domingo, 7 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XI

Así como le conté a Enrique lo ocurrido con Paco y Gonzalo, me dedicó las habituales flores y me dijo que estaba loco, augurándome un sin fin de castigos divinos. Pero yo estaba lo suficientemente seguro de mi decisión como para no escuchar más anatemas condenatorios. Pedro, sin llegar a entenderlo del todo, fue menos drástico. Y, en cuanto vio sus fotos, se mostró comprensivo con mi debilidad por los dos chicos, que le parecieron guapísimos, lo cual, no es por que yo lo diga, es una verdad como un templo. Aunque para mí el físico hubiese quedado ya en un segundo plano, los dos son más que guapos y están para mojar pan y chuparse los dedos. ¡Dos tíos de la hostia que están de auténtico vicio!. Podrían estamparlos como motivo en la cara y la cruz de una medalla de oro conmemorativa del año mundial de la belleza masculina. 

Con Cris fue otro cantar. A él no sólo le pareció la leche, admirándose de como me lo había montado, sino que, tras decirme que cuando me cansase de ellos se los echase para trajinárselos él, añadió que eso era de putísima madre. Vamos, lo más cojonudo que a uno pueda pasarle. Encontrarse a dos "pequeñas" (como suele denominar a los jovencitos monines que a él le gustan) y tenerlas a tu disposición para cuando te plazca para someterlas completamente y meterles una follada bestial juntas o por separado. Con unas cuantas más para los intermedios, sería su paraíso terrenal. Y lo demás son mariconadas para perder el tiempo. Y como pasa muchas veces, sin saberlo él también estaba a punto de caer como un pardillo con un bonito de cara, de esos muy perfumado y de mucha marca, que iba a poner en peligro su innata promiscuidad haciéndoselas pasar putas.

Está visto que cuando llega el cabrón que te toca la fibra sensible no hay argumentos que valgan y te encela como a un desgraciado, pudiendo el amor rendir a la más puta. En este coto que es el mundo todos cazamos, y llegado el momento también somos cazados como pánfilos.

¿Pero yo estaba seguro de lo que hacía?. No. No sólo no lo estaba, sino que en realidad sentía pánico del fregado en que me metía con dos chavales al mismo tiempo. Mi querencia por ellos acallaba el miedo. Y, sin embargo, en la parcela de intimidad exclusiva que todos nos reservamos, meditaba sobre las consecuencias que ello podría acarrearnos a los tres. Tanto por su situación como por su juventud los veía mucho más vulnerables que yo y temía dañarlos de algún modo. Inconscientemente, desde luego, pero al fin y al cabo causándoles el mismo mal que si fuese a propósito. 

De una forma y otra había conseguido que se interesasen el uno por el otro sin poder calcular el grado de afecto que podrían alcanzar, ni si ello pudiese llegar a provocar mis celos. ¿Sería víctima acaso de mi propia avaricia amorosa?. Pero también podía ocurrir que el encuentro de ambos no diese el resultado esperado por mí y fuese nefasto, con lo que todo el invento se desmoronaría irremisiblemente. Había que imaginar una situación propicia enmarcada en un escenario adecuado y debía de ser pronto. Y fue mi hermano quien me dio la idea cuando le hablé del estado de la cuestión.
"Ahora que ya hace buen tiempo, por qué no los invitas a pasar unos días en Fontboi". Me dijo.

Y tenía razón. Fontboi era el sitio ideal para darles tiempo a que fuesen conociéndose y se consolidase mi ansiado trío de amor. El único problema eran las clases y exámenes de Gonzalo. Por fuerza dependíamos de su calendario y lo más probable era que aguardásemos hasta el verano, entrado ya el mes de julio, cuando en Fontboi hace un calor que se fríen los pájaros. Bien es cierto que también allí hay un río con claros y umbrías donde suavizarse de los rigores del sol. Y al anochecer el aire fresco del jardín perfuma el ambiente entorno a la casa e incita a gozar del descanso envuelto en su embrujo.
Fontboi sería para nosotros el edén anterior al pecado original. O mejor dicho, el edén al que sin duda hemos de volver una vez redimidos de nuestros originales pecados. Allí deberíamos alcanzar la inocencia del amor humano en sentido puro. La perfecta comunión de almas y cuerpos comprendida en la abstracción de un universo místico. Es decir, la total integración en el supremo amor. 

Mientras tanto, las tardes se me pasaban volando teniendo a Gonzalo estudiando en mi casa. Prácticamente estábamos juntos la mayor parte del día y realmente ya vivía más tiempo conmigo que con su propia familia. Fueron días de una hermosa tranquilidad, no interrumpida por nadie ni nada. Y mi madre intuyó la situación, puesto que en una de mis visitas me interrogó queriendo saber por que derroteros transcurría mi vida de un tiempo a esta parte. Y, fundamentalmente, a que era debida la sensación de calma y felicidad que notoriamente irradiaba. Lo cierto es que dudé entre contarle toda la verdad o inventarme una excusa para salir del paso. Pero ella, demasiado astuta y suspicaz, sin darme opción a réplica afirmó:

"Eso sólo puede ser el amor... ¿Quién es él?"

¡Y cómo le decía yo que eran dos!. Uno es lo normal y lo aceptablemente correcto, pero dos era difícil que lo entendiese. Y por otro lado tampoco deseaba mentirle cuando tenía la oportunidad de hablar tan claro con ella.

"Todavía no estoy muy seguro". Contesté.
"¿Te gusta?
"¡Claro!"
"Pero no sabes aún si le quieres"
"¡Sí!... ¡Sí que le quiero!"
"¿Entonces?"
"Que me gustan dos". Respondí. Y se hizo un silencio.
El lapsus en la conversación, aunque no fue largo, para mí fue eterno, y mi madre reanudó la carga indagando más acerca de mi corazón creyéndolo partido.
"¡Ah!.... Que no sabes con cual de los dos quedarte... Ese es el problema"
"Más o menos"
"Si me los presentas podré darte mi opinión... ¿No crees?". Dijo mi madre dejándome de piedra.

Era la primera vez que me sugería tal cosa. Hasta la fecha se había limitado a pasar del asunto evitando en lo posible el tema. Pero ahora, inesperadamente, mostraba un interés especial por la persona que podría convertirse en mi amante. En un instante la lucidez vino a mi mente y aproveché la coyuntura, que tan generosamente se me ofrecía, cogiéndole la palabra y proponiéndole con decisión que nos invitase a merendar o a cenar, según mejor le viniese a ella.  

Mi madre tampoco titubeó, y, con ese aire de serenidad que le caracteriza, me emplazó para cenar con uno de ellos el viernes de aquella misma semana. Es posible que unos meses antes me hubiese cagado de miedo con sólo pensar en la remota posibilidad de cenar con mi amante en compañía de mi madre. Y, sin embargo, en aquel momento la idea me llenó de orgullo y satisfacción, seguro de la grata sorpresa que Gonzalo le causaría al conocerlo.

Me faltó tiempo para comunicárselo al chaval. Y a pesar que en principio se asustó (lo que también es normal), no tardó en hacerle ilusión conocer en persona a la mujer que me trajo a este mundo, y de cuyo carácter ya le había hablado alguna que otra vez.

Cuando por fin llegó el día señalado por mi madre, a Gonzalo se le agarraron los nervios al estómago, y, para relajarnos los dos, echamos un polvo de muerte hasta que nos dio la hora de prepararnos para ir a cenar. Esa vez lo mordisqueé entero y estuve un buen rato comiéndole los dedos de los pies (que lo suele dejar grogui). Y él me hizo otras perradas, de esas que te encantan pero que no puedes resistirlas más de un segundo porque te pones eléctrico. Como por ejemplo, cogerme con la punta de los dientes los pezones, o hacerme cosquillas en el orificio del capullo apenas rozándolo con la lengua. Con cosas así me quedo temblón como un flan y luego puede hacerme lo que sea que trago con todo. ¡Y vaya si me hizo y tragué lo que quiso!. Me dejó que ni para un saldo. Yo también me explayé con él, que conste. Porque la cosa sólo funciona debidamente si se da y recibe de forma más o menos equiparable. Por ejemplo, las ingles son alguno de los puntos críticos de Gonzalo. O también la línea que desciende por el medio de la espalda hasta el culo. Y, como ya dije, los dedos y las plantas de los pies. También, la costurilla inferior del escroto. Y, desde luego, el ojete del culo. Comiéndoselo y tocándoselo suavemente lo tienes a huevo. Se le pone la minga como un botillo de esos tan ricos que se comen en León. Redonda grande y roja. Después del magreo, que fue muy fuerte, nos metimos sendos pollazos y quedamos como nuevos. ¡Relajadísimos!. 

Tal como habíamos previsto, el desgaste de energía nos tranquilizó. Y, maqueados cual pimpollos, acudimos a la trascendental cita con mi madre.
De entrada, estoy seguro que Benito le pareció a Gonzalo demasiado ceremonioso (y a mí también me lo ha parecido siempre), pero debió considerarlo propio de un mayordomo que se precie de serlo porque no me hizo el menor comentario. También es verdad que cuando hay gente que no es de casa, Benito adopta el aire de esas series y películas inglesas, en las que nos enseñan la rutinaria y aburrida vida de sus aristócratas y los estirados criados que los sirven en sus mansiones campestres. Quizás con la única intención de impresionarnos a los foráneos con el talante peripatético de los primeros y la estereotipada solemnidad de los segundos. Cómo si en Inglaterra todo fuese de tal modo y no hubiese también otras gentes menos acomodadas en su estrato social. Como en todas partes, lo que más abunda es esa otra sociedad no precisamente tan rica, elegante y educada, con dificultades para sobrevivir en un mundo cada vez más masificado, globalizado, irracional y materialista. 

A continuación, Benito, muy en su papel, nos condujo hasta el gabinete donde nos recibió mi madre. Ella, desde el sillón en que estaba sentada, esbozó una sonrisa y examinó de arriba a bajo a Gonzalo, de un sólo vistazo, sin traslucir su impresión ni a través del gesto más imperceptible. Gonzalo, todo él educación y finura, le besó la mano diciendo con suavidad:

"Encantado señora"
"El gusto es mío". Respondió ella con suma cortesía.

El primer paso estaba dado, y todo hacía pensar que la cosa marchaba bien. Durante unos treinta minutos mantuvimos una conversación fluida y desenfadada, mientras tomábamos el clásico aperitivo, hasta que Benito anunció la cena y mi madre, adelantándose a nosotros, se levantó tendiéndonos sus brazos y diciendo:

"No tendría perdón si perdiese la ocasión de ir al comedor flanqueada por tan buenos mozos"

Y dicho y hecho, cogidos del bracete entramos los tres al comedor flotando en ese ambiente de exquisita cordialidad que mi madre sabe crear como nadie.

No podíamos irnos sin que Germana diese también su visto bueno a mi amigo y superamos el trámite recibiendo los acostumbrados besos y piropos de la buena mujer, siempre tan exagerada como tierna. Después, mi madre nos acompañó hasta la puerta, y sin darle opción besó a Gonzalo en las mejillas y a continuación a mí, susurrándome al oído:

"Un chico encantador. ¡Y muy guapo!. ¡Ya lo creo!... Tienes muy buen gusto"
"Gracias mamá. Sabía que te gustaría"
"¡Muy guapo!. Pero espero que os portéis bien y no hagáis locuras"
"Claro mamá.... Te llamaré mañana... Te quiero"
"Adiós hijos"
"Adiós señora". Dijo Gonzalo.

Y cuando ya nos habíamos acomodado en el coche, no pude reprimir darle un fuerte beso en la boca a mi chico. Me sentía tremendamente orgulloso de mi madre, de él, y hasta de mí mismo. ¿Y por qué no?. Esa noche todo era demasiado perfecto para no estar plenamente complacido de mi propia circunstancia. Gonzalo también era feliz y me puso la mano sobre el muslo presionando mi carne con los dedos. Y al hacerlo noté el calor de su sangre penetrándome hasta el hueso, y sin mirar hacia él dije:

"Te quiero cabrón"
Y me contestó: "Y yo a ti mamonazo"
"¿Nos vamos a casa directamente?". Casi le rogué.
"Sí".

Respondió, confirmando asimismo sus ansias de amor y sexo.
Lo demás sobra contarlo. Bastaría con decir que las sábanas quedaron como si baldeásemos sobre ellas varios cubos de agua. Hubo un poco de todo, siguiendo la línea del polvo anterior a la cena, pero lo más significativo, sin duda, fue la declaración de amor que me hizo Gonzalo.

"Adrián". Me dijo.
"¿Qué?"
"Te quiero"
"¡Ya lo sé!... Y yo te quiero a ti"
"No. Quiero decir que te quiero de verdad. Como jamás quise a nadie. Ni siquiera a mis padres o hermanos. Siento que tú lo eres todo para mí. Que te necesito absolutamente para querer mi propia vida. El único sentido de mi existencia es la tuya y no sabría que hacer si no fueses parte de mí. Me hiciste descubrir las posibilidades eróticas de mi ser, y por ti conocí el placer. A tu lado aprendí a gozar con tu propia satisfacción y comprendí hasta que punto la vida puede ser maravillosa. Verte y estar contigo es cuanto necesito para ser feliz. ¡Y sentir tus manos sobre mi cuerpo es presentir la gloria! Deseo que tengamos los mismos temores, planes y ambiciones. Y que mis ilusiones sean la tuyas también. Desde que te conocí mi carne parece hecha de tu misma carne; y, en cierto sentido, soy ajeno a mi anterior familia, porque ahora lo eres tú, amor mío"

Su sinceridad, sin resquemor ni doblez alguna, me estremeció. Y cualquier reserva o pose que hubiera podido mantener hasta ese instante se me vino abajo. Respondí a su incondicional entrega dándole mi espíritu, totalmente desarmado, rendido literalmente a sus plantas. Jamás había desnudado mi alma como lo hice aquella noche, ni había expuesto mis sentimientos a merced de nadie. Pero la ternura, la compresión, y la transparencia de Gonzalo, me imbuyeron una confianza en la vida y en el género humano que me colocaron en un gozoso nirvana donde todo era perfecto. Permanecimos en silencio oyendo golpear nuestros corazones, uno contra otro, y con los ojos cerrados divisábamos ese futuro de felicidad que todos buscamos. La excesiva tranquilidad no nos permitía conciliar el sueño, y durante casi el resto de la noche hablamos de Paco y nosotros dos, e hicimos planes para el verano mecidos por Albéniz con su suite española de fondo. 

Paco se había convertido en un tema de conversación habitual entre nosotros, y el interés de Gonzalo por él aumentaba de día en día. Lo encontraba observando detenidamente las fotografías de Paco. Y cuando eso ocurría, yo le preguntaba afirmando de antemano:

"¿A que es guapo?"
"Sí... Mucho". Me respondía lacónico.

E inmediatamente dejaba la fotografía y cambiaba de conversación, como si le diese miedo que ello llevase impepinablemente a admitir lo que quizás involuntaria e inconscientemente empezaba a sentir por el muchacho. Más tarde empezó a nombrarlo en sueños sin que yo pudiese entender lo que su mente hacía con Paco, mientras su cuerpo dormía pegado a mí. Alguna vez lo desperté, pero nunca recordaba nada. Paco entraba y salía de su cabeza sin que aparentemente dejase el menor rastro. Pero invariablemente al despertar quería gozar conmigo y bebía en mí con avidez hasta quedar agotada la veta que alumbra nuestra lujuria, sin que para ello fuese necesario un esforzado empeño por ninguno de los dos.

Aunque sabía su respuesta, un día le pregunté si alguna vez había hecho un trío y me contestó que no. Insistí preguntándole si en alguna ocasión le había apetecido hacerlo y también respondió que no. Pero añadió que ahora sí. Que estaba deseando hacerlo con Paco y conmigo, porque ese era mi deseo y porque le intrigaba como resultaría un polvo entre los tres. De tanto hablar de él ya le gustaba, y sin conocerlo le resultaba casi familiar, pero le daba miedo que la presencia de Paco nos destruyese a los tres. Quise tranquilizarlo y le aseguré que nadie podría alterar nuestro amor. Y él me miró con los ojos muy abiertos y dijo:

"Confío en ti y deseo que sea así, porque no sabría como superarlo. ¡Te lo juro!"

Tan pronto dijo aquello le di un morreo y nos montamos los dos un preludio de lo que podría ser el anhelado trío con el otro. Pero esta vez, Gonzalo prefirió adoptar un rol más pasivo y me dejó la total iniciativa del polvo, mostrándome claramente sus ganas por que le jodiese el culo. Y se lo jodí. Le di hasta que mi polla se ablandó y se arrugó dentro de él después de perder todo su fundamento.

 Mi encoñamiento por el chaval me tenía un poco apartado de mis amistades, y fue Cris quien rompió el aislamiento invitándome a una fiesta en su casa. La oportunidad me pareció perfecta para presentarle toda la peña a Gonzalo. Y, aún a pesar del riesgo que pudiera correr poniéndolo el alcance del gran depredador, le dije a Cris que si le importaba que me acompañase el muchacho. El jodido, seguro que relamiéndose de gusto, perdió el culo para decirme que no sólo no le importaba sino que estaba deseando conocerlo. ¡Pues no faltaría más!. ¡Claro que estaba loco por echarle el ojo encima!. ¡Y otra cosa también, si le dejaban!. Anda que si yo no estuviese seguro del chico iba a metérselo en su cubil. ¡Ni que fuese tonto de nacimiento!. Y por nacimiento lo único que soy es barón.

Naturalmente, dado su talante cachondón y sus gansa de juerga, a Gonzalo le encantó la idea de ir a la fiesta conmigo, y ese día, cuando lo vi salir por la puerta de su casa, me pareció guapísimo. Tanto, que repentinamente sentí unos celos irresistibles y a punto estuve de llevármelo a casa pretextando cualquier excusa para no ir a casa de Cris.

Como es costumbre en mí cuando se trata de fiestas, no llegamos a casa de Cris ni de los primeros ni de los últimos, sino más bien en ese punto intermedio en el que llegas a tiempo de todo sin tener que soportar los tiempos muertos del inicio de toda reunión. Y en esta ocasión no tardó mucho en reunirse toda la peña.

La presencia de Gonzalo causó comentarios a nuestra llegada y siguió provocándolos incluso después de la reunión. Todos admitieron, en mayor o menor grado, que el chaval estaba muy bueno y que era una belleza superior a la media general, con lo cual quedé más inflado que un pavo. Mucho más, dado que el chico se mostró ante mis amigos absolutamente encantador, sin olvidarse ni un sólo instante en dejar muy claro lo colado que estaba por mis huesos. Especialmente el Críspulo de mis pesares, que se deshacía en lisonjas con el muchacho y más de una vez tuvo que pararle los pies. Mejor dicho las manos. Que conste que yo tampoco bajé la guardia ni un momento, puesto que, como decía un viejo amigo de mi abuelo, cuidado con las armas que las carga el diablo. Y al puñetero Cris lo cargaron el mismo día en que nació, y dispararse lo sabe hacer muy bien solito sin necesidad de que un cañonero le muestre el objetivo. ¡Menudo buitre carroñero es el tío!. Y no digamos cuando se trata de una pequeña escuálida, a las que enfáticamente califica como "una de esas toda marcadita". Me acuerdo un día que íbamos los dos en su coche por Madrid, cuando en una parada de autobús vimos, rectifico, vio algo que le obligó a frenar bruscamente, dándome codazos, al tiempo que me gritaba:

"¡Hostias que pequeña!"
"¿Dónde?". Pregunté.
"¡Joder!... Allí... ¿No la ves?"
"Pues no". Respondí.
"¡Hostias, tío!.... En la parada"
"¿En la del autobús?"
"¡Sí, leches!"
"¡Y tan pequeña!. ¡Como que es una niña, joder!"
"¡Qué coño va a ser una niña!. ¡Es un tío!. Una pequeña monísima y tiene pinta de estar toda marcadita"
"Sobre todo en las tetas. ¡No te jode!"
"¡Hostias!. ¡Es verdad!. ¡Es una tía!. y además lleva bolso". Admitió Cris cayendo de la burra.
"Lo del bolso es lo de menos. El problema es lo que no tiene entre las piernas. Por lo demás.... ¿Qué quieres que te diga?. Los hay con más pluma que ella. Peo aún así le llegaba de mariquita. ¿No crees?... ¡Desde luego esto es el colmo!. Te gustan tan flemillas que hasta confundes un chochito con ellos. ¡Aún vas a terminar siendo macha!. Me refiero de verdad y no falsa macha como ahora. Que mucho rajar, pero luego pones el culo a la primera de cambio en cuanto te lo dejan bien apañado a lametazos"
"Nunca he negado que me guste poner el culo.... Y sin ir más lejos el otro día me han follado". Confesó Cris.
"¡Ah sí!... ¿Y cómo fue?"
"Pues hace unos días me había ligado a un tío, y después de follarlo me dijo que a su novio le encantaría que le metiese el pollón. Y la semana pasada me llamó y se trajo al novio a mi casa. Y zaca. Me lo follé"
"¿Y?". Dije para seguir averiguando lo ocurrido.
"Pues... Mientras yo se la metía al novio, él me la enchufó a mí y me folló"
"Y te encantó, claro"
"Sí.... Tiene una polla brutal y me echó un polvo de muerte... Me dejó el culo que tuve que ponerlo a remojo en agua fría para que me cerrase el agujero"
"Vamos.... Que te dejó servido... ¡Joder!. ¡Lo que habrá disfrutado con ese culazo que no te mereces por falso!"
"¡Pues mira quien fue a hablar!"
"Perdona. A mí no me gustó nunca.... No niego que lo haya hecho, pero hasta ahora nunca me había gustado". Esto último lo dije bajito, he de reconocerlo, pero el muy ladino lo oyó perfectamente.
"¿Cómo?". Se removió en su perfidia la muy víbora.
"Lo que has oído"
"¡Osea que a ti también te han puesto fino!. ¿No es verdad cabronazo. ?Y cómo no me lo habías contado?... ¡Hipócrita!. ¡Falso!. Y todo lo demás que me has llamado"
"Fue hace mucho tiempo y prefiero no hablar de eso"
"¡Seguro que Enrique lo sabe!"
"Sí"
"¡Ves!..... A él siempre se lo cuentas todo y luego dices que soy tu amigo". Protestó Cris con uno de sus muchos ataques de celos amistosos.
"No es eso... Aquello pasó cuando estábamos en la facultad y entonces a ti no te conocía, por tanto no podías saberlo"
"Pero me lo podías haber contado igual que yo te cuento toda mi vida sexual"
"Cris, tú le cuentas toda tu vida sexual al primero que se te pone delante. No tienes el menor pudor ni recato. Vamos, careces de la más elemental vergüenza para esas cosas"
"¡Porque no soy un reprimido como todos vosotros!"
"No exactamente. Lo que pasa es que disfrutas contándolo. Hasta me atrevería a decir que lo haces sólo para poder contarlo"
"¿Y cómo fue?". Me preguntó ansioso por satisfacer su insana curiosidad.
"Bueno. Te lo cuento pero cuidado con airearlo"
"Yo cuento lo mío pero no lo de los demás"
"Más a menos. Tampoco te tires de la moto"

Y previas las advertencias de rigor, aquel día le conté a Cris la historia con Borja en mis años mozos. y al final solamente pronunció una frase:

"¡Qué cabrón el puto mariconazo!"

Otra característica de Cris es su poca sutileza pasa proferir insultos contra quien no le cae simpático.

Pero volviendo a la fiesta, diré que estaban Carlos y Alberto, que vino acompañado por Miguel (un chico aproximadamente de nuestra edad, médico, que conociera unos días antes y le había gustado cantidad). Se les veía bien juntos, y me alegré por Alberto porque si alguien merece ser feliz es él. Y también estaba en ella Arturo, el amigo de Raúl que conocí en casa de Pedro y me lo hice aquella noche en mi casa, repitiendo también al día siguiente. Y que estuvo muy discreto conmigo y por suerte no metió la pata delante de Gonzalo. Y, por supuesto, no podían faltar Raúl y Enrique haciendo ostentación se su acaramelado entusiasmo amoroso. ¡Que por cierto estuvieron muy amables con mi chico!. Incluso Enrique, haciendo un aparte, me dijo que en su opinión el muchacho estaba hecho a mi medida. Y, dado el ojo de Enrique para calar al personal, lo más tranquilizador para mí fue que le cayó bien desde el primer momento. Y cuando Enrique dice algo así siempre es sincero. Como que enseguida propuso que al día siguiente, que era sábado, fuésemos a cenar los cuatro a un restaurante del que le habían hablado maravillas.
Gonzalo es una de esas personas que tienen el don de caer bien en todas partes y hacerse querer. Pero a Paco le ocurre lo mismo, y si me hubiese acompañado él, Enrique hubiera dicho lo mismo. Y la prueba es que cuando lo conoció le cayó igual de bien que Gonzalo, aunque su pasado quizás le tirase un poquito para atrás a la hora de elegir entre uno u otro. Por eso entonces tuve que reiterarle que con ellos es mejor quedarse con los dos y no tener que elegir. Y entonces por fin admitió que ambos eran perfectos para mí. ¡Y también para cualquiera!. ¡Qué coño!. ¡Pues no son ellos dos buenos pies para un banco que digamos!.

Como era de esperar, la impresión que se causaron mutuamente Gonzalo y Pedro fue inmejorable, y este último simplemente me dijo que no fuese imbécil y no lo dejase escapar. Desde luego no tenía la menor intención de hacer el imbécil, pero tampoco era cuestión de retener a nadie contra su voluntad. El amor sólo sirve cuando se disfruta y se da sin condición ni atadura alguna, produciendo así el deleite del alma. Para tener valor debe ser fruto del deseo consciente de una voluntad libre. Y, en consecuencia, por muy fuerte que fuese mi deseo por tener al chaval a mi lado, jamás haría nada por evitar su partida si ello era su voluntad. Ninguno de los dos estaba ni estaría nunca obligado a mantener el fuego sagrado en un templo ya vacío por la ausencia del dios del amor (me asombro a mí mismo cuando saco de la manga estas frases). 

Sin duda alguna Gonzalo disfrutó en la fiesta, pero más tarde, ya en nuestra casa, los dos gozamos de verdad sin echar de menos la compañía anterior. Y he de confesar que esa noche no mencionamos a Paco para nada. Gonzalo me amó con más fuerza que nunca, yo le correspondí con igual ímpetu y pasión. Cada vez me gustaba más su alma, pero tampoco podía despreciar el cuerpo tan vigoroso y armónico que me ofrecía pidiendo que lo tomase.

Un tanto por costumbre y también porque es inútil llevarle la contraria en estas cosas, Enrique nos llevó al día siguiente al restaurante que ya había elegido el día anterior para que cenásemos juntos con nuestras respectivas parejas. Y la verdad es que lo hicimos estupendamente bien, y en un marco incomparable como diría cualquier folleto publicitario de promoción turística. Tampoco tiene mala disposición el chico para estas cosas y podría ser un gran relaciones públicas o maestro de ceremonias. Lo principal fue que toda la velada discurrió amablemente y los cuatro nos sentimos a nuestras anchas. Bueno. Raúl miraba demasiado a Gonzalo, pero supongo que sería por el hecho de admirar sus proporciones, sin mala intención alguna, desde luego. Ya que de lo contrario, allí mismo le hubiera sacado los ojos. No sólo por atreverse a joderme al muchacho, sino también por engañar a mi amigo, lo que no le consiento ni a él ni a nadie. ¡Hasta ahí podríamos llegar!. También he de reconocer que lo primordial para dejarlo ciego sería que intentase lo primero.

El único momento crítico se produjo en el café al que fuimos después de cenar, porque me encontré con otro antiguo ligue, y el muy corto vino cagando virutas hacia nuestra mesa y, sin percatarse de mi cara de póker, me soltó: "Adrián, a ver cuando me llamas y echamos otra vez unos buenos polvazos". ¡Simpático donde los haya, el tío!. Lo cierto es que le metía unos cipotazos que lo dejaba trastornado. Pero tampoco es como para venir como una perra cachonda, más caliente que una plancha de carbón, reclamando su ración de nabo. Menos mal que a Gonzalo le hizo gracia y lo tomó a broma, riéndonos un buen rato de la jodida anécdota. Tampoco faltó algún comentario no del todo pertinente por parte de Enrique. El siempre con sus apostillas y sermones de moral burguesa.

Y así, entre unas cosas y otras, se pasó el tiempo y también el resto del mes de junio, y por fin llegó la esperada fecha en que Paco venía a Madrid.

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