domingo, 7 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo X

En cuanto puse el pie en mi apartamento me sentí solo, pero a tales horas de la noche ni era prudente telefonear a casa de Gonzalo ni tenía la mente para salir de copas, ni mucho menos para buscar nuevas compañías. El cuerpo me pedía sexo y recurrir a la masturbación en solitario me producía una repugnante frustración. Di vueltas por la casa como un león enjaulado y casi desesperado llamé a Paco. Oí varias veces la señal de llamada sin que el muchacho respondiese, y cuando iba a colgar sonó su voz somnolienta al otro lado del auricular.

"¿Diga?"
"Paco, soy yo"
"¡Adrián!"
"Sí.... ¿Cómo estás mi amor?"
"Bien... Bueno. Solo. Y a veces desesperado por estar contigo"
"Yo lo estoy ahora"
"¿Qué te pasa?"
"Necesitaba oírte. Al menos oírte, ya que no puedo besarte y tocarte ahora mismo"
"Yo también lo necesito, pero me has asustado. No esperaba tu llamada a estas horas"
"Acabo de llegar a Madrid"
"¿Dónde fuiste?"
"A Galicia con mi madre... A ver a mi abuelo que está algo pachucho"
"¿Es muy mayor?"
"Sí... Y también muy quejica"
"¿Y que tal está?"
"Bien"
"Nunca me habías hablado de tu familia"
"No. Hasta ahora no"
"En realidad sé poco sobre ti... Tú conoces mi vida, pero de ti no sé casi nada... Solamente que eres Abogado y vives en Madrid"
"Ya te contaré el resto"
"Y que estás muy bueno y te quiero"
"Y yo a ti mi amor"
"No puedes imaginarte como te quiero Adrián"
"Ya lo sé Paco... Ya lo sé"
"¡Y me encanta como follas!"
"A mi me enloquece hacértelo... Creo que tienes el cuerpo más bonito que he visto en mi vida. ¡Y sobre todo el culo!"
"Es todo tuyo"
"Te lo destrozaría ahora mismo"
"Si me lo destrozas, luego te quedas sin él"
"No creo que haya peligro"
"Ya sabes que tienes que tratarlo como se merece"
"¿Y cómo se merece que lo trate?"
"¡Follándomelo hasta que me hagas gritar de gusto!"
"¡Hostias Paco!. ¡Que estoy muy salido esta noche!"
"Yo estoy salido desde que me la metiste la primera vez"
"¿Tanto te gustó?"
"No sé bien si fue eso lo que me gustó, o si eres tú quien me volvió loco. El caso es que me corro sólo con pensarlo y sin tocármela"
"¿Te has corrido esta noche?"
"No. Pero ahora mismo está que babea"
"¿La tienes muy gorda?"
"¡Me revienta!"
"¿Estás desnudo?"
"Sí... ¿Y tú?"
"También"
"Estoy boca abajo esperando que me des por el culo y suelte toda la leche que me hincha los huevos hasta sentir dolor"
"¡Paco!... Vas a hacer que me corra. ¡Joder!"
"Dentro de mí.... Quiero que lo hagas dentro de mí"
"¡Esta noche te llenaría hasta que te saliese por los ojos!"
"¡Mi amor!... ¡No puedo más!... ¡Me voy a correr!"
"¡Córrete!... ¡Córrete, hostia!... ¡La leche!... ¡Me va a estallar la polla!"
"¡Sí!... ¡Ah!... ¡Sí, sí, sí, ...!"
"¡Toma mi amor, toma!... ¡Ah.... Ummmmmm..!
Se hizo un silencio y nuevamente la voz de Paco besó mi oído.
"Te quiero Adrián... ¡Bésame por favor!"
"Te quiero Paco.... Y te beso hasta empaparme de ti"
"Ahora creo que dormiré más tranquilo"
"Y no también mi niño"
"Me gusta que me llames así"
"Eres mi niño y lo serás siempre"
"Un beso"
"Un beso y buenas noches"
"Buenas noches"

Estaba pringado hasta el pecho, pero me había quedado tranquilo por esa noche. Y el lunes no tuve que esperar mucho tiempo para oír a Gonzalo, ya que fue él quien me llamó al banco antes de las once para saber si ya estaba en Madrid, y también para interesarse por la salud de mi abuelo. El chico es muy educado y da gusto con él. Es un verdadero encanto. 

Me contó que estuvo todo el fin de semana estudiando y que estaba que vertía por estar conmigo. A mí me pasaba tres cuartos de lo mismo, y le dije que teníamos que vernos sin falta esa misma tarde y que viniese a mi casa en cuanto terminase de comer.

Procuré llegar a casa lo antes posible, y antes que llegase Gonzalo llamé a Paco para escuchar su voz diciéndome cosas tiernas llenas de amor y sexo como él sabe decir. Cuanto más hablaba con él, más acuciante era que fuese a verle y aclarase de una vez el angustioso lío que ya me resultaba demasiado embarazoso. Luego hice tiempo ordenando mis cosas, que las tenía manga por hombro con tanto trajín, y seguí dándole vueltas a la idea de ir a Ibiza. Unas veces viendo claro que debía ir cuanto antes, y otras intentando justificar que sería mejor no precipitarme. Sólo unos minutos antes de que llegase Gonzalo conseguí tomar una decisión al respecto. Me iría a la isla al siguiente fin de semana. Concretamente el viernes. Y de ese modo se habrían acabado los quebraderos de cabeza. O se arreglaba todo, o todo se jodía. Era mucho mejor no confiar en los términos medios, puesto que había llegado a una situación en la que no podía ser proclive a las medias tintas. Por ello, dedicaría otra semana a Gonzalo. Y luego, al final de la misma, me las vería con Paco.

Gonzalo entró sonriente haciéndome bromas sin tan siquiera cerrar la puerta. Nada más llegar pretendía que nos acostásemos, pero retuve su ímpetu haciéndole algunas gracias e invitándole a café. Que nadie piense que no me apetecía o que le estaba dando largas. No. ¡Para nada!. Lo que ocurre es que así, sin preámbulos y no tratándose de una situación cargada de morbo, me parece un poco fuerte eso de llegar y besar el santo. Creo que cuanto más se desean las cosas, más tranquilamente hay que tomarlas. Se aprecian más y se saborean mucho mejor. Como con los bombones, que si los engulles de golpe no sólo te empachas sino que con toda seguridad acabas aborreciéndolos. De todas formas tanto mi continencia como la suya duraron poco, y antes de decir amén ya estábamos en la cama, tal y como vinimos al mundo, enzarzándonos en el fragor del desfogue de nuestra calentura arrebatados hasta el delirio. Sencillamente estábamos en franca y abierta aptitud de jodernos vivos. 

Una vez más fue mío, y quise ser suyo también volviendo a sentir el escozor del agudo aguijonazo de su placer. Comulgamos al unísono y con lujuria la libido hasta derramar la última esencia de nuestro cuerpo. Al irse la luz del día, el sol nos dejó aún en la cama retozando como lobeznos que empiezan a conocer el celo. 

Gonzalo no quiso pasar la noche conmigo y se fue muy tarde. Me dijo que no podía quedarse a dormir en mi casa porque tenía que estudiar e ir temprano a sus clases. Pero yo sabía que esa no era la verdadera razón. El auténtico motivo surgió cuando le dije que el fin de semana estaría con el otro. Esa fue la única razón de su marcha. Al decírselo no abrió la boca, pero en sus ojos leí su disgusto. Razoné con él la lógica de tal viaje, pero lo comían por dentro los celos. Admitió entenderlo, y ni siquiera insinuó que no fuese. Sin embargo, su actitud giró ciento ochenta grados sobre su eje, y durante el resto de aquella penosa semana no volví a verlo. Si le llamaba, estaba muy ocupado con las clases o el baloncesto. Y cuando llamaba él, era para decirme que no podíamos vernos porque tenía exámenes. ¡Me dio caña a tope!. Me puteó hasta que se cansó, y el viernes me llamó al banco para desearme un buen viaje. En definitiva quería joderme y el muy cabrón me jodió cuanto quiso. Y tampoco podía culparlo de ello, ya que él me quería sólo a mí, y en compensación debía repartir mi corazón con otro tío que ni siquiera conocía. Estaba claro que desde que conoció la existencia de Paco, su intención fue reconquistarme absolutamente sólo para sí, y ahora se veía fracasado y derrotado por otro que aún estando ausente lo había vencido en todos los campos. Al menos eso era lo que él creyó entonces. ¿Y cómo convencerlo de lo contrario dadas las circunstancias?. Claro que Paco no lo había vencido. En ningún campo, además. Dentro de mi corazón no había lucha ni competición entre ellos. No podía darse tal cosa. Como ya dije, los necesitaba a los dos por ser distintos pero complementarios para mí. Dos críos maravillosos, extremadamente guapos, que sabían darme lo mejor que podía haber dentro de ellos y conseguir que aflorase lo bueno de mí mismo. Sin duda estaba enamorada de ambos y no podría ser feliz sin los dos. Nadie vencía a nadie. Y si había algún vencido no era ninguno de los dos. En último caso, ellos me habían vencido a mí. 

Telefoneé a Gonzalo desde Barajas, y por muchos esfuerzos que sin duda hizo, mal pudo disimular las lágrimas en su garganta, dejándome deshecho en mierda. Su dolor me torturaba más que mi sufrimiento. ¿Pero cómo era posible que mereciese tanto castigo mi anterior cinismo?. Durante años cerré el paso al amor, y cuando empezaba a convencerme de su inexistencia, el destino, burlándose de mí con cruel ensañamiento, me desmentía en mi creencia dándome motivo para dos pasiones, pero ambas al mismo tiempo. Con lo cual, seguramente ya había perdido a uno y posiblemente estaría a punto de perder también al otro. Durante el vuelo recapacité sobre ello, y definitivamente me percaté de lo mucho que quería y necesitaba a Gonzalo, así como de lo crudo que me resultaría estar sin él. Aunque nada más fuese por el hecho de darme lo que nadie pudo ni supo hacer hasta que lo conocí a él.

Al aterrizar en la isla, Paco me esperaba en el aeropuerto y nada más verme vino hacia mí lanzándoseme al cuello como el niño perdido que recupera a su madre. Nos dimos un fuerte abrazo y un beso más que de amigos, y agarrado a mi brazo me chorreaba un torrente de pequeñas cosas de su vida diaria y de la tienda donde trabajaba. 

Yo necesitaba beber algo y le sugerí que nos sentásemos en la cafetería. Y tan pronto recuperó la calma me dijo:

"Hice la prueba y estoy limpio"
"Yo también.... En la última revisión seguía sin novedad". Le contesté. Y añadí: "En cualquier caso tampoco hubiese sido un problema insalvable lo contrario"
"Ya. Pero quería estar seguro de no ser un riesgo para ti"
"¡No digas tonterías!.... Me parece bien que la hayas hecho por tu propia seguridad, igual que la hago yo. Pero mi amor nada tiene que ver con tu salud"
"Lo sé. El mío tampoco, pero quiero que me lo hagas sin nada. A pelo. Jamás lo hice y quiero que tú seas el primero.... ¡Y ojalá el único!"
"Lo haremos si eso es lo que quieres... ¡Y ya verás como te lo haré!"

Yo no podía decirle que él sería el primero para mí, porque ya venía haciéndolo con Gonzalo. Este había sido el primero para mí, a excepción de Borja (pero esos eran otros tiempos), y yo el suyo. A gonzalo le había dicho desde el principio que me hacía dos revisiones al año y que hasta la fecha era seronegativo. Considero que siempre es mejor saber estas cosas. Y si no tienes nada, mejor que mejor. Pero si te toca la china puedes poner remedio a tiempo y no dejar que la cosa pase a mayores. Por eso convencí a Gonzalo para que también la hiciese y, como era de esperar dadas sus pocas experiencias y que siempre había tomado sus precauciones usando preservativo, dio negativo. A partir de ese momento pudimos penetrarnos con libertad, responsabilizándonos de no hacer lo mismo con ningún otro, naturalmente. Y la idea de hacerlo también con Paco me fascinó, aumentando todavía más mis ganas de follarlo nuevamente. Y, en consecuencia, apuramos la consumición y cogimos un taxi para ir rápidamente a su apartamento. 

El piso era un pequeño estudio, bastante luminoso y alegremente decorado, situado en la parte antigua de la ciudad. Nada más entrar, Paco me enganchó y nos besamos la boca perdiendo la respiración. Sin despegar los labios, desabroché su pantalón, haciendo lo mismo con el mío, y girándolo bruscamente lo doblé sobre una mesa, separé sus piernas y le escupí en el ano metiéndosela de golpe. Su quejido fue tan sincero como el placer que sintió con la violencia de mi empuje. Lo agarré por el pelo y comencé a follarlo bombeándole hasta sentir en su interior la explosión caliente de mi sexo unida a la del suyo que escurría entre mis dedos. Quedé rendido sobre él, jadeando junto a su oído, y su cara, pegada a la mesa, fue recuperando el sosiego y esa plácida calma que me embargó desde que mis ojos le vieron. Al incorporarme deslicé un largo beso por su espalda, repartiéndolo luego entre sus sedosas nalgas humedecidas de sudor. Es curioso, pero sólo Paco me ha provocado tales arrebatos. Con Gonzalo nunca se me habría ocurrido semejante cosa, dado que me hubiera parecido una auténtica violación. Pero con Paco la cosa era distinta. Desprendía algo que me empujaba a amarlo con un ímpetu incontrolado. Casi violento. Pero que, sin embargo, algo me decía que su satisfacción era mayor que la mía en ese momento. El iba provocándome hasta encelarme y cegar mi razón haciendo que lo tomase casi por la fuerza como si realmente buscase que lo violasen. Primero apretaba la carne impidiendo la fácil penetración. Pero cuando mi polla presionaba su esfínter con toda su fuerza, lo abría de repente tragándose mi carne hasta su raíz. La sensación me producía tanto morbo que me resultaba incontenible el ansia de romperle el culo a vergazos y palmadas. Luego me daba pena vérselo irritado y encarnado y no podía dejar de besarlo. 

Le ayudé a levantarse y lo mantuve en mis brazos acariciándolo con suavidad. Me sonreía su mirada con un matiz de complicidad y, hablándome a media voz, quiso tirarme del temperamento.

"¡Creí que después de tanto tiempo me darías más caña!"
"¿No te llegó?"
"No.... Todavía no... ¡Espero mucho más!"
"¡Te la estás jugando, cabrón!. Le advertí.
"Eso quiero. Jugármela contigo, cabronazo"

El desafío y el gesto de su cara me excitaron de tal manera que, dándole otra vez la vuelta, le di con largueza lo que me pedía rompiéndole el culo en dos. Mas que palmadas le propiné azotes. Y mi verga entraba y salía del ojete clavándose en cada envestida hasta incrustarle mis cojones en el culo. Se abría las nalgas con los dedos y me gritaba que lo reventase a polvos. Después de eso no quedé rendido sino extenuado. Y él saciado. O al menos eso parecía en un principio.

Como postre de todo aquello, no consideré apropiado contarle el cisco que motivaba mi viaje y lo demoré, sin más trámite, para mejor ocasión. De entrada era preferible pensar en adecentarnos y salir a cenar para celebrar nuestro reencuentro. y lo hicimos en un restaurante pequeño y acogedor, sin pretensiones pero limpio, que eligió Paco, empeñándose en invitarme por más que hice por impedirlo. El chico quería celebrar conmigo su empleo y tampoco era cuestión de desairarle impidiendo que lo hiciese. Y de regreso a casa preparé el plan de ataque para afrontar el problema.

Me daba por el culo (en el mal sentido, naturalmente) romper el hechizo de aquella noche tan mediterránea, pero tenía que ser sincero y lo sería a cualquier precio. Sólo me permitiría una licencia más. Amarlo otra vez antes de decírselo, y me atendría resignado a las consecuencias después. 

Lo veía frágil e indefenso, y la sola idea de romper su sueño me rompía el alma y mi garganta se negaba a pronunciar palabra. Tuve que forzarla a ello con un tremendo esfuerzo y la tragedia estalló. Lloró y lloró con hipo casi infantil, lamentando haber creído en un sueño imposible, y yo me veía impotente para consolarlo. No sabía que podía decirle para calmar su angustia y su dolor. Tirado de bruces sobre la cama apretaba su llanto en la almohada rechazando mis besos y caricias. El mundo se había hundido para los dos en un sólo instante, y su reconstrucción se preveía imposible. El daba por hecho que me había decidido por el otro y yo suponía que cualquier esfuerzo para recuperarlo era inútil, porque sinceramente no estaba dispuesto en absoluto a renunciar a Gonzalo.

Cuando se hubo calmado tomamos un café y le advertí que estaba dispuesto a charlar hasta el amanecer, si era preciso, con tal de razonar serenamente una solución en la que también pudiese tener cabida Gonzalo. En principio Paco no quería saber nada del otro, y yo no podía ocultarle la reacción que había tenido al decirle que iba a reunirme con él en Ibiza. Lo cierto era que tampoco podía estar seguro si había algo de que tratar respecto a Gonzalo. La cosa no podía estar peor, ya que lo normal era que perdiese a Paco también. Y sin más me desmoroné. Quedé inerte mirando al techo fijamente, perdido en un mundo irreal que jamás alcanzaría. Me vi solo y desesperado sin amor ni pasión alguna, y también me puse a llorar. Paco me cogió las manos y me obligó a mirarle a los ojos. Ni el disgusto había logrado apagar su luz ni mitigar la juventud que salía a borbotones por ellos. Y me dijo que quería conocer a su rival. Tanto para quererlo como para odiarlo tenía que conocerlo antes, y cualquier solución tendría que pasar por eso a modo de preludio. Regresamos a la cama algo más tranquilos y dejó que lo abrazase antes de quedarnos dormidos.

Al despertar tenía su mirada en mí y vi el amor en sus sinceros ojos pardos. Sonreí y se agarró a mí con todas sus fuerzas. Y volvimos a llorar y me consoló rogándome que le dajase amarme. Rogarme que le dejase amarme cuando era yo quien debería hacerlo hasta morir si él me lo permitía.

En aquellos días volqué en él todo el amor que jamás imaginé guardado en mis entrañas, y volvimos a ser felices superando los límites del mundo real. Entre sus brazos comenzaba para mí la fantástica aventura de esa gran pasión con que todos soñamos alguna vez a lo largo de nuestra existencia.

Sin duda, aquel ser maltratado por la vida era mucho más generoso y desprendido de lo que Gonzalo y yo pudiésemos serlo jamás. Amaba hasta la negación de sí mismo. Y, aún sin admitirlo expresamente, no dudaría en compartirme con el otro si ello suponía mi felicidad plena. Comprendí que me adoraba y que con un solo gesto haría cuanto yo quisiera, lo cual aumentaba mi responsabilidad al saberlo entregado en cuerpo y alma a mis deseos. ¿Quién podría resistirse a quererlo cuando él era el amor?. Por fuerza Gonzalo tendría que amarlo también, dado que estaba seguro que Paco llegaría a quererlo con todos sus sentidos lo mismo que yo. 

Decidí por los dos que al final del mes de junio, si ello era posible, dejase su trabajo y el apartamento y viniese a Madrid para vivir a mi lado. Al chaval le daba miedo la idea, porque le parecía una decisión demasiado precipitada, pero no quise escucharlo. Llevaba demasiado retraso en estas lides de una relación estable como para admitir más dilaciones para dar y recibir la felicidad que todos merecemos y que, casi siempre, aparece sin avisar. Por lo que hubiera sido de imbéciles rechazar esta oportunidad.

Pero el contrapunto a tanta dicha era mi otro amor, Gonzalo, que sistemáticamente evitaba ponerse al teléfono para hablar conmigo. Y aunque los mimos de Paco paliaban mi desazón, no resistía ni como mera hipótesis la penuria de haberlo perdido.

Al abandonar la isla estaba triste por dos motivos. El primero por dejar a Paco. Y el segundo porque Madrid sin Gonzalo me parecería vacío e irrespirable.

Jamás salí por la puerta de llegadas de Barajas más absorto en mis pensamientos como esta vez. Tanto, que no me di cuenta de la presencia de Gonzalo hasta que lo tuve delante de mis narices, al punto que tropecé con él. ¡No podía creerlo! Allí estaba esperándome en el aeropuerto, serio y circunspecto, diciéndome:

"Hola".

Mi sorpresa fue tan morrocotuda que no fui capaz de articular palabra. Y Gonzalo insistió:

"¿Qué tal?... ¿No trajiste a tu novio?.... ¡Vaya!... ¡Y yo que venía a conocerlo!"
"¡No seas cabrón, Gonzalo!"
"¿No es lo que tu querías?... ¿No pretendías que nos enamorásemos los dos?... Pues aquí estoy.... ¿Y él dónde está?"
"Tendrás que esperar a primeros de julio por lo menos"
"¿Piensas llevarme a Ibiza?"
"Quien viene es él"
"¡Ah!... ¡Qué bien!... Eso quiere decir que él es el elegido. ¿No?... ¡Podías habérmelo dicho!"
"Te recuerdo que no te daba la gana de ponerte al teléfono. Y si te hubieses puesto sabrías que Paco iba a venir el mes que viene". Le dije con cierta recriminación en mis palabras y sujetándolo por un brazo, a lo que él reaccionó soltándose violentamente diciendo: "¡No me toques!... ¿Pero de que vas tío?"
"Basta Gonzalo... Por favor... No soporto las escenas". Y volví a agarrarlo con más contundencia acercándolo a mí.
"¡Hijo puta!". Me llamó al tiempo que me abrazaba apretando su cara contra la mía. "¡Serás hijo puta!". Repitió al apretarlo yo contra mi pecho.
"¡Cómo te quiero cabrón!. Murmuré besando su oído mientras mis ojos se humedecían.

Con la tensión del recibimiento no me percaté que allí también estaba Manolo, a quien había avisado para que viniese a recogerme al aeropuerto.
Pregunté a Gonzalo en que había venido y me contestó que, por si no lo sabía, había unos preciosos autobuses desde Colón.

"Bien. Entonces nos llevará Manolo". Añadí a su respuesta un pelín impertinente.
"¿Otro?"
"No. Por el momento me basta con dos. Manolo trabaja para mi madre... Ella no sabe conducir"
"¿Así que eres más rico de lo que parecías?... ¡A lo mejor hasta eres un buen partido!"
"¡Hoy te la estás ganando!. Así que haz el favor de callarte un rato"
"¡No será verdad!"
"Luego te lo cuento... Cuando estemos solos"
"¿No corres demasiado?"
"Ya sabes que en eso tú me ganas... Con esas piernas no puedo alcanzarte"
"Cuando quiero me dejo alcanzar. También lo sabes"
"No creas. Aún así cuesta trabajo. Lo digo por experiencia"
"Nunca está mal abusar un poquito de los mayores si se tiene cuidado de no acabar con ellos"
"¡Vale pequeño!. Ahora pórtate bien.... ¿Qué tal Manolo?... ¿Cómo anda todo en casa?"
"Bien, señor. Sin novedad... Déjeme a mí con el equipaje don Adrián"
"Gracias Manolo.... Vamos Gonzalo". Y empujé al chico para meterlo en el coche.

Hicimos el recorrido desde Barajas a Madrid prácticamente en silencio, mirándonos de vez en cuando y rozándonos los dedos sobre el asiento de automóvil de mi madre.

Y en el portal de mi casa encargué a Manolo que comunicase a mi madre que al día siguiente iría a comer con ella. Y acto seguido entré con Gonzalo en el a
scensor.

Nada más pulsar el botón del ático, me lancé a su boca como un poseso queriendo borrar con mi lengua todas las amarguras causadas. Sus nervios hicieron crisis y, sollozando, se amarró a mí y me amasó el paquete abriéndome la bragueta. La temperatura interior de la cabina aumentó y, sin poder dominarnos, prácticamente estábamos follando allí dentro. Y tuvieron que pasar unos minutos antes de que pudiésemos abandonar el ascensor, detenido ya en el rellano de la escalera justo delante de la puerta de mi apar
tamento.

La fogosidad de Gonzalo y mi afición al sexo, junto a la querencia del uno por el otro, propiciaron una de las noches de amor más largas que recuerdo. Nos agotamos materialmente vaciándonos de sentimientos y energía. Empapamos las sábanas sudando nuestra lujuria e impregnados por la sublime extenuación de un amor redondo, puro, y conceptualmente casi p
erfecto.

En medio de los varios asaltos de la velada, charlamos sin reservas de la encrucijada en que nos hallábamos, admitiendo ambos que nuestras vidas, unidas por la quinta esencia del afecto más positivo, seguían el mismo curso y ya no podían distanciarse. Con Paco o sin él, el yugo del deseo nos había prendido sin remedio y tampoco teníamos voluntad para liberarnos de un cautiverio tan maravilloso. Y, por fin, nuestra complicada relación entraba en una fase en la que podíamos saludar sosegadamente un nuevo día de luz esple
ndorosa.

 Me levanté sin pereza para preparar el desayuno, y cuando Gonzalo amaneció ya tenía todo dispuesto en la mesa. Todo me había salido tan bien que por lo menos era digno de un príncipe. Tuve que obligarle a lavarse los dientes antes de sentarse a la mesa, y, todavía completamente desnudos, comenzamos a dar cuenta de las exquisiteces que con todo el amor había servido para los dos. Al concluir Gonzalo se levantó y vino a darme un beso, y yo me abracé a su cintura sin dejarlo volver a la silla. Empecé a besarle el vientre, bordeando después la cadera para seguir por el trasero, y de repente se me ocurrió coger la mermelada de fresa y ponérsela entre las nalgas para lamerla lentamente sin dejar rastro de ella. Repetí la operación dos veces, y luego Gonzalo hizo que me incorporase para apoyarme en el canto de la mesa haciéndome lo mismo pero utilizando la de melocotón y como tostada mis genitales, apurando también hasta la última brizna. Y acabado el dulce me dio la vuelta vertiendo un poco de leche al final de mi espalda para sorberla avariciosamente con los labios. Algunas gotas se escurrieron hacia el ano y abriéndome el culo con mis propias manos dije: "Todavía queda leche. Tómatela y no dejes ni una sola gota". El obedeció sin rechistar, y me pasó la lengua por todo el pandero centrándose primordialmente en el esfínter. La sensación me gustaba y me hacia desear que metiese la lengua más adentro, por lo que separé más las piernas y elevé ligeramente el culo incitando en él el deseo a hacerlo. Pronto metió la punta y cuando la retiró noté en su lugar unos dedos untados de mantequill
a. Quise darme la vuelta, pero dos fuertes azotes me hicieron desistir; y acto seguido metió más mantequilla girando los dedos en mi interior. Apenas pude hacerme a la idea de lo que me esperaba, cuando sentí la contundente presión de su capullo en el agujero, clavándomelo entero de inmediato. No fui capaz ni de rechistar y apreté los puños y los dientes para soportar aquella violenta invasión de mis entrañas. Por supuesto que ni era la primera vez que me penetraba, ni tal cosa me desagradaba, pero la sensación fue distinta y su actitud me causó un morbo diferente. Se recostó sobre mí y quedó inmóvil besándome detrás de las orejas como yo le hacía en iguales circunstancias.

"¿Duele?".

Me preguntó con una dulzura impropia del caso.

"No". Contesté.

Y la verdad es que tampoco sabría decir si me dolía o si el placer me hacia notar sus aguijonazos. Me invadía el calor y el volumen de su pene. Y las paredes del recto se acomodaban rápidamente a ese trozo de carne rígida que como un émbolo iniciaba lentamente su bombeo. Oía sobre la nuca los jadeos de Gonzalo, y reculé para atrás con la intención de tragarme los últimos milímetros (¡si es que aún podía quedar algo fuera!) y él aumentó el ritmo, dándome cada vez con más fuerza e incrustándome los muslos contra el borde de la mesa, obligándome a apretar a la contra para penetrarme hasta el fondo. Me dio palmetazos a uno y otro lado del culo ordenándome que me abriese más todavía, y aquello me hizo subir por las paredes de gusto. Para excitarlo más le llamaba cabrón y conseguí que perdiese el control liberando el bestial erotismo oculto en su alma. Aullaba enloquecido, y súbitamente un cosquilleo caliente y húmedo dentro de mi cuerpo hizo que me corriese sin necesidad de meneármela. 

No fue una follada larga, pero si intensa y cargada de dureza, y nos cegó de tal modo que eyaculamos al mismo tiempo como estremecidos por un terremoto. Cuando acabó de despachar a gusto y sin miramientos mi culo, quedamos inertes sobre la mesa, con la respiración de Gonzalo metida en mi oreja izquierda, pero tuve que levantarme dado que notaba el vientre como si me hubiese puesto un enema. Y al ver el lamparón que quedaba sobre el mantel el muy mamón me preguntó riendo:

"¿Parece que te gustó?... ¿Eh?"
"¡Eres un jodido chulo!". Solté
sin fuerzas.
"A las pruebas me remito. ¿O no?"
"Sí.... Estás aprendiendo muy
rápido"
"No hay como tener un buen
maestro"
"Gracias por el piropo,
chaval"
"¿Te hic
e daño?"
"¡Y qué si me lo hic
iste!"
"¿Qué pasa?... ¿Ahora vas de
masoca?"
"¡En absoluto!. ¡Nada de eso!.... Pero no somos precisamente damiselas y la pasión puede calentarnos demasiado como para controlar nuestras reacciones. Lo importante es no tener intención de causar daño. Y si nos lastimamos un poquito jugando, tampoco es como para no soportarlo sin llorar. ¿No crees?. ¿Acaso no te golpeas y te lastiman más cuando juegas un p
artido?"
"Desde luego. Pero no me gusta causar ningún tipo de dolor a nadie. Y meno
s a ti".
"Tampoco yo deseo hacerte daño... ¡Te lo a
seguro!"
"¿De verdad que no te he las
timado?"
"¡Me partiste el culo!... ¿Co
ntento?"
"Sí"
"¡Serás cabrón!. ¡Ya me lo dirás cuando te tenga en mis manos!. ¡Te vas a e
nterar!"
"¡Pues como no me rajes, más no puedes hacerme!... ¡Joder!. ¡Parece que no te das cuenta de como las gas
tas tú!"
"¿Y por qué nunca te has q
uejado?"
"Porque, independientemente que seamos o no doncellas, me gusta y me haces sentir la vida dentro de mí. Esa mezcla de brusquedad, ternura, presión, cosquilleo, suavidad. Ese algo de dolor y placer intenso me gusta. Me llena de ganas de gozar mi naturaleza y nutrirme de los flujos que me brinda la tuya... No sé si lo entiendes, pero es sencillame
nte así"
"Dame un beso". Le pedí.

Y vino hacia mí para besarme con todas sus fuerzas. Era el preludio de un esperanzado período de felicidad, cuyo advenimiento no tardamos en celebrar juntos en el jaccuzzi brindando con champán y escuchando a Olga Guillot cantando boleros.

A media tarde, después de comer cada uno con su familia, reanudamos el idilio luciendo nuestra dicha por los clásicos paseos de Madrid como cualquier pareja de enamorados. Y como ellos, pero evitando la cursilería, nos agarrábamos a la mínima ocasión, o nos rozábamos continuamente con la mirada, sin el menor cuidado de descubrir ante el mundo la verdadera naturaleza de nuestros sentimientos. Paseando con él me sentía tan lleno de orgullo que necesitaba proclamar a los cuatro vientos que por aquel muchacho podría desea
r morir.

Afortunadamente para nosotros en nuestra sociedad cada vez hay menos gente que mira con malos ojos a las parejas de homosexuales. Pero si alguien la hacía, devolvíamos su desprecio con descarada burla hacia su mezquina mente, pensando, en voz alta, que mejor harían si viesen primero en su casa por lo que pudieran tener allí dentro. Suele ser frecuente que los más escandalizables son precisamente quienes más tendrían que comprender y callar. Pero así somos a veces los humanos y reaccionamos en contra de aquello que nos afecta de forma evidente, negándonos a ver lo que tenemos ante los ojos en nuestro entorno más in
mediato.

Al entrar la noche fuimos a cenar a uno de esos restaurantes con ambiente gay (tan del gusto de la vasca heterosexual cuando van de progres en este tema) en los que realmente estás pagando el generoso físico de los jóvenes camareros, no siempre demasiado profesionales, pero que en cualquier caso refrescan la vista, y donde puedes tontear con tu pareja con menos forma
lidades.

Reincidimos una vez más en olvidarnos del resto del mundo para no distraer nuestro pequeño universo interior, conformándonos luego con un par de copas en un café de la zona rosa antes de retirarnos a la que, sin ningún tipo de reparos, era ya nuestra casa. La historia era distinta y sin duda la auténtica vida empezaba ahora para los dos. Como prueba de ello, nada más entrar en casa Gonzalo me pidió que telefonease a Paco y le dijese que deseaba conocerlo cuanto antes. Y también que le diera un beso de s
u parte. 

El teléfono daba señal de llamada, pero no parecía que Paco estuviese cerca. Y cuando iba a colgar oí su voz un poco agitada:

"¿Diga?""¿Paco?"
"Sí... ¿Qu
ién es?"
"Adrián... ¿Cómo
estás?"
"Todo lo bien que puede estar
sin ti"
"¡No será para
tanto!"
"¿Crees
que no?"
"Creo
que sí"
"¿Y tú qué?..... ¿También me extrañas u
n poco?"
"¡Más q
ue eso!"
"¿No has visto a
l otro?"
"¿A G
onzalo?"
"Sí.... A
Gonzalo"
"Estoy con él...... El me pidió que te llamase y te diese un beso de s
u parte"
"¡Qué amable!... ¡Será cabrón el niño!... ¡Como él te tiene ahí me lo pasa por los
morros!"
"No... No es eso..... Está deseando co
nocerte"
"¡Mira que bien!. Ya sentimos lo mismo
los dos"
"¿Quieres hablar
con él?"
"¡No!"
"¿Por qué?... El me está diciendo que quiere hablar
contigo"
"Pues dile que ya hablaremos en otra ocasión... Cara
a cara"
"Bueno. Pero el beso te lo da él. Espera". Y entregué el aparato a Gonzalo pero fui corriendo a descolgar el del dormitorio para escu
charlos.
"Paco.... Soy Gonzalo..... ¿Sigu
es ahí?"
"Sí"
"Adrián no hace más que hablarme de ti. Y la verdad es que tengo una tremenda curiosidad por comprobar si todo lo que me cuenta es
cierto"
"¿Y qué te
cuenta?"
"Que eres muy guapo. Bueno. Eso pude comprobarlo por las fotos. Que eres muy simpático y cariñoso..... Magnífico en la cama...... Y está convencido que en cuanto te vea me vas a gustar más
que él"
"A mí también me cuenta cosas s
obre ti"
"¿
Buenas?"
"Sí... Según dice tampoco estás mal, pero aún no he visto fotos tuyas. De todas formas casi podría describirte tan sólo de escuchar a Adrián enumerar tus encantos... ¡Sobre todo en l
a cama!"
"¿Y lo has
creído?"
"¿Por qué no?. Si algo tiene Adrián es buen gusto.
¿O no?"
"Sí, desde luego.... Sobre todo para los amantes. Y nos van a llamar los m
odestos"
"Pueden llamarnos lo que quieran, pero es indudable que le gustan los hombres guapos
como tú"
"¡si no me has
visto!"
"Pero lo intuyo sólo con oír tu voz.... Tienes voz de tío guapo y cachondo. Lo que se dice b
uenorro"
"La tuya, además de bonita, suena sensual y caliente como si me besases el
tímpano"
"¡Es posible que me gustase h
acerlo!"
"Me está entrando una impaciencia horrible por que eso ocurra. Espero conocerte
pronto"
"En principio el próximo mes, pero cada vez me da má
s miedo"
"¿Miedo
a qué?"
"No estoy muy seguro. Todo depende de muchas cosas. Y fundamentalmente de
Adrián"
"El no cesa de afirmar que te quier
e mucho"
"También dice que te quie
re a ti"
"¿Y dudas que pueda querernos a l
os dos?"
"No lo sé.... Hasta ahora yo nunca había tenido la oportunidad de querer a uno, así que no puedo imaginarme si podría quere
r a dos"
"Yo me refería a
Adrián"
"Lo sé. Pero yo digo lo que a mi me ocurre. Quizás él sea capaz de tenerlo tan claro como dice y ciertamente nos quiera a los dos po
r igual"
"Desde luego yo tampoco tengo una idea muy clara de todo e
ste lío"
"Creo que no es algo muy normal. Y desde luego sin conocernos personalmente es imposible que podamos saber que resultará de todo esto. Y mucho menos si podría quererte
un poco"
"¿Osea que no me qu
ieres?"
"Todavía no. De momento me intrigas y hasta podrías atraerme por eso de descubrir lo desconocido. Pero n
ada más"
"Pues yo siento algo más que intriga por ti, y ya empiezas a atraerme con independencia de la sugestión por lo que haya de misterioso en todo esto. Habiendo visto tu foto tengo una idea más aproximada de como eres. Se entiende físi
camente"
"Pero tampoco me quieres. Y si dices lo contrario mientes o ere
s tonto"
"¡Qué tajante eres!. Lo de querer es muy amplio. Del amor al cariño hay mucho trecho. Y si aún no es amor puede ser cariño. Pero lo cierto es que no me resultas indi
ferente"
"Si me odiases tampoco te sería indi
ferente"
"Pero no te odio.... ¿Me od
ias tú?"
"¡No!. Jamás te odié, ni tampoco lo
mereces"
"Me alegra oírte de
cir eso"
"¿No os parece que ya está bien?". Intervine yo desde el otro
aparato.
"¿Estabas oyendo la conversación?". Preguntó
Gonzalo.
"¡Claro!". C
ontesté.
"¡Anda!. ¿Qué te parece?. ¡Qué falta de respeto a la intimidad
ajena!"
"¡Desde luego!. Añad
ió Paco.
"¡A ver si os doy un par de hostias a cada uno!". Co
rté yo.
"¡Qué miedo!.... ¿Paco no te acojona
el tío?"
"Mucho"
"¡A ver si las hostias te las damos nosotro
s a ti!"
"Tú el primero. Ahora mismo voy y te pongo el culo como un
tomate"
"¡Paco ven pronto que éste me quiere
pegar!"
"Iré"
"Bueno. Ya que no piensa dejarnos continuar solos, devuélveme el beso". Le dijo Gonzalo
a Paco.
"Creo que aún no me lo h
as dado"
"¿
Seguro?""Seguro"
"Entonces te daré dos para que me los de
vuelvas"
"Te devuelvo otros dos. Y para el intruso también ot
ros dos"
"Al intruso ya se los daré yo en tu
nombre"
"Vale. Pero dáselos muy fuerte. En la boca y mordiéndole los labios para que me recuerd
e mejor"
"¡De eso nada!". P
rotesté.
"Es igual". Concluyó Gonzalo dejando el teléfono y viniendo hacia el dor
mitorio.
"¡Tú dale ideas que no tiene bastantes el pobre!... Aquí está.... ¡No te a
trevas!"
"Dame el teléfono que aún estoy hablando con Paco... Paco te mandaré una foto.... Adiós y ven pronto.... Besos".

Y Gonzalo colgó el teléfono quitándomelo de las manos, y me mordió en la boca. Y yo le pagué dos veces con la misma moneda. 

¡Qué jodido!. ¿Cómo si no supiese que estaba escuchado la conversación!. Después de todo estaba en mi derecho. Se trataba de mis dos amantes, y sin conocerse ya coqueteaban como locos. Sobre todo Gonzalo, que no podía ocultar las ganas que le tenía al otro. ¡En el fondo estaba deseando trincárselo!. Y la culpa la tenía yo porque le había contado maravillas del muchacho. Ciertas todas ellas, desde luego, pero quizás por su manera de ser, mucho más extrovertido que Paco, disimulaba peor la procesión que llevaba por dentro. Y ello, sin que hiciese falta que fuese demasiado consciente de sus sentimientos hacia el otro chaval, que por el momento sólo era un rival en parte desconocido. Fuese como fuese, me daba en la nariz que Gonzalo iba a resultar mucho más pendón que el otro y sin percatarse bien de ello estaba deseando catarle el culo a Paco. Yo había cargado el arma y empezaba a dudar que fuese capaz de controlar que no se disparase antes de
tiempo.











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