martes, 9 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XII

Gonzalo prefirió no venir al aeropuerto y puso como excusa sus exámenes. Camino de Barajas, mi mente cavilaba a un ritmo vertiginoso sobre lo que podría acontecer cuando estuviese Paco ante él. Un ligero retraso del avión aumentó mi impaciencia, y mis nervios me impedían estar quieto. Recorrí una y mil veces la terminal de vuelos nacionales hasta que la megafonía anunció la llegada del vuelo procedente de Ibiza.

Cuando esperas a alguien con ansia, siempre parecen interminables los minutos de espera antes de que aparezca tras el carrito con su equipaje. Incluso llegas a pensar si ha perdido el avión o te has equivocado de día y esperas en balde. Pero esta vez no era así, y en medio de otras gentes ahítas de sol venía mi otro muchacho. Venía vestido a la última y estaba guapísimo. Sin perder un segundo más, me acerqué a él y lo apreté contra mí confundiendo sus latidos con los míos. Me parecía imposible volver a gozar de su olor y su tacto, y musitó en mi oído que aquello no era verdad y solamente estaba soñando. Pero ni era sueño ni imposible y volvíamos a estar juntos. 

Me extrañó que no preguntase por Gonzalo inmediatamente, pero en cuanto arranqué el coche fue lo primero que hizo y le contesté que nos esperaba en casa porque estaba estudiando.

"¿Crees que nos entenderemos?". Dijo Paco pidiendo mi opinión.
"Estoy seguro de ello... Ya lo verás"
"¿Realmente es tan guapo como en la foto que me mandó?"
"¡Claro!. En persona incluso está mucho mejor.... ¡Es un tío cachas de verdad!"
"El que está estupendamente eres tú... ¿Qué haces para estar tan bueno, cabrón?". Me dijo.
"Follar niños guapos"
"¡Serás cabronazo!".

Soltó dándome una palmada en la pierna, que, por cierto, me dolió.
Paco apenas conocía Madrid, y, mientras callejeábamos camino de casa, estaba pendiente de todo como si quisiese grabar en su cabeza el panorama tan variopinto que la ciudad presentaba ante sus ojos. La zona de Rosales le encantó. Y cuando le dije que allí vivíamos me miró con gesto sorprendido diciendo:

"¿Tan rico eres?"

"Sí".

Contesté sin más explicaciones excitando más aún su curiosidad.

Durante el viaje en ascensor hasta el ático, Paco se limitó a besarme apretando mis manos para calmar sus nervios, y, por fin, ya estábamos ante la puerta y tras ella esperaba Gonzalo.

Antes de abrir le hice un gesto a Paco para que guardase silencio y giré muy despacio la llave intentando sorprender al otro, pero cuando todavía no habíamos traspasado el umbral, ya teníamos a Gonzalo en el recibidor con sus ojos verdes clavados en Paco.

"¿Qué hay chaval?..... Este es Paco". Dije informalizando las presentaciones. Y añadí: "Paco, Gonzalo"
Se miraron a los ojos y Gonzalo se limitó a decir: "¡Hola!"
"¿Qué tal?".

Contestó Paco manteniéndole la mirada al otro. Y acto seguido se besaron en las mejillas muy de cumplido.

No podía permitir que se crease tensión en el ambiente, y cogiéndolos por encima de los hombros acerqué a la mía sus caras y besé a uno y a otro en los labios. Permanecimos unos instantes con las cabezas juntas y los chicos estrecharon el trío pasándose mutuamente el brazo por detrás de la cintura.

El hielo inicial empezaba a derretirse, pero cualquier conclusión sería prematura hasta ver el rumbo que tomaba la situación.

"¿Primero querrás ver la casa?"

Pregunté a Paco con el fin de salir de aquel punto muerto.

"Gonzalo, por favor, lleva las maletas al dormitorio mientras le enseño la terraza y el salón. Ven Paco".

Y lo cogí por un brazo llevándolo a la terraza. 

"¡Hostias!. ¡Qué bonito!. ¡Menudo parque!"
"Es el del Oeste.... ¿Te gusta?. Me refiero a Gonzalo"
"¡Está muy bueno!. ¡Y de momento qué quieres que diga!. Lo que me gusta es la terraza. ¡Es fabulosa, tío!. Y las plantas son preciosas. Me imagino cómo puede ser una cena aquí. ¡Sobre todo con luna llena!"
"Vamos al salón.... ¿Qué te parece?"
"¿Gonzalo?"
"El salón"
"¡La leche!. ¡Simplemente la leche!. ¡De puta madre, tío!"
"El resto de la casa es por el estilo".

Dijo Gonzalo que se unía a nosotros en ese momento.

"Lo que quisiera es ir al baño". Interrumpió Paco.
"En la segunda puerta... Dentro del dormitorio". Indiqué yo.

Y en cuanto entró en la habitación me faltó tiempo para preguntarle a Gonzalo que le parecía el chico.

"¡Es guapo que te cagas, el cabrón!". Contestó Gonzalo.
"Tenía razón. ¿Verdad?"
"¡Está muy bien!.... ¿Crees que le habré gustado?"
"De momento dijo que estabas muy bueno. Pero estoy seguro que ya le gustabas antes de verte casi tanto como él a ti. ¿O no?". Le dije.

Oímos el ruido de la cisterna y cambiamos de conversación antes que volviese. Continuamos los tres recorriendo el resto de la casa, y una vez que Paco se situó en su nuevo entorno deshicimos su equipaje. Y luego, sentados en el salón, charlamos un buen rato de esas cosas que no siendo muy transcendentes ayudan a que las personas se conozcan un poco más.

Ni que decir tiene que me moría de ganas por meterme en la cama con mis dos chavalotes. Pero me parecía un poco fuerte proponerlo sin más trámite y eché mano a algo tan socorrido como sugerirle a Paco que se duchase para mitigar el cansancio del viaje. Paco, sea porque pescó la onda o porque verdaderamente estaba cansado, acogió la idea favorablemente y, ni corto ni perezoso, fue a desnudarse al dormitorio al tiempo que yo le pedía a Gonzalo que le llevase unas toallas. Estaba plenamente convencido que en cuanto Gonzalo viese la espléndida desnudez de Paco se montaría el cotarro, y no me equivoqué. Uno había ido a ducharse pero el agua no corría. Y el otro, que sólo iba a darle las toallas, no volvía. Es cierto que solamente habían pasado un par de minutos, pero en tales circunstancias era más que suficiente para que fuese a comprobar lo que hacían mis niños. No por celos o porque no me fiase de ellos, sino más bien para apuntarme lo antes posible a la pequeña orgía. 

Como imaginaba, Gonzalo acariciaba con la mirada el cuerpo de Paco y bajo el calzón corto que vestía denotaba su calentura. Y Paco, sin prenda alguna que le cubriese, exhibía la excitación que le causaba el otro muchacho, sin atreverse todavía a acercarse a él. Y mi entrada en escena fue el detonante. Volví a cogerlos por detrás del cuello, pegando sus cuerpos junto al mío. Y fue Gonzalo quien primero buscó los labios del otro, largándole un besazo tipo respiración boca a boca, y provocando una reacción en Paco mucho más calurosa de lo que yo hubiera imaginado. Lo demás vino por añadidura.Y los tres gozamos el sexo y compartimos la emoción de estar juntos tal y como había deseado desde que supe que estaba enamorado de los dos muchachos. 

Si sólo dijese que jodimos faltaría a la verdad, porque aquello fue hacer el amor verdaderamente. E incluso la fuerza casi violenta de nuestra pasión no menguó para nada la necesaria ternura que espontáneamente brotó de nuestras almas. El amor prendió nuestros cuerpos y espíritus enraizando en nosotros el sentimiento más generoso que puede alcanzar el hombre. Es decir, la total identificación con el ser amado (¡Teta lo bien que queda eso!).
Cuando los tres nos acicalábamos para ir a cenar le pregunté a Gonzalo:

"¿Era tanto como te dije?"
"Sí". Respondió sonriéndome.
"¿Te ha gustado, verdad?"
"¡Mucho!.... Más que tú"
"Muy bien. Pues quédate con él". Dije fingiendo estar ofendido.
"El no sabe hacer lo mismo que tú con lo que tiene entre las piernas". Contestó Gonzalo agarrándome la polla y arrastrándome hacia él.
"¡Que me haces daño!". Protesté.
"Más daño me acabas de hacer tú en el culo, cabrón.... ¡Menudos empellones me diste por detrás, mariconazo!"
"¿Y tú que?. So gilipollas.... ¡Será por lo suave que fuiste tú follándome a mí!"

Le recriminé ocultando a duras penas la complacencia proporcionada a mi trasero.

"¡Bien que te gustó!.

Dijo apretándome ahora el culo.

"¡Como si a ti te disgustase que te la hinque bien, majo!.... ¡Pues anda que no levantabas bien el culo para tragarla mejor!".

Le decía yo amasando también sus dos buenas nalgazas.

"Si continuáis por ese camino creo que no vamos a ir a cenar".

Dijo Paco que entraba en escena procedente del cuarto de baño.

Y añadió: "Aquí el único que puede quejarse de algo soy yo, que entre los dos me distéis un palizón de cojones.... ¡Tengo el culo irritado como el de una mona!... ¡Joder!. Por poco me la sacáis por el ombligo..... ¡Sois un tanto bestias los dos!
"¡Anda!. ¡Mira por donde viene el otro haciéndose el estrecho!". Exclamé dirigiéndome a Gonzalo, y continué apretando contra mí a Paco: "Gonzalito. ¿Le oíste quejarse en algún momento, o fue imaginación mía aquellos suspiros y los repetidos ruegos entrecortados diciendo: más, dame más, más fuerte, toda, toda por favor, follarme los dos hasta que pierda el sentido, y otras muchas cosas más que huelga repetir ahora?".

Y seguí diciendo amarrando con fuerza a los dos chavales:

"¿Acaso no era él quien abría las piernas para que lo empalásemos mejor, gimiendo como una gata en celo con los pirolazos que le propinamos, o simplemente soñamos tú y yo?".

Los tres mostrábamos entre risas la profunda satisfacción por el súper polvazo que nos habíamos metido sin dejar olvidadas ninguna de las cavidades de nuestras anatomías. Y volvimos a morrearnos para terminar de arreglarnos y salir a la calle a airearnos un poco y cenar algo de paso para restaurar las fuerzas gastadas en nuestro triángulo erótico.

La atmósfera absolutamente distendida que habíamos creado se reflejaba en nuestros semblantes, tersos y relajados, haciéndonos sentir maravillosos. 

Por otra parte íbamos divinos con nuestros atuendos, perfectamente conjuntados, dejando al pasar un exquisito rastro por la mezcla de las colonias que llevábamos puestas.

Cuando llegamos al restaurante, mi entrada en el local acompañado por los dos chavales fue sencillamente triunfal. Al dueño, que es amigo mío pero una auténtica lercha, le faltó tiempo para venir a saludarme y ver de cerca los dos magníficos cachorros que me acompañaban. Y yo, asumiendo el papel de reinona, displicentemente se lo presenté a ellos (que fueron el centro de atención mientras permanecimos allí) sin que por un momento les quitasen el ojo de encima ni él ni sus monísimos empleados. Bueno. O al menos eso me pareció. Y conste que no soy celoso.

Con tantas atenciones la cena resultó bastante aceptable, y mis dos novios y yo pasamos un rato ciertamente agradable con el trato tan obsequioso que nos depararon tanto el jefe como los camareros. Aunque por lo bajo no podía menos que sonreír diciéndome para mí mismo: "los veréis pero no los cataréis, jodidos por el culo". Aquellos potros por el momento eran míos y si alguien los montaba ese era yo. Que quedase la cosa bien clarita para quien le pudiese interesar.

Después del exitoso paso por el restaurante, la cosa se terciaba propicia para impactar otro poco luciendo a los niños por algún lugar de ambiente. Y, a pesar que lo único apetecible era volver a casa y follar otra vez, propuse, a quienes eran mi vicio, que fuésemos a tomar algo a cualquier café suficientemente iluminado como para mostrar nuestros palmitos.

Nada más entrar en uno de los lugares más concurridos, nos topamos con Ricardo, Carlos, Cris y Pedro, que también habían salido de cena. Y la presencia de Paco conmocionó a la peña. Más a Cris que al resto, lógicamente, pero los demás también coincidieron calificándolo de guapísimo y muy agradable. No hay duda que cuando uno está bueno y es mono siempre es más fácil que te acepte todo el mundo. Incluso los que no entienden. Aunque éstos suelen decir que el tío es muy majo, sin más, evitando otros calificativos que pudiesen inducir a equívocos sobre su virilidad. En cualquier caso los dos chavales sabían como hacer para caer bien a la gente. Fundamentalmente tratándose de mariquitas, para los que el físico suele ser un ochenta y cinco por ciento del encanto de una persona. Paco y Gonzalo no se parecen demasiado. Y no sólo en el físico. Gonzalo es despreocupado, espontáneo, alegre y dicharachero. Posiblemente algo inocente, pero firme en sus decisiones, franco a la hora de opinar, y muy testarudo. No sabe mentir y no puede evitar decir lo que piensa aunque ello sea inoportuno. Carece de doblez y en sus ojos se puede leer como en un libro abierto. 

Paco es mucho más reservado, pero quizás más elocuente con sus silencios. Su mirada es profunda, y aunque denote recelo ante lo desconocido, no logra ocultar la bondad que intenta proteger. Es perspicaz e irónico y tiene chispa. Sin ser terco, no cambia de opinión fácilmente, y no admite nada que su razón no alcance a entender. Tiene una personalidad más compleja que la de Gonzalo y la vida le ha hecho perder su inocencia de niño. Tiene un carácter fuerte, mucho amor propio, y una enorme decisión para afrontar cualquier situación por complicada que sea. Desde luego hay que tener agallas para soportar la vida cuando únicamente le fue adversa desde la niñez.
Los dos son inteligentes, pero creo que Paco posee mayor agilidad mental que Gonzalo y un mayor interés por la lectura. Desde que llegó a Madrid está obsesionado por enriquecer su cultura y devora cuanto libro cae en sus manos, preferentemente de literatura y arte.

La noche se presentaba divertida y continuamos de copas con mis amigos sin que descuidase las mañas de Críspulo, mas por mera costumbre que por si acaso. Y que, aunque estaba seguro que Paco le resultaba un bocado demasiado apetitoso como para resistirse a probarlo, o al menos a intentarlo, por otra parte también tenía claro que el chaval, mientras nos quisiese a gonzalo y a mí, no era probable que se fuese con nadie por muchas artes que utilizasen para engatusarlo. Con Gonzalo había menos problema puesto que daba menos el tipo que suele gustarle a mi amigo "el gran cazador de indefensas pequeñas". Y, además, porque tanto Gonzalo como Paco nunca fueron lo que se dice unas indefensas pequeñas. Jóvenes sí, pero indefensos jamás. Creo que los dos han sabido en todo momento lo que querían. Y Paco no sólo eso, sino que supo defenderse siempre el solito sin ayuda de nadie.


En uno de los bares ese día había espectáculo y llegamos justo cuando un cachas, la hostia de bueno, evolucionaba por una tarima, a modo de escenario, desvistiéndose al son de un ritmo excitante y moviendo el pubis adelante y atrás. De entrada no caí en la cuenta de quien era, pero, al acercarnos más para ver el número, nos reconocimos el gachó y yo. Y, marcando más el tinte porno, el muy guarro me dedicó con la mirada el resto de su actuación poniéndome el culo y abriéndoselo con los dedos para enseñar bien el agujero. El muy hijo de puta conocía bien mis debilidades y me invitaba a follarlo otra vez. Pero las circunstancias eran otras y a mí me llegaba con los dos apetitosos culitos que por el momento tenía en exclusiva. Y como nadie sabía lo mío con el cachas, no hubo lugar a ningún tipo de mosqueo por la provocación tan descarada de la que había sido sujeto pasivo. En cualquier caso aproveché la coyuntura para fardar ante mis chicos dejando patente que podía traer de calle a más de uno.

En ese mismo local encontramos a Guillermo (un conocido de Carlos que nunca me cayó ni bien ni mal, si no todo lo contrario) que nos puso al día de los últimos comentarios que circulaban por nuestro mundillo. Nos dejó boquiabiertos con la noticia de que Gabriel (un ex de Alberto) se había liado con Eugenio. Este Eugenio es un amigo de Gabriel que de repente había anulado su compromiso matrimonial después de un largo noviazgo con una nena bastante mona, dulce y agradable. Hay que decir que Carlos siempre aseguró que el tal Eugenio era más señora que la Garbo. Y verdaderamente el chico tiene unos gestos un tanto sospechosos, pero nunca había dado motivo para dudar que lo de la boda no fuese en serio. En opinión de Carlos, el casorio debió quedar cancelado porque el chico querría casarse con el traje de novia de su mamá. Y evidentemente a la familia de la novia le pareció demasiado fuerte el capricho del nene. ¡Habría que verlo entrar en los Jerónimos vestido de blanco!. Bueno, pues tampoco es tan grave. Se casa con Gabriel y se viste de satén como su mamá. Y posiblemente estaría divino porque el tío no está nada mal y hacen buena pareja Gabriel y él. Personalmente creo que a Eugenio si no le molaba precisamente una dulce nenita, tampoco un rudo camionero o descargador de muelle, sino otro chaval de su estilo que sepa darle el afecto y la comprensión que precisa para sentirse realizado como persona. Como dijo Carlos: "Está en esa edad tonta que todas las mariquitas tenemos entre los quince y los setenta y cinco años". Y dirigiendo la vista hacia un carrozón de más de setenta que pretendía ligarse por el morro a un mariconcete de dieciocho añitos, añadió: "Y en algunos casos les dura hasta los ochenta. ¡Qué valor le echa el tío!. Es capaz de creer que tiene al mocoso loco por sus huesos. ¡Mejor dicho por sus pellejos!. Con suerte sólo le va a costar la hijuela. ¡Qué poco sentido tenemos cuando se nos cruza un cacho de carne apetitosa!". Sin embargo, no estoy plenamente de acuerdo con estas opiniones de Carlos, ya que el amor es libre y jamás podemos negar su existencia por inverosímil que parezca a primera vista.

Esa noche lo pasamos en grande riendo y bailando, y al regresar a casa nos sentíamos algo cansados para más danzas. Pero como comer, joder y rascar, todo es empezar, una vez juntitos los tres en la cama nos vimos envueltos en otra vorágine libido erótico amorosa, de imprevisible magnitud y consecuencias, y después dormimos como ceporros. Estoy convencido que no hay nada como una buena jodienda para dormir luego como un niño de teta sin malos sueños. Sin duda es el mejor remedio contra el insomnio y debería recetarse con más frecuencia por los médicos en beneficio de un mejor descanso social. ¡Como siga teniendo estas brillante ideas no voy a tener más remedio que meterme en la política!. Al menos habría alguien un poco más original y ante todo sobrado de imaginación. Pero de momento dejemos esa historia para los sosos que nos se les ocurre joder de mejor forma. 

En aquellos días Gonzalo tenía que continuar estudiando hasta finalizar sus últimos exámenes, y Paco y yo, que estábamos de vacaciones, nos dedicamos a pasear por Madrid e ir de tiendas, regresando a casa más o menos a la hora en que nuestro estudiante volvía, cumplida su tarea, para disfrutar los tres juntos el resto de la jornada; ya que, como su familia estaba en la sierra, el chaval no tenía ningún problema para no aparecer por su casa. Nos gustaba cada vez más hacer el amor en trío, pero, sin embargo, el algún momento aproveché la ausencia de Gonzalo para amar a Paco en solitario otra vez. Y no es que lo hiciese muchas veces, pero reconozco que también me gustaba y necesitaba sentirme exclusivo para cada uno de ellos. Y, por tanto, cogía a Paco por banda, apropiándome su ternura, y en cualquier lugar de la casa fundíamos los plomos los dos solitos. De todas formas en cuanto llegaba Gonzalo repetíamos con él la faena y así todos contentos y bien servidos. Por otra parte, estaba convencido que ellos también follaban como locos cuando yo salía de casa por algún motivo dejándolos solos. Y era normal que dos jóvenes, sanos y guapos, que se gustan, quieran hacer el amor a todas horas y disfruten la vida lo más posible. Por tanto, ni podía extrañarme ni parecerme mal que lo hicieran. Y cuando yo llegaba, cumplían conmigo como si no se hubiesen rozado ni un pelo. ¡Y los polvos que echábamos eran de antología!. Nos mamábamos todo lo mamable y más también. Y cuando ya teníamos la lengua y los labios enrojecidos e hinchados, venía el turno del coito propiamente dicho y Gonzalo y yo nos cebábamos con el culo de Paco antes de saciarnos mutuamente los propios. A Paco no le gustaba penetrarnos y respetábamos su decisión, por lo que hacía todo lo demás menos eso. Y cuando no formábamos un tren sirviendo él de máquina, nos separaba las nalgas con sus manos abriéndonos el culo para que el otro pudiese meterla mejor y de paso ponerse ciego de lujuria viendo como nos follábamos Gonzalo y yo. Se excitaba como un burro y aunque acabase de correrse volvía a empalmarse y se la cascaba otra vez mientras nosotros nos íbamos dándonos por el culo. Y cuando más caliente se ponía más nos calentábamos nosotros y era el cuento de nunca acabar. Paco disfrutaba como un enano siendo follado como viendo follar, pero se salía mucho más de madre cuando era yo quien le partía el culo a Gonzalo. Le encantaba ver al otro puesto en pompa gimiendo y suspirando con mi polla clavada por detrás. 

Para aprovechar el tiempo antes de irnos a Fontboi a principios de la siguiente semana, cerramos el trato con otros amigos míos para que Paco trabajase en Madrid en una tienda de ropa para hombre, dado que tanto el chico como yo consideramos imprescindible para el éxito de cualquier relación amorosa la independencia económica de cada uno. Sin que ello signifique que no puedan ayudarse mutuamente o se faciliten la vida uno a otro según las posibilidades de cada cual. Y ya no es un secreto para mis lectores que las mías eran considerablemente superiores a las de mis dos amantes.

Con el fin de semana llegó también la libertad académica de Gonzalo y comenzamos los preparativos para nuestra estancia en el solar de mis mayores del lado paterno. Los chicos no sabían exactamente que era Fontboi ni les había hablado nunca de mis circunstancias personales. Su impresión era de que tenía pasta, pero ni la más ligera idea sobre la entidad de mis riquezas. No me interesaba desvelarles tales extremos, pero tampoco tenía la intención de ser tacaño con ellos. Si algo deseaba era no privarles de cuanto se pudiese comprar con pelas. Pero por mi parte sólo se enterarían de cuanto resultase evidente y nada más. Y, entre otras cosas, de las grandezas, puesto que, como ya he mencionado, solamente en Fontboi se me nombraba la baronía. La nobiliaria, por descontado, que la otra suelo llevarla puesta inevitablemente aunque no siempre colgando. Sobre todo cuando ellos me alegran el ojo con sus gracias y encantos. Y no me estorba para nada incluso flácida, que quede claro. Muy al contrario, ya que no sería faltar a la modestia si digo que a la mayoría de mis ligues les ha cautivado la seriedad de mis atributos.

Una cosa que debía hacer antes de irme de Madrid era cenar con mi madre, que también estaba a punto de salir para Galicia a pasar el verano con su padre, y decidí hacerlo el día anterior al de nuestra partida. En esta ocasión no era cosa que me acompañasen mis muchachos y, por tanto, los dejé en casa cenando solos para reunirme con ellos después de cumplir con mi madre. En principio habíamos pensado vernos en una terraza de la plaza de Chueca, pero luego decidimos que sería mejor no andar de cachondeo y acostarnos temprano para salir de viaje a la mañana siguiente a una hora relativamente prudencial. Con tal motivo, procuré no alargar la velada con mi madre y regresé a casa lo antes posible. Al abrir la puerta me escamó no oír ni un ruido y entré sigiloso sospechando ya la causa de tanto silencio. No sé si algo llamó mi atención o si mi intuición me indicó la terraza y me dirigí allí. Y lo que me encontré fue a los dos chavales en plena follada. No se dieron cuenta de mi presencia y siguieron a lo suyo mientras yo permanecía en silencio observando la escena. La luna llena blanqueaba sus cuerpos dominados por la vehemencia del sexo y ungidos por una extraña luz que los transformaba en seres celestes. Los dos, devorados por la pasión, se entregaban por completo el uno al otro produciéndome tal morbo que mi placer fue tanto como si yo mismo poseyese a Paco, que sentado sobre Gonzalo emulaba con sus brincos a esos vaqueros que montan potros salvajes en un rodeo. 

Me quité la ropa y me acerqué despacio, encelado por los plateados destellos que escapaban de la espalda de Paco en su continuo vaivén. Y el influjo de la luna recorrió mi espinazo obligándome a inclinarlo sobre el pecho del otro. Y, sacándole la de Gonzalo, lo penetré de golpe mordiéndole bajo la nuca. Y apretándole los pezones le ordenaba que abriese el culo par ver mejor como le entraba y salía. Y al cabo de escasos minutos, que a mí me parecieron un instante, Paco no pudo esperar más y se fue. Pero Gonzalo y yo seguíamos cachondos como perros pegados al rabo de una hembra en celo. Y, mirando sus ojos brillantes de luna, quité de en medio a Paco y le levanté las piernas a la altura de mis hombros, pegándole sus rodillas sobre el pecho, y lo ensarté como a un pollo en el espeto. Pidió que le diese mi lengua y agarrándolo por el cogote juntamos las bocas y le di por el culo a tope sujetándolo fuerte para que su estremecimiento no lo librase de la posesión a que lo estaba sometiendo. Mis embestidas no le dieron cuartel, y parecía como si en el suelo retumbasen los golpes secos que daba contra su carne, hasta que llegamos juntos al orgasmo. La furia pasó y quedé sobre Gonzalo con la cara pegada a la suya, mientras los labios de Paco recorrían mi espalda. Y volviendo a ser racionales otra vez después de la locura, nos arrebujamos los tres en la cama y dormimos como niños bien amamantados, haciéndolo de prisa para no retrasar demasiado la salida hacia Fontboi.

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