domingo, 14 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XV

Llegamos en avión a Roma y recorrimos en coche gran parte de la península siguiendo la huella del renacimiento. No nos quedó por visitar ni una sola de las ciudades estado de la Italia medieval, llegando hacia el norte hasta la imperial Trieste. Y, por supuesto, también estuvimos en el antiguo reino de Nápoles, donde alguno de mis antepasados hizo más de una hazaña tanto de cama como de espada, según cuentas las crónicas familiares. Como decía Gonzalo cuando a la vuelta se lo contaba a sus amigos, fue de mil pares de cojones, aunque quedamos un poquito hartos de tanta pasta.

Pero lo más significativo fue que, estando en la Venecia ducal y bizantina, celebramos el cumpleaños de Paco con una particular fiesta en la que los tres (en la más absoluta intimidad y al compás del "Carmina Burana" según Carl Orff) nos unimos en matrimonio.

En un apretado y triple abrazo, nos prometimos amor y sexo, y, sobre todo, mantener entre nosotros una leal amistad para toda la vida. Y los tres, cara a cara, pusimos claras las bases de nuestra relación, sin derechos ni obligaciones que nos atasen, basándola fundamentalmente en la pervivencia e intensidad de la atracción existente entre nosotros. Y ese pacto lo sellamos con los mejores deseos de que el rescoldo de esa pasión tuviese la fuerza suficiente para calentarnos el resto de nuestras vidas. Después, transportados por las notas del "Amor brujo" de Falla, follamos hasta que vimos amanecer sobre el Gran Canal.

Pero la verdadera celebración del casorio no podía tener otro escenario que Fontboi. Mi casa, y ya la de mis dos amantes por el derecho más firme y mejor adquirido del mundo, tenía que ser testigo de esta unión y volver a celebrar en sus salones las bodas de su barón. Y por eso pasamos una semana allí al regresar de Italia.

Con la excusa de celebrar nuestra estancia en el pazo, ordené que nos preparasen una cena sólo con mariscos de mi tierra y vinos blancos de las rías bajas. Pedí a Clara que cubriese la mesa con manteles blancos de hilo de Holanda y pusiese la vajilla francesa con copas de Bohemia y los cubiertos de plata blasonados con mis armas.

Cuando estuvo todo listo, hice que dejasen las viandas sobre el aparador y la mesa, cubriendo debidamente los platos que debíamos comer calientes, y, una vez solos en la casa, comenzamos con los percebes, gordos como pulgares, ingiriendo pausadamente su carne caliente mientras nos deseábamos con los ojos. Seguimos con los camarones de la ría de Vigo, rojos y largos como dedos, y después dimos cuenta de las centollas de la zona del Morrazo, pesados y carnosos, aún con algas pegadas a los pelos de sus patas. Y también de las cigalas traídas desde Marín, gordas y sonrosadas y con las cabezas llenas de huevas rojas como el coral. También había nécoras, fundamentalmente hembras. y, desde luego, no podían faltar las grisáceas ostras de Arcade, todavía vivas, colocadas sobre piedras de hielo. Las langostas de la guardia, de un tamaño terciado, las comimos con dos salsas, y terminamos con almejas de Arosa a la marinera y vieiras de Bueu al horno. De postre tan sólo tomamos fruta del tiempo.

Terminada la cena, Gonzalo y yo retiramos todo lo que había sobre el mantel y, desnudándonos previamente, fuimos quitando pieza a pieza cada una de las prendas que vestía Paco esa noche. Despojado de todo, lo colocamos panza arriba sobre la mesa, y entre los dos, armados de espuma y maquinilla, le afeitamos el pubis completamente. Limpiamos bien los restos de jabón y ambos lamimos la parte rasurada, sensibilizada por la falta de vello, causándole un insoportable placer que le obligaba a moverse como una lagartija. Decidimos atarlo para evitar que se moviese, y, luego, cada uno eligió la parcela de Paco que prefería saborear, sin salir todavía de la parte delantera Y, al poco tiempo, coincidimos otra vez recorriendo con los labios el perfil de su cara.

Sin decirnos palabra, Gonzalo y yo coincidimos en darle la vuelta y continuamos nuestra labor como dos fieras que jugasen con la carne de su pieza antes de devorarla. Acariciamos todo su cuerpo admirándonos aún más de su belleza, y Gonzalo se colocó delante de él haciendo que se la mamara. Paco, sin resistirse, abrió la boca y dejó que el otro muchacho le introdujera en ella la verga, tiesa y altiva como un estandarte antes de entrar en batalla. Si algo hace bien Paco es chuparla, y pronto consiguió que Gonzalo levitase un palmo del suelo. Yo, con mi polla brillante de deseo, preferí hacerle gozar a él y me apliqué en su espalda como si fuera una gata limpiando el lomo de su cachorro. Cuanto más cachondo se ponía, más extendía yo mi campo de acción, llegando hasta las plantas de los pies, cosa que de sobra sabía que lo desarmaba sin remedio. Teníamos los testículos a reventar y, librándolo a medias de sus ligaduras, le dijimos a Paco que se pusiese a cuatro patas. Y fue Gonzalo el primero en calzarlo colocándose de rodillas sobre la mesa. Vi como aquel brutal instrumento de lujuria iba entrando en el recto de Paco, y le rogué a Gonzalo que se lo hiciese dulcemente y sin prisas, casi como si se tratase de la ceremonia de iniciación homosexual de un adolescente. Mientras Gonzalo lo fallaba, me recreé viendo el placer reflejado en el rostro del enculado, que a intervalos abría los ojos pidiendo con ansia mis besos, aumentando aún más mi locura. Me dio la impresión que Gonzalo ya no podía contenerse y arranqué su verga del cuerpo de Paco, apretándole los cojones para que no terminase antes que nosotros, para tomar de inmediato el relevo llenando el agujero violentamente desalojado.

No pasó mucho tiempo sin que cambiásemos de postura y lo hicimos de frente con las piernas del chico levantadas hacia el techo, que es como mejor suele entrar, indudablemente. Volví a dejarle el turno a Gonzalo, que se lo hizo también en la misma postura, y terminamos los tres de rodillas encima de la mesa masturbándonos mutuamente y pringando todo el mantel con nuestra sabia, que de puro espesa parecía nata.

Toda la atención la recibió Paco en homenaje a su amor sin reservas y sin condiciones. Y más que dominadores, quisimos ser esclavos de su fantasía y su deseo. Deseábamos ante todo su placer, pero él lo vivía transformado en el nuestro. Con Paco era prácticamente imposible no recibir más satisfacción de la que le pudieses dar. Y por eso era lógico adorarlo desde el primer momento. Siendo bellísimo por fuera, su alma era aún mucho más hermosa.

Quien vino a vernos, en cuanto se enteró que estábamos en el pazo, fue Germán, y comió con nosotros un par de veces. El chico cada día estaba más majo y estoy seguro que pronto encontrará a uno que lo despabile y se lo como crudo con patatas. Es un adolescente la mar de rico, y me gustaría que encontrase a alguien como él y que sepan ser felices como es debido.

Desde entonces hemos vuelto a Fontboi con frecuencia, porque a mis dos amores les agrada el lugar (sobre todo a Paco que es el mejor consorte que un barón de Idem haya podido encontrar a la hora de asumir tal papel en la casa) y sienten como yo que por algún motivo ancestral es nuestro verdadero hogar. Paco se mueve y actúa en el pazo con la soltura de quien nació para vivir en un palacio. Es el auténtico señor de la casa y todo el mundo obedece sus órdenes sin cuestionar su autoridad lo más mínimo. Y sus dotes de organizador quedaron patentes cuando en el verano siguiente invitamos a nuestros amigos más íntimos a pasar un largo fin de semana en el solar de la baronía. El lo organizó todo y Gonzalo y yo nos limitamos a seguir sus instrucciones, al igual que las personas encargadas del servicio de la finca. A todos nos encomendó una misión, e hizo que todo fuese encajando en el sitio exacto como en un rompecabezas. Mi abuela paterna diría que así debe ser una perfecta baronesa de Idem. Lo malo es que para eso le sobra la pilila. Al menos mientras en este país el matrimonio legal no sea una realidad para las parejas del mismo sexo. Y es de esperar que tal discriminación se corrija cuanto antes.

Durante esos días, vinieron como invitados a Fontboi: Pedro, que se trajo a un amigo (Ramiro), pero nada serio según él. Enrique y Raúl. Alberto con Miguel, que la cosa parece que va funcionando bien. Armando y Vicente, cada vez más cachas y con las camisetitas más ajustadas, pero tan majos como siempre. Cris con Juan José, su marcadito perfumado por el que cada día está más colado, aunque siga con algún devaneo de los suyos y afirme que su relación es diferente de lo habitual. Juan y Alfredo, que van muy en serio desde la fiesta en casa de Pedro. Carlos vino solo, porque le falló un ligue en el último momento. Y Ricardo se trajo a un jovencito monín, que casi no abrió la boca y ni recuerdo su voz, llamado Castor.

A quien también invitamos fue a Germán (que siempre está con nosotros en cuanto llegamos a Fontboi), que, además, ayudó a Paco en todo lo necesario para disponer la fiesta.

La verdad es que resultó divertido y todos quedamos satisfechos en el más amplio sentido de la palabra.

No hubo bacanal multitudinaria como en la fiesta que organizamos Cris y yo, pero por las noches todos nos lo montamos estupendamente con nuestros acompañantes respectivos, oyéndose más de un gemido subido de tono e incluso gritos orgiásticos. Hasta Carlos amanecía con cara de gozo, ya que se lo montó con uno de Orense (Martín) que se ligó la primera noche en un bar de ambiente polivalente de esos donde la mayoría entiende, por supuesto. Porque en Orense también se liga. ¡Puedo asegurarlo!. Pero ahora no viene al caso contar más historias de sexo.

El único que dormía solito, y supongo que matándose a pajas, era Germán, que aún le queda tiempo para complicarse con las cosas del amor. En cuanto cumpla los dieciocho años lo llevaremos una temporada a Madrid y ya tendrá oportunidades para perder su inocencia como mejor le convenga.

Y también en Fontboi, sentado ante mi mesa de trabajo y a punto de rematar la primera parte de este cuento, he de añadir que, contra todo pronóstico inicial, el lío a tres va durando, sin grandes conflictos que no puedan tener solución, y estamos logrando que la convivencia diaria no anule nuestra capacidad para transigir y sorprendernos mutuamente con esas pequeñas amabilidades que nos hacen la vida mucho más agradable.

Las vivencias compartidas han enriquecido nuestra personalidad y vamos atesorando nuevas experiencias surgidas de nuestra imaginación calenturienta.

El final de aquel primer verano, en que iniciamos nuestra aventura amorosa, cambió la relación de Gonzalo con su familia, ya que efectivamente le planteó a su madre la situación, sin darle opción a ninguna otra componenda que no fuese venirse a vivir con nosotros a todos los efectos y consecuencias. La mujer le montó el número en plan tragedia, pero, ante lo irremediable, le rogó que no le dijese nada al padre, porque era preferible que fuese ella quien se o explicase con más tiempo para que lo pudiese entender. Estoy convencido que el padre lo hubiese comprendido desde el principio, pero Gonzalo accedió a que se encargase su madre de cumplir tan delicada misión. Y que no sabemos como lo hizo exactamente, dado que, aunque el chico ya no convive habitualmente con ellos desde entonces, en la primavera siguiente el buen señor parecía no haber caído del guindo todavía, o lo disimulaba muy bien. Con sus hermanos fue mucho más simple desde el principio dado que nunca les ocultó sus tendencias. Pero ya se acabaron los tiempos en que Gonzalo no podía quedarse todas las noches con nosotros y ahora, lo extraordinario, es que duerma en casa de sus padres. Poco a poco la situación se ha ido normalizando, incluso desde el punto de vista económico, puesto que tanto Paco como yo preferimos que, mientras siga estudiando, dependa principalmente de nosotros y no de su familia, aunque él también se busca la vida dando alguna clase particular. Si nuestra relación es auténtica, ha de serlo en toda su extensión y no a medias.

Ahora, una vez que su familia tiene claro de que va el rollo, todo es mucho más sencillo y hasta les resultó menos duro que siendo el hijo mariquita, sea un barón con pelas quien le dé por el culo. Y, mira, si eso ha servido para suavizar el conflicto al muchacho, desde luego no iba a ser yo quien albergase el menor reparo en presumir de ello. Me refiero a lo de ser barón y tener pelas, no a lo arreglarle el culo al niño. Y mi suegra por esa banda (y única, ya que Paco es huérfano) está encantada de poder contarle a sus amigas que Gonzalito es muy amigo de un barón muy rico. Lo que ya no me creo es que les diga que clase de amistad tiene con el acaudalado aristócrata, que también es varón. Pero eso a nosotros nos trae al fresco. ¡Lo que daría la buena señora porque yo o su hijo fuésemos hembras y pudiese celebrar una boda en toda regla. Quien de los dos fuese barón o baronesa ya tendría menos importancia. Que diga lo que quiera y que nos dejen vivir a nuestro aire sin interferencias de ninguna clase.

Pero si algo no esperaba, es que tácitamente fuésemos cada uno adoptando determinados roles. Por ejemplo, Paco cada vez asume más su papel de cónyuge y a Gonzalo le queda mejor eso de ser amante. Con lo cual a mi no me queda más remedio que ser al mismo tiempo marido y amante. En lo que si coinciden los dos es en lo bien que se llevan con la suegra que les toca por mi lado. Mi madre lo pasa divinamente cuando está con ellos y sobre todo yendo de compras con Paco, que cada día tiene un gusto más refinado. Y como ahora sólo trabaja por las mañanas, lo llama para que vaya con ella cuando le apetece tarde de tiendas. Imagino que alguna mala pécora pensará que la señora se ha largado un chulazo de libro, pero tampoco es cuestión de que mi madre tenga que ir acallando lenguas diciendo por ahí que el chulo es de su hijo. Una de las mayores debilidades de mi madre es rodearse de gente guapa y cualquiera de mis dos machacantes dan la talla suficientemente. Por eso le gusta invitarnos a su casa y le ilusiona que la saquemos de paseo por los bellos alrededores que tiene Madrid.

Y no quiero ni contar lo que disfrutó cuando se apuntó a ver un partido de balonmano en que jugaba Gonzalo. Todos le parecían que estaban para mojar pan, pero el que más Gonzalito. Pocas veces lo había visto en todo su esplendor físico, y menos con tan poca ropa. Y lanzándome una miradita de complicidad, me dijo:

"Hijo mío. ¡Ese niño está como un cañón!"
"Lo está , mamá. Lo está". Contesté. "Y éste también". Añadí señalando a Paquito.
"¡Este es guapísimo!".

Dijo mi madre, besando en la mejilla al chico que no podía ocultar su emoción ante los cariños de ella.

Mi madre es muy señora, pero no es tonta en absoluto y sabe apreciar la belleza del hombre en lo que vale. Jamás entendí por qué no se volvió a casar, y espero que algún día me lo explique. Sospecho que la pérdida de su último hijo antes de alumbrarlo, seguida de la repentina y mortal enfermedad de mi padre, impidieron cualquier posibilidad de sentimiento amoroso que no fuese el materno, centrando desde entonces toda se atención dentro de su entorno familiar. Por otra parte, mi abuelo siempre reclamó de su hija una dedicación un tanto desmedida, intentando absorber en exclusiva sus cuidados. Sobre todo desde que quedó viudo. Pretendiendo de la hija más devoción de la que nunca le había deparado su mujer. ¡Pues buena era la catalana para esas cosas!. ¡Y a buenas horas iba a soportar ella los innumerables caprichos del marqués!. A la primera de cambio se largaba con viento fresco a darle un repaso a sus posesiones en Madrid y Cataluña. Y si al otro le parecía bien, mejor. Y si no, que le diesen morcilla, porque a mi abuela le importaba un pito lo que pensase su marido. Aunque ella no desatendía sus negocios, lo más importante del mundo era su hija. Y en contra de la opinión tan extendida de que para un catalán la pela es la pela, no era interesada en absoluto, ni mucho menos agarrada. Sabía como sacar rentabilidad al dinero, pero también conocía mil maneras de gastárselo admirablemente, y siempre fue generosa con todos. Naturalmente que quería a su marido y estaba pendiente de él, pero también lo conocía bien y sabía colocarlo en su sitio para que no se desmadrase demasiado. Al marqués siempre tuvo que atarle muy corto, ya que el lema de mi abuelo es: primero yo, después yo, y detrás el resto. Incluso con su propia hija, aunque ella no quiera reconocerlo.

Y volviendo a mis amores, sólo puedo afirmar que soy enteramente feliz en mi doble matrimonio, y no cambiaría mi situación por nada ni por nadie en este mundo. Que de momento es el único que conozco.

Ciertamente mi vida ha cambiado, como también la de Gonzalo y la de Paco. Pero al menos por lo que a mí respecta, el cambio ha sido para bien, y creo que para ellos también. Y no me refiero al aspecto crematístico.

Quizás lo único que echo de menos es vivir en el piso de Rosales, ya que, al ser tres, para mayor comodidad tuvimos que cambiarnos a una casa más espaciosa. No me deshice del otro, pero ahora vivimos en un ático mucho más grande, también con una espléndida terraza (como sueña todo gay que se precie), situado detrás de la Academia y frente al Retiro. La zona tampoco está mal, y sobre todo fue el que más le gustó a Paco, que en esas cosas es quien manda. y él y mi madre fueron los principales artífices de su arreglo y decoración. ¡De cine, pero carísima!. Y sin rechistar, porque a la mínima me tildaban de tacaño. Gonzalo y yo también metimos baza, pero nos costó trabajo hacerlo y mucho más salirnos con la nuestra en algunas cosillas. ¡No muchas, la verdad!. Porque con Paco y mamá juntos no hay quien pueda. ¿No saben freír un huevo, pero son divinas las dos!. Y como el único que cocina algo es Gonzalo, se hizo necesario tener servicio permanente, incluido un simulacro de mayordomo. ¡Tenemos a la peña alucinada con lo finos que nos hemos vuelto!. Sólo falta que cuando llamen por teléfono les digan: "Residencia de los Idem. ¿Dígame?". ¡Sería lo máximo!. Habría quien se lo tomase a pitorreo, pero sería mucho peor si les dijesen: "Residencia de los del Trullo. ¿Dígame?". Bien mirado eso del Trullo es una pasada. Lo ideal sería convencer a mi abuelo para que le transfiriese el título a mi hermano. ¡Qué putada!. Y seguro que a mi cuñada Merce se le haría el culo gaseosa siendo la condesa del Trullo. La pobre es así y se pirra por las grandezas familiares aunque realmente todo eso sea una patochada. Como no heredes también cuartos para sacar brillo a los blasones, estás apañado. Ya puedes hacer astillas con el escudo y calentarte con sus restos en invierno a falta de leña para la vieja chimenea sobre cuya campana luce el pendón.

Pero es preferible dejar nuestra nueva casa para mejor ocasión y por tanto pasaré del tema en esta parte de mi historia.

Naturalmente no puedo pronosticar que podrá suceder de aquí en adelante. ¿Pero para qué amargarme la ilusión de verme amado?. ¿No podría disiparse el espejismo si nos acercamos demasiado a ver si existe?. Mientras lo que creemos amor nos satisfaga, por qué vamos a cuestionar su intención. ¿Acaso el amor surge, o se va configurando en nosotros a medida que intimamos en una relación?. ¿O por el contrario, es la atracción por el otro la que se consolida con el tiempo en vez de surgir al primer golpe de vista?. Pero lo más importante es entender que el amor no puede estar regido ni por una exclusividad impuesta, ni mucho menos por la idea de posesión y dominio sobre alguien como si se tratase de una propiedad inmobiliaria. El amor es un sentimiento que sólo perdura en régimen de libertad absoluta. Solamente es amante quien voluntariamente quiere serlo por amor a otro ser y desea serlo mientras dure ese amor. Y la infidelidad no consiste en follar fuera de la pareja, sino en traicionar la confianza en que se sustenta el amor. Acostarse con otro no importa si ello no supone engañar a tu amor violando el pacto previo de debe existir entre los amantes. Amor, pasión, o también el morbo del vicio, todo influye y debe haber un poco de todo eso para que el gusto por el sexo dentro de la pareja continúe.

Y eso es lo que yo espero que ocurra. Que, parafraseando un galimatías, mientras dure dura, que dure. Y luego ya vendrán tiempos mejores, porque jamás ha llovido sin que escampe luego, dejando un aire limpio con ese olor a tierra mojada que nos refresca y perfuma el alma.

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