemente. Pero al final concluyó al igual que Pedro diciéndome que lo intente y así saldría de dudas, resolviendo también el problema en un sentido u otro.

La rueda volvía al inicio de una vuelta sin fin. Ya que la decisión era mía, la solución tenía que serlo también. Y mi decisión fue firme, y me animaba diciéndome: "o tengo a los dos, o no quiero a ninguno". Y esa misma tarde tenía que planteárselo a Gonzalo antes de nada. Sin rozarle ni un solo pelo o ya no sería capaz de hacerlo. Y si lo perdía mala suerte. En cierto modo habría perdido a los dos, puesto que no podría olvidarlo; y mi amor con el otro sería incompleto. ¡Menudo lío!. Si conseguía salirme con la mía sería todo un alarde digno de figurar en un tratado sobre ciencia y teoría del arte de amar. No tenía otra cosa en la sesera y nada sobre la tierra hubiera logrado distraer mi atención del morrocotudo problema que debía solventar sin demora. 

¿Qué si tenía miedo?. Preguntará alguno. ¡Cagao!. Estaba completamente cagao. Eso era pánico y lo demás son cuentos. Hay que echarle mucho valor para plantearle a un amante, todavía en el primer celo, que te gusta otro, aunque se lo suavices diciéndole que a él también lo quieres y lo deseas con toda tu alma. Lo más probable es que te castre allí mismo, si tiene medios y le das la oportunidad de hacerlo. Es decir, si no escapas poniendo tierra por medio cuanto antes. Al menos mientras no se recupere del batacazo inicial.

Y herido por la duda pasé el resto de la tarde hasta que llegó la hora del ansiado y temido encuentro.

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