miércoles, 10 de febrero de 2010

"Mejor con dos" Capítulo XIII

Los chicos iban medio dormidos y entré en un área de servicio para despejarlos un poco desayunando por segunda vez. A Gonzalo, más comedor que Paco, la idea le pareció de puta madre y sus verdes ojitos se animaron como farolillos en cuanto vio ante sí el refrigerio. El otro mostraba menos apetito y se puso mimoso diciendo que necesitaba recuperarse del palizón de la noche anterior, recriminándome también por el chupetón que le había hecho con los dientes. Por lo que, palpándole una pierna por debajo de la mesa y acercándome a su oído, le dije:

"Te advierto que como no te calles, esta noche te lo hago en el cuello y vas a parecer la novia de Drácula"
"Ya sabes que mientras me folles bien follado puedes morderme hasta en la punta del pito". Contestó él acaramelando la voz.
"Me parece que la punta del capullo te la voy a comer aquí mismo como sigas tirándome del temperamento. Te anuncio"
"El que os va a dar bien por el culo esta noche soy yo. ¡Ya lo veréis!". Apuntó Gonzalo dejando oír su voz.
"¡Mira el machito!". Exclamé echándole mano al paquete.
"¡Qué nos van a ver!". Me advirtió Gonzalo.
"¡Y qué!". Solté. "¿Acaso te da vergüenza que lo sepan, o es que no tienes cojones?
"No es eso. Pero tampoco es cosa de andar metiéndose mano delante de la gente. ¿Has visto alguna vez a un tío tocarle el chocho a la novia en público?"
"Si la novia estuviese tan cojonuda como tú y tuviese un paquete que oliese a sexo como ese que tienes tan bien puesto en medio de tus dos patazas, seguro que sí". Insistí para seguir la broma. Y como gonzalo me llamó misógino, le largué un beso en la cara, añadiendo que eso sí se lo hacían en público los novios a las novias, y ya no respondió, pero retiró la cara viendo a todos lados temiendo la reacción de la gente.
"No te preocupes que no nos vio nadie. y si nos vieron a mí me da igual. ¿Quieres que grite aquí mismo que somos maricas y que nos damos por  el culo los tres?. ¿Lo hacemos Paco?"
"Déjate de tonterías que ahora no estoy para ruidos". Dijo Paco.
"¿Te duele la cabeza?". Le pregunté.
"¡Me duele le culo!. Ya te lo dije antes"
"Esta noche te damos unas friegas y te queda nuevo". Añadí.
"¿Nuevo, para jodérmelo luego otra vez?"
"Naturalmente, pequeño. ¿Gonzalo, no crees que un culo como ese debe ser amorosamente follado por dos seres tan considerados como nosotros?"
"¡Mucho cachondeo tienes tú esta mañana, bonito!". Soltó Gonzalo.
"¡Y tú muy mala hostia!. ¿Qué pasa?. ¿No quedaste suficientemente relajado ayer?"
"¿Por qué no lo dejas ya?". Intervino Paco.
"¡Si estamos de broma tontín!. Le dije pellizcándole en la barbilla.
"Pues prefiero que sigamos la broma cuando estemos en ese sitio, donde quiera que sea". Contestó Paco. Y añadió dirigiéndose a Gonzalo: "¡Y tú deja los morros para mejor ocasión sino quieres que te los coma ahora mismo!. ¿Está claro?"

Y se acabó la historia. Pagamos y proseguimos el camino hacia Galicia.
Me sentía bien y seguro con mis dos novios, y en aquel viaje a Fontboi sólo pensaba que nuestra vida juntos podría ser fantástica.

Al reanudar el camino, Paco se sentó detrás para cabecear un rato y a Gonzalo le tocó hacer de pincha poniendo música. De cuando en cuando Gonzalo aprovechaba para insinuarme cuanto le gustaría conducir el coche (también alemán pero negro y algo más pequeño y modesto que el de mi madre) y yo le repetía que un poco más adelante si me prometía no hacer el loco. No es que el chico lo hiciese mal, puesto que ya me había demostrado sus habilidades al volante del utilitario que uso en la ciudad, pero no puede resistirse a la velocidad y nunca había tenido en sus manos una máquina tan potente. Y aunque hubiese preferido mantener un criterio más acorde con la prudencia y no consentirle el capricho yendo en carretera, no me hice de rogar en exceso y cedí por no aturarlo, ya que Gonzalo es lo suficientemente cabezón como para terminar saliéndose con la suya por aburrimiento del contrario. Y aprovechando una parada para repostar gasolina le dije: "Venga. Coge el volante. Pero procura poner los cinco sentidos. ¡Y sin prisas que no vamos en competición!. Y como te pases no lo hueles más en la vida. ¡Tú verás!"

Al chaval se le iluminó la cara y plantó las manos sobre el volante con la seguridad de todo un campeón. Antes de arrancar le repetí tres o cuatro veces:

"Despacio. Despacio".

Y él me contestaba:

"¡Joder!. No te preocupes que sé lo que hago"

Y lo sabía. Porque la verdad es que lo llevó muy bien. Y eso me encantó, puesto que me gusta conducir pero también me cansa. Sobre todo cuando se hace de noche y te enfrentas a los faros que viajan en tu contra. Esas luces me molestan un montón. A Paco, por el contrario, no le gustaba llevar el coche y prefería ir detrás o de copiloto haciéndonos oír sus canciones preferidas. Estaba claro que los tres nos compenetrábamos a las mil maravillas en todos los sentidos, y con poco esfuerzo llegaríamos a entendernos sin necesidad de hablar, ya que sólo con mirarnos adivinábamos lo que los otros dos deseaban en ese momento. El secreto de nuestra unión solamente radicaría en esforzarnos siempre al límite para mantener la novedad y la armonía entre nosotros.

Gonzalo ya había ido a Galicia una vez, pero a Paco, que no la conocía, el paisaje multiverde le fascinó. Le hacían gracia los campos, a veces casi diminutos, que remendaban los montículos y los valles. Y también la cantidad de casitas desperdigadas y colocadas en los lugares más insospechados. Y, como los críos, no paraba de preguntarme cuando llegamos. A pesar de los avances en cuestión de carreteras, se le hacia interminable el continuo ciszagueo de las curvas y, con más frecuencia de lo que yo acostumbro, nos parábamos a beber y evacuar tomándonos un respiro antes de continuar la sinuosa marcha. Cuando iba a mi lado, cogía su mano o le acariciaba un muslo, porque, aunque los quisiese por igual, fuera de la cama me inspiraba mucha más ternura Paco. Gonzalo siempre dio la impresión de ser más fuerte y su carácter nunca se prestó a blanduras. Me refiero también de puertas a fuera del dormitorio, porque dentro es otro cantar y Gonzalo necesitó a menudo más suavidad y Paco, por el contrario, recibió más caña.


Por ejemplo la irritación de ano o el mordisco de la noche anterior al viaje que ahora narro. No me tengo por lunático, pero sí es cierto que con la luna llena mi sexualidad es más agresiva, y la dorada piel de Paco me incitó a morderlo saliendo de mí un ancestral instinto atávico de depredador. Me di perfecta cuenta que involuntariamente apreté los dientes en su carne con la doble intención de dominarlo y sorber su vida poseyéndolo en cuerpo y alma. Y ciertamente no se quejaba en vano cuando decía que le había marcado la parte posterior del cuello, puesto que difícilmente lograba ocultar la señal del mordisco que se le ponía color malva por momentos.

Cuando por fin bordeamos las tapias del pazo, miré a Paco diciéndole:

"Venga, chaval, que ya estamos llegando"
"¡Joder!. ¡Esto es el culo del mundo!. ¿Pero dónde está ese dichoso pueblo?"
"Fontboi no es un pueblo. Fontboi es todo eso".

Les dije a ambos mostrando los viejos muros que cercan la finca, y ninguno de los dos abrió la boca. Pero al llegar ante el portalón de entrada se miraron con gesto interrogante como preguntándose: ¿tú sabías algo de esto?. Y continuaron silenciosos, mientras recorríamos el camino sombreado de álamos que conduce a la casa, hasta que la aparición del noble caserón hizo exclamar a Paco: 

"¡Hostias!. ¡Qué cacho mansión!"
"¿Esta casa es de tu madre?". Preguntó Gonzalo.
"No..... Esta casa es mía..... Este es el pazo de Fontboi, mi verdadera casa". Contesté.

Obsequiosos como de costumbre, delante de la escalinata nos esperaban los caseros y el resto de las personas que cuidan el pazo, recibiéndonos con todos los honores y sin olvidar tampoco el tratamiento, por lo que los dos chavales, todavía más sorprendidos, me miraban sin dar crédito a cuanto veían y oían. Una vez solos, el primero en hablar fue Gonzalo:

"¿Y eso de señor barón?"
"Porque lo soy"
"Ya. Y Paco y yo también somos varones. O al menos también tenemos pilila"
"Me refiero a barón con b, no con v..... Soy barón de Idem"
"¿De qué?. Preguntó Paco exclamando.
"De Idem". Repetí.
"¡Cojonudo, tío!. Resulta que nosotros ahora somos las baronesas consortes, por lo menos". Soltó Gonzalo cachondeándose abiertamente de tanto honor.
"Mejor baroncitos, diría yo".

Repliqué dándole una buena palmada en el culo que sonó como el mejor de los panderos.

Paco, que quería a toda costa recorrer el caserón, no hizo más comentarios al respecto, y nos acuciaba a comenzar el itinerario, pero le convencimos de que era mejor instalarnos y adecentarnos antes. Y, luego, ya tendríamos tiempo de ver la casa y también el jardín de la baronesa, situado en la parte posterior del edificio, que debe su nombre a una de mis antepasadas con fama de casquivana, pero que a mi siempre me pareció una señora estupenda que sabía montárselo divinamente. La buena señora, llamada Adelaida, vivió allá por el dieciocho y a la pobre la casaron, todavía muy joven, con un tío suyo muchísimo mayor que ella, aburrido, enfermo y coñazo. Y no le quedó más remedio que pasar del barón y alegrarse la pestaña (tanto en su jardín como en cualquier otro sitio) con algún que otro varón del pueblo, bien recio y saludable, y con toda seguridad descendiente de otro barón anterior, haciéndole al marido el favor de procurarle una descendencia bastante presentable de cara a la perpetuación del apellido, sin necesidad de salir de la propia familia. En fin. Se diga o no, esas cosas pasan en las mejores y encumbradas familias.

Mientras nos duchábamos y antes de volver a vestirnos, me percaté que Gonzalo, totalmente excitado, babeaba viendo a Paco desnudo, y podía apostar cualquier cosa a que en ese momento sólo pensaba en tirárselo. Ya no era la primera vez que le ocurría e incluso me dio la impresión que le molestaba que yo tocase al chaval. Aquel posible brote de celos me preocupó y quise castigar su avaricia metiéndole a Paco toda mi lengua en la boca, y entonces Gonzalo miró hacia otro sitio. Paco, ajeno al detalle y siempre dispuesto a demostrar su cariño, puso mayor efusión que yo al devolverme el beso, y el otro se acercó a una ventana asomándose al jardín. Me acerqué a él y le di otro buen azote, diciéndole con una sonrisa:

"No te celes que luego te arreglaré a ti"
"¡O yo a ti!".

Contestó él desahogando su rebeldía. Y volví a darle otro gran azote en su potente culazo. He de confesar que me encantaba darle palmadas en las posaderas a Gonzalo y escuchar el sonido del palmetazo al golpear su carne dura y compacta. Aunque lo malo sea que unas nalgazas tan macizas te dejan la mano dolorida un buen rato.

Los fui llevando por todas las habitaciones y salas, contándoles la pequeña historia de la familia a través de retratos y objetos, y finalizamos el recorrido en el gran comedor, al rededor de cuya mesa se reunía el pleno de la familia para celebrar las grandes solemnidades y demás eventos de los Fontboi. Iban atentos a mis explicaciones intentando hacer suya aquella parte de mi vida que quizás signifique para mí mucho más de lo que deseo admitir. En el jardín de la baronesa fuimos más informales y jugamos a ser doña Adelaida divirtiéndose con sus amantes. Y antes de ir a cenar, paseamos por el parque ya sombrío procurando no alejarnos dadas las protestas con que empezaban a urgirnos nuestras barrigas. Como es normal en mi tierra, cenamos demasiado y tuvimos que hacer tiempo en los salones para poder retirarnos a dormir. Lo de dormir vendría luego, puesto que me apetecía follar y deseaba doblegar las mañas del más díscolo de mis dos potrillos. Y, por supuesto, ellos también andaban nerviosos esperando su dosis de sexo.

Cuando lo estimé oportuno, propuse que subiésemos al dormitorio y ellos no perdieron tiempo en corroborar mi iniciativa. Nos abrazamos los tres en mitad del dormitorio e inmediatamente se nos erizó el vello en el cuerpo creando un campo magnético que impedía cualquier intento de separarnos. Mi mano se encontró con la de Gonzalo sobre la espalda de Paco. Y juntas se deslizaron hacia el sacro separándose en ese punto para adueñarse cada una del glúteo que le quedaba más cerca. Paco se colgó de nuestro cuello y, echando hacia atrás la cabeza, jadeaba impaciente por sentir la presión de nuestros dedos sobre su carne, abriéndose de piernas para facilitarnos el acceso al punto más erógeno de su organismo. Osea, el ojo del culo. Gonzalo puso la otra mano en mis genitales haciéndolos palpitar hinchados de sangre ardiente, y yo, que lo sujetaba por el cuello, baje la mano hasta su cintura y, después, le magreé el culo obligándole a aflojar los músculos para llenar mi sistema nervioso del calor que irradiaba por toda su raja. Ese olor a macho y esa tibieza que se concentra en los pliegues más profundos de la anatomía de un hombre me embriagan y me provocan una tremenda erección. Y sobre todo cuando se trata de alguien tan vital como Gonzalo. A Paco le hervía todo el cuerpo y sus gestos y gemidos pedían que lo jodiésemos. Pero cuando Gonzalo se disponía a hacerlo, le obligué a doblarse hacia delante. Y pidiéndole a Paco que le abriese bien las nalgas, le di por el culo sin piedad haciendo que se corriese aún resistiéndose a ello. Terminado el acto con él, le tocó el turno al otro y me lo follé delante se sus narices dándole sonoras palmadas en el culo hasta corrernos también. Saciada la bestia de mi genio, me acerqué a Gonzalo, clavándome en su mirada esmeralda, y rodeándolo con mis brazos susurré:

"Ponte en forma y follaremos los tres otra vez"

El chaval relajó su orgullo y se apretó contra mi pecho cobijándose en mí como una criatura desamparada. Y transcurrido un prudente lapsus de tiempo nos amamos los tres disfrutando plenamente nuestro amor.

El carácter de Gonzalo es demasiado impetuoso y a veces necesita que le acorten las riendas imponiéndole algo de autoridad. Era normal que quisiese mostrar su vitalidad y su fuerza de joven macho, dada su forma de ser. Pero si quería que nuestra relación prosperase, debía controlar sus impulsos, puesto que todavía no era el momento de que él tomase el control de nuestro incipiente trío. Y, por tanto, era imprescindible que esperase hasta alcanzar una mayor experiencia y seguridad en sí mismo. Paco es distinto y no intenta imponerse, sino que busca en el sexo la protección que no tuvo en su niñez y necesita a su lado alguien que le haga sentirse seguro tanto interiormente como ante el resto del mundo. Y hasta es posible que al destino le plugiese que algún día ese alguien fuese Gonzalo. Sin duda el tiempo será quien lo diga. A corto o a medio plazo, pero lo dirá. y mientras, sólo restará aguardar a que el paso de los días o de los años nos traiga la solución a ese problema (y también a otros, por supuesto). Llegado ese momento, ya no quedará otro remedio que afrontar los acontecimientos que inexorablemente vengan a cambiar nuestra existencia. Al fin y al cabo, en la continua mutación de nuestras circunstancias consiste precisamente la vida.

En Fontboi mantuvimos una actividad casi frenética y apenas teníamos un minuto al día que no dedicásemos a inventar alguna diversión. Las excursiones eran frecuentes y nos desplazábamos en todas direcciones pateando la zona al mejor estilo de los clásicos exploradores. Hubo veces de llegar tan cansados que ni fuerzas para fornicar nos quedaban. Aunque sí para comer; que nos poníamos como cerdos. El sol, el aire libre y sobre todo el ejercicio, calmaron nuestros temperamentos y reinaba la más completa armonía entre los tres. Desde luego, Gonzalo seguía debatiéndose entre su irreprimible pasión por poseer a Paco y el morbo irresistible de mis artes amatorias. Deseaba ser el centro de la atención del otro, pero no podía librarse de la atracción que le producía sentirse poseído por mí. 


No lograba librarse de esos instintos atávicos de posesión y dominio, ni podía entender que el amor no tiene dueños ni es cuestión de pertenecer o no a otro. El amor simplemente funde a los seres para compartir un alma única. Y lo curioso es que, aún siendo el más joven, Paco presentía ese sentimiento y nos amaba a los dos por igual. Su espíritu se complementaba con el nuestro, pero sabía trasmitir también la esencia de su identidad consiguiendo que vibrásemos con sus emociones. Templaba gaitas como un maestro, contemporizando con uno y otro, evitando que por cualquier circunstancia nos soliviantásemos nosotros dos. Siendo aparentemente el más dócil, pronto se convirtió en el verdadero nexo de unión entre nosotros, dotado con la fuerza necesaria para mantenernos casados los tres.

Gozamos tanto el amor como la diversión y recorrimos Galicia de norte a sur. Y también visitamos a mi abuelo y a mi madre en el pazo de Alero. Decidí ir allí después de hablar con ella por teléfono, dado que se empeñó en invitar a mis amigos a pasar dos o tres días en su pazo. A los chicos les daba un poco de apuro, pero los convencí de que no era para tanto, puesto que mi abuelo no se iba a enterar de la fiesta y mi madre estaba más o menos al corriente de todo. Gonzalo lo sabía y enseguida tranquilizó a Paco contándole la cena en casa de mi madre e insistiéndole en que era una señora muy amable.

El día que llegamos al Alero los dos eran la viva imagen de la formalidad y la compostura y hasta parecían algo intimidados por el entorno. A Paco le encantó mi madre. Pero quien de verdad le impresionó fue el marqués, que asumió plenamente su papel para la ocasión. Nos recibió en la sala sentado en su sillón de costumbre y flanqueado por los perros al mejor estilo de película con palacio y aristócrata dentro. Parecía la rememoración de un acto de pleitesía de los vasallos a su señor. Lo malo para el marqués era que tal señorío ya estaba desfasado y nosotros teníamos poco de fieles vasallos. De cualquier forma estuvimos tan comedidos que el hombre quedó satisfechísimo y hasta me dijo que por primera vez tenía unos amigos como Dios manda. ¡No lo sabía él bien hasta que punto eran como Dios manda!. Está claro que de viejos vamos perdiendo facultades pero aún sin pretenderlo vemos las cosas con más lucidez. A mi madre Gonzalo le seguía pareciendo un chico estupendo, pero con quien hizo mejores migas fue con Paco. Estaba entusiasmada con el carácter del muchacho. Y como además lo encontró tan guapo y elegante, si por ella fuese se lo quedaría para siempre. Lógicamente antes tendría que vérselas conmigo, puesto que no fue necesario muchas demostraciones para intuir que él era mi otro amor. Y si bien podía comprender que yo me encandilase por él, no le resultaba tan fácil llegar a entender que ello fuese en concordancia con mis sentimientos por Gonzalo. Cuando le pregunté cual de los dos le parecía mejor, ella me contestó que cualquiera de ellos podría hacerme feliz. Y no se equivocaba, ya que los dos me hacían inmensamente dichoso. Mi único problema era adivinar hasta cuando podría durar aquello como le ocurre a cualquier hijo de vecino. Y mientras dure hay que aprovecharlo. Y luego, si escuece, a rascar. Y si no, a la mierda con todo el equipo.

A la mañana siguiente de nuestra llegada fuimos a una playa nudista que está en la ría de Pontevedra, cerca de Portonovo, que (como ocurre en casi todas las playas donde se practica el despelote) estaba llena de gente del ambiente, preocupadísimos todos por lucir el bronceado más intenso e integral, tumbados o paseando de un lado a otro si dejar de ver al tendido. Algunos desaparecían escalando entre las rocas, porque otra de las manías congénitas del personal gay es cancanear por sitios de difícil acceso y mejor si se trata de piedras escarpadas o acantilados. Creo que vamos en camino de una mutación para adaptarnos al medio y las piernas se nos transformarán en patas de cabra. Elegimos el lugar que nos pareció más adecuado y extendimos las toallas, librándonos seguidamente de toda la ropa, y, a penas cinco minutos más tarde, nos vimos rodeados de lobas ansiosas por hincar el diente en nuestras salerosas carnes madrileñas ya convenientemente adobadas por el bronceador.

Tumbado boca abajo me dediqué a observar a nuestros vecinos y me llamó la atención una cara que nos miraba con insistencia. La luz salía del interior de sus ojos grises y azul espeso como un mar en invierno, colocados en una faz rubicunda flanqueada con largas patillas tupidas y pelirrojas. Cuando se puso en pie me fijé que tenía las piernas largas y el culo, muy pequeño, le salía justo debajo de la cintura. De perfil se le juntaban el pecho y la espalda a fuerza de ser plano. Y, sin embargo, el conjunto quedaba gracioso recordando una mistura entre grulla y gacela. En realidad su mayor virtud eran los pocos años, porque de cuerpo era un auténtico alfeñique. Pero no le faltó quien se apresurase a seguirle en su paseo hacia las rocas. Afortunadamente para gustos se pintan colores y todo el mundo puede estar contento.

Ese mismo día, al regresar al pazo por la tarde, tuvimos que soportar la visita de Bea (la sobrina del difunto marido de doña catalina que se llevó al huerto a mi hermano cuando solo tenía quince años, mientras yo me ventilaba a su hermano Cuco a la limón con un chavalote del pueblo), que se había casado con un rico imbécil y venía acompañada por sus hijos (dos monstruos con apariencia de angelicales criaturas gemelas, tan niño ella como niña él, capaces de tan perversas travesuras que más bien podría tratarse del diablo por duplicado ejemplar en función de ambos sexos), que no pararon ni un minuto quietos. Y al despedirles, mi mirada debió ser tan significativa que se acercaron cautelosos con cara de no haber roto jamás un plato, pero me habían crispado de tal forma los nervios que en lugar de besarlos les pellizqué un carrillo a modo de vil venganza. Desde luego conmigo lo iban a tener claro semejantes elementos. Cuando se marcharon mi abuelo también estaba de los nervios y a mi madre le dejaron un dolor de cabeza monumental. ¿Qué ricos son los niños cuando saben como comportarse delante de personas mayores que no tienen obligación ninguna de soportarlos!. ¡ Y sus progenitores cómo se molestan en llamarles la atención y decirles que vayan a joder a otra parte!.

Recuperada la paz en la casa, salimos a la terraza situada en el primer piso, desde donde se ve la ría, y quedamos silenciosos contemplando un camino de oro dibujado sobre el agua que nos conducía al sol en su caída. 

La visita al Alero resultó mejor de lo imaginable y mi madre, aburrida sin duda hasta el delirio con la compañía de mi abuelo, llegó a insimuarme que no volviésemos a Fontboi y nos quedásemos con ella. Incluso estoy seguro que le hubiese bastado con que le dejase a Paco unos días más, ya que ambos sintieron una mutua atracción materno filial nada más conocerse. Y de no ser por los particulares motivos del viaje hubiera accedido gustoso a quedarme en el Alero, pero debía poner los pies en el suelo y continuar consolidando el trío de ases en que estaba empeñado.

Regresamos pues a mis lares, y los tres percibíamos como día a día se cimentaba con firmeza una sincera amistad entre nosotros, brotando cada vez con más fuerza el amor. La atracción mutua era evidente y no podíamos negar que cada uno estaba totalmente colado por los otros dos.

Recuerdo una mañana que fuimos al río y el calor apretaba de un modo inhumano, aún a pesar de que todavía no eran las doce. Ya por el camino nos fuimos quedando medio desnudos y cuando llegamos a la orilla del agua estábamos casi derretidos y empapados de sudor. Buscamos un remanso apetecible y, quitándonos lo poco que nos quedaba encima, nos lanzamos al río en busca de alivio como si hubiésemos cruzado el desierto.


 La primera impresión nos cortó la respiración, encogiéndonos los testículos al tamaño de huevos de codorniz, pero enseguida el ejercicio aclimató nuestra sangre a la temperatura del agua, proporcionándonos una fresca sensación de felicidad. Dimos unas brazadas a lo ancho del cauce y salimos del agua para tirarnos desde una piedra situada el borde de una poza oscura y bastante profunda. Repetimos la hazaña una y otra vez, riéndonos como tontos, y Gonzalo hacía el bestia para exhibir su forma física y salpicarnos lo más posible con cada uno de sus saltos. Después, nadando rápidamente, procuraba alcanzar a Paco, que le soltaba un sin fin de improperios, y agarrándolo por la cintura lo alzaba sobre la superficie para dejarlo caer de golpe sumergiéndose completamente.

Gonzalo se lo pasaba en grande con sus chiquilladas y Paco se reía como un idiota en cuanto lograba recuperar la respiración. Yo los contemplaba desde la orilla y me recreaba viendo sus cuerpos, mojados y cuajados de luces, emergiendo entre multicolores abanicos de agua bordada de sol. ¡No podría haber una escena más hermosa!. Jamás entendí como alguna mente puede escandalizarse de la desnudez de un ser humano. ¿Cómo alguien puede ver maldad en una de las obras cumbres de la naturaleza?. La depravación sólo está en la mente de los hipócritas y nunca sobre la piel de los hombres limpios de espíritu.

Por fin salieron del agua y se tumbaron a mi lado cansados y sin aliento. Gonzalo se despanzurró mirando al cielo y Paco se acostó poniendo el pecho sobre la hierba, con la piel de gallina y perlado de gotas que escurrían a uno y otro lado de su cuerpo. Y me incliné sobre él para secarle un poco la espalda y besarle detrás de la orejas, que es uno de sus puntos más débiles. Gonzalo se giró hacia nosotros y gateó hasta colocarse al otro costado de Paco, reclamando mi atención para que viese el picotazo que un tábano le había metido en el costado derecho. La picadura se le estaba hinchando, pero no contábamos con nada apropiado para impedirlo ni aliviarle el picor, y solamente podíamos ponerle saliva sobre ella. Con lo cual, sólo podíamos esperar a que le aplicasen algún remedio casero al regresar a casa. Y que en estos casos suelen ser los más eficaces y de resultados más rápidos. 


Con tanto mimo, a consecuencia de la roncha, al chico se le puso la flauta como un ceporro, olvidándose del picor producido por el insecto, y no tuvimos otro remedio que chupársela juntos, pasándole también la lengua por debajo del escroto (que es algo que lo enloquece) y mordisqueándole alternativamente los pezones, que rápidamente se le pusieron duros y erizados como si fuesen dos remaches de bronce. Una vez llegado a ese punto, lo rematamos recorriéndole con los labios el cuello y los hombros. Luego, bajamos por los omoplatos y descendimos por la espina dorsal hasta llegar al coxis (punto crucial para hacerle separar las piernas) y dejó a nuestra merced el sonrosado ojete del culo que palpitaba con vida propia abriéndose y cerrándose para inducirnos a profundizar en sus secretos. Con dos lametadas más en el ano, ya estaba listo para darle por donde amargan los pepinos.


 Aunque si hemos de ser sinceros, a ninguno de nosotros nos amarga nada en ese lugar. Y mucho menos un hermoso y rotundo pepino. En aquella ocasión intenté que se lo hiciese Paco, pero no quiso. Su mayor placer consiste en ser poseído paladeando en su carne la penetración de la del ser que ama. Disfruta con eso. Y con Gonzalo y conmigo no imagina nada mejor que dejarse follar. Y monté a Gonzalo mientras Paco le follaba la boca, sincronizándonos de tal forma que nos corrimos los tres al tiempo alimentando por ambas vías al follado.

Después del orgasmo intuí que nos miraban desde unas matas, y vi a un muchacho, muy joven, que remataba una paja a nuestra costa. No dije nada, y cuando volví a mirar ya no estaba. Pero al día siguiente apareció otra vez en el río y se metió desnudo en el agua queriendo participar con nosotros en la diversión. El chico, llamado Germán, tenía la gracia de unos dieciséis años ampliamente cumplidos, el pelo ensortijado y medio pelirrojo y el cuerpo robusto y bien formado, sin ser muy alto. De entrada a Paco no le hizo demasiada gracia y estaba algo celoso.
Pero pronto comprendió que sólo se trataba de una relación absolutamente inocente y admitió también al chavalillo, que se hizo amigo nuestro y nos acompañó al río el resto de los días que permanecimos en Fontboi. Germán, que era un excelente muchacho, vivía en el pueblo y ayudaba a su padre a trabajar las fincas, y le cogimos cariño como si fuese nuestro hermano pequeño. 


Con frecuencia se le ponía tiesa, sobre todo cuando estábamos tirados en la hierba, pero él decía que se le empinaba por el calor del sol y, con los carrillos enrojecidos, corría a meterse en el agua para bajarla. Nos partíamos el culo de risa y le decíamos:

"Tranquilo, chaval, que a nosotros también se nos levanta con el sol. Seguramente se debe a que le llaman Lorenzo y suena a hombre. Pero no te preocupes que eso es lo más natural. ¡Sobre todo a tu edad!. Ya lo irás entendiendo"

Lo pasamos teta hasta el último instante que pasamos en el noble solar de mis antepasados. Y después, nos esperaba otra vez Madrid con su rutina de todos los días y el reto continuo de alimentar nuestro amor a tres bandas, defendiéndolo también de cualquier interferencia negativa proveniente del exterior.

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